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Un rostro en la multitud

Drama Una cadena de televisión convierte en estrella televisiva a un vagabundo. La sorprendente reacción del público hacia el personaje cambiará su vida por completo, convirtiéndolo en una víctima de los medios de comunicación. (FILMAFFINITY)
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Críticas 17
Críticas ordenadas por utilidad
23 de abril de 2012
8 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Puede ser que Elia Kazan fuera uno de los directores más controvertidos de Hollywood, pero eso no quita que fuera también uno de los directores más interesantes del siglo pasado. Y así lo demuestra en este atípico film sobre la manipulación y la verdad de los medios de comunicación. Budd Schulberg, con el que el director ya había trabajado en 'La ley del silencio', adapta aquí una historia suya en la que narra el ascenso y el declive de un hombre, con gran capacidad de movilizar a la gente, que se convertirá en todo un fenómeno mediático.

Una conseguida atmósfera, una puesta en escena sombría y una opresiva y angustiosa narración consiguen dar veracidad a este estupendo relato sobre el llamado “cuarto poder”. 'Un rostro en la multitud' es una película adelantada a su época, que toca un tema de actualidad como es la influencia de los medios de comunicación en la sociedad, donde es magnífico ver como cae la popularidad de “Solitario Rhodes” al mismo tiempo que baja el ascensor.

En el reparto cabe destacar a un esmerado Andy Griffith, quien debutó con su seguramente mejor intervención en el cine, y también hay que mencionar un gran trabajo de Patricia Neal y una primeriza Lee Remick con tan solo diecisiete añitos.

Aunque no es una de las más conocidas del director, se trata de una interesantísima película sobre el poder y la manipulación de los medios y sus consecuencias. Un film recomendado para aquellos que quieran ver algo diferente.
Angel Lopez
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23 de febrero de 2014
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Todas las películas que he visto de Elia Kazan nunca me han dejado indiferente, y menos esta. Es sorprendente como en los Estados Unidos, el país en que los medios de comunicación (radio, televisión, prensa, cine...) están más vinculados con el poder político y económico, ha sido donde también han aparecido reflexiones críticas muy interesantes sobre todo ello, como es el caso de "Un rostro en la multitud".
La historia sigue el esquema clásico del ascenso desde la nada, el clímax del éxito y un desenlace en que se nos ofrece el fracaso y el retorno amargo a la nada final.
En este caso, el vehículo escogido para ejemplificar este viaje al desengaño es la televisión en sus comienzos, pero no sólo la televisión sino lo que estaba (y hoy todavía está con más fuerza) a su alrededor: los grandes intereses comerciales manifestados en la financiación publicitaria, la colusión de los nuevos medios con el poder político y económico, la capacidad que tienen los nuevos medios para crear tendencias, para vender productos, para manejar a la gente, gente que en algún momento son presentados como auténticas "ovejas", auténtica plastilina para ser manipulada desde arriba.
Losenome Rhodes es una estrella de la televisión, un Don Nadie que precisamente por eso y por su "filosofía" de andar por casa y su capacidad de llegar a la gente simple, acaba siendo objeto de la atención e incluso la histeria de las masas. La pancarta que aparece colgada en el salón vacío donde se tenía que celebrar el ascenso final del protagonista dice algo así como "La única idea merecedora de crédito es la de la mente corriente del hombre corriente".

Por detrás de Lonesome Rhodes aquellos que lo descubrieron y que tienen suficiente inteligencia y sentido crítico para saber distanciarse del personaje (estupendísima la actuación de Patricia Neal, inteligente, torturada y sensual), el intelectual (Walter Mattau) que ama en vano a la chica y que desprecia todo el espectáculo que hay detrás del espectáculo, y después los publicistas y políticos que manejan y son en algún momento manejados por Lonesome Rhodes.
Así que, más o menos por el año en que aparecía la televisión en España, algunos en los USA ya estaban reflexionando, con tremenda precisión profética, en lo que los medios podrían acabar creando en la relación que establecen con /imponen a las masas:operaciones triunfo, Grandes Hermano, showmen televisivos... todo de alguna manera sale de este caldo de cultivo: medios-empresa-política.
Y en España, en estos sesenta años de televisión, ha salido desde el mundo cinematográfico alguna vez una reflexión crítica sobre esto, algo comparable a "Un rostro en la multitud"?
ffwinter
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18 de julio de 2009
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una película de las que hay que sentarse a verla con tiempo y con la mente abierta a la reflexión.
En versión original, el tono del protagonsita realmente irrita a veces tanto como su papel: un don nadie que cuando ve la posibilidad de manejar los hilos, lo hace de una forma burda y menospreciante: me recuerda a George W. Bush.
Y un amor no correspondido que desemboca en el peor de los despechos.
Me resultó algo larga, pero muy visionaria de lo que los EE.UU. han tenido a su cargo, y quizá algún país más (¿España no hace mucho?). Como siempre, el pueblo aparece como manejable e inocente, hasta que se lo ponen muy obvio.
PabloPaul
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13 de noviembre de 2013
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Estamos en 1957 –escribía Elia Kazan- y la televisión es ya la “gran industria”. Es un gigante… y un gigante en crecimiento. Está destinada a ser mucho más grande de lo que han sido las películas. Durante las elecciones, en los campeonatos mundiales, en las crisis políticas… los hogares de costa a costa están ligados por unas cuantas cadenas con el mismo cable. No sé si esto sea bueno, malo, o las dos cosas... pero está aquí”.

Ha pasado más de medio siglo. A la luz de hoy ¿estará este comentario muy lejos de la realidad?

A Kazan comenzó a interesarle tanto el fenómeno de la televisión por su capacidad de manipular a las masas, de sembrar ideologías, de establecer gustos, de idiotizar a los débiles… que, junto a Budd Schulberg, el oscarizado guionista de “La ley del silencio”, comenzó a trabajar de manera estrecha en la guionización de una corta historia que ya éste había escrito con el título “Your Arkansas traveler” y que, juntos, rodarían luego con el título “UN ROSTRO EN LA MULTITUD”. Había que tener sumo cuidado con una regla del código ético autoimpuesto por la industria del cine que rezaba: “Tú puedes favorecerlos a todos o puedes ofenderlos a todos”. Pero Kazan era de los que pensaba que “quien trata de complacer a todo el mundo no complacerá a nadie”.

En el proceso, se entrevistó a mucha gente que bien sabía del poder hipnótico de la pantalla chica, la cual, también en ocasiones, puede ser muy efectiva para hacer buenas obras; se filmó a prestantes figuras de la industria, y se estudiaron los más recientes fenómenos sociales (la era McCarthy, la radiodifusora de Nixon, la pelea de boxeo Basilio-Saxton…) en los que la tele jugó un rol significativo, y el resultado es una impactante historia en la que se muestra como un hombre salido de nada, pero con algo de labia y un fuerte sentido populista, puede llegar a convertirse en un fenómeno social si la televisión le da la mano.

Larry Rhodes (impecable debut de Andy Griffith), vividor y caminante -lanzado como Lonesome Rhodes por su descubridora Marcia Jeffries, periodista de la emisora KGRB (con esta sigla se inician algunos tendenciosos y soterrados apuntes) quien orienta un programa llamado “Un rostro en la multitud”-, se convierte en un abrir y cerrar de ojos, en una especie de benefactor social cuya popularidad no tarda en trascender, siendo llamado como publicista y atraído luego hacia un programa de televisión que promociona uno de esos productos que son pura patraña.

El filme describe con brillantez, la forma in crescendo como se va dando este proceso de la sugestión social, hasta llevar a la cima a un hombre que seduce porque lo seduce el poder, y nos deja bien advertidos de la necesidad de aguzar el sentido crítico, pues bien se sabe ya que “no todo lo que brilla es oro” y que, la voracidad de los medios, fácilmente deja de lado hasta los más simples escrúpulos.

Hay que decir que, a “UN ROSTRO EN LA MULTITUD” lo afecta el exceso de situaciones, pues da la impresión de que Kazan y Schulberg tenían un cartapacio inmenso del que nada querían desechar, y se da lugar, entonces, a momentos muy planos donde el ritmo se viene al piso, tardando varias escenas para volver a levantar el ánimo. Con todo, es indudable que estamos ante un filme necesario y con una clara advertencia que no deberíamos dejar de lado.

Título para Latinoamérica: “UN ROSTRO EN LA MUCHEDUMBRE”
Luis Guillermo Cardona
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28 de abril de 2017
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un hombre corriente nos regalaba las peripecias de un tipo aparentemente normal, aunque en realidad fuese una suerte de Woody Allen bonaerense que se convertía de la noche a la mañana en una sensación televisiva. La idea era tan buena que no debería sorprendernos que ya hubiese sido empleada anteriormente en múltiples ocasiones, aunque posiblemente en ninguna de manera tan efectiva y casi visionaria como en Un rostro en la multitud.

Existen dos motivos por los que todo el mundo recuerda a Elia Kazan: el primero es que fue un soplón que testificó en el Comité de Actividades Antiestadounidenses; el segundo es que fue un grandísimo director al que le debemos obras como Un tranvía llamado deseo, La ley del silencio, Esplendor en la hierba o Al este del Edén. Por suerte para nosotros, al ver Un rostro en la multitud no solamente nos reencontramos con el gran cineasta, sino que puede que hasta lleguemos a reconciliarnos algo con la persona de Kazan.

La historia de un humilde y borracho cantante de Arkansas, llamado Larry «Lonesome» Rhodes, y su ascenso meteórico hasta el estrellato televisivo, podría considerarse ya suficiente bagaje para aplaudir la película; pero el aporte del guionista Budd Schulberg, que consigue elevar la cinta a los altares del séptimo arte, es la decisión de Rhodes de acercarse al poder político. Lo que no dejaba de ser una historia acerca de los excesos de la fama y el éxito de lo popular y lo sencillo entre un público adocenado, pasa entonces a ser una oscura fábula sobre nuestro presente.

Rhodes, interpretado magistralmente por Andy Griffith, se convierte en una figura mediática cuya estatura se escapa de la pequeña pantalla que le da vida. Consciente del poder casi infinito que le proporciona su popularidad, estará dispuesto a traicionar a todos aquellos que le han llevado a su lugar, mientras se atreve a acercarse a la política, la cual entiende como un continuo de su propia actividad. Su dominio del populismo más exacerbado le convertirá en el principal consejero de un candidato a la presidencia estadounidense y le hará soñar con la grandeza.

No vamos aquí a destripar el final de una película que todo el mundo debería ver, así que quienes quieran saber qué le espera a la carrera política de Rhodes deberán acercarse a la cinta por su cuenta. Solamente dejaremos caer que los paralelismos de los sucesos de Un rostro en la multitud con el ascenso a la primera plana de la política estadounidense de Donald Trump, no han pasado inadvertidos más allá del Atlántico. Elia Kazan, ese traidor a sus amigos que aparentaba tratar de justificarse con cada película que firmaba, confiaba en exceso en la sabiduría del público televisivo. Que esa triste realidad nos sirva para reflexionar.
La Soga
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