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Apuestas contra el mañana

Cine negro. Drama Johnny Ingram (Harry Belafonte), un cantante negro lleno de deudas debido a su compulsiva afición a las apuestas, Earl Slater (Robert Ryan), un ex presidiario racista que vive a costa de una mujer, y Dave Burke (Ed Begley), un ex policía corrupto y jugador, se unen para atracar un banco de Nueva York. Aunque el plan parece perfecto, pronto surgen entre ellos tensiones que pueden hacerlo fracasar. (FILMAFFINITY)
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Críticas 19
Críticas ordenadas por utilidad
11 de enero de 2014
11 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un viejo ex policía corrupto, soberbio Ed Begley, urde un robo bancario y para que lo ayuden a ejecutarlo busca a par de tristes, tan perdedores -en principio- como él.

La película está claramente emparentada con el Free Cinema y por ende con la Nouvelle Vague. El amargo inconformismo; crítica social; jazz; bajo coste; aislamiento del individuo; realismo; encuadres; montaje; paisajes urbanos; fotografía... son todos ellos elementos que remiten a ésta interesante tendencia de los 50 que se prolonga hasta los 60 (con algún interesante coletazo posterior) y que encuadran esta filmación en lo que podríamos denominar Free Vague. Narra las peripecias para subsistir de un puñado de anónimos que pueblan los suburbios y que aspiran a aquello que la vida les niega por partida doble: por un lado debido a su estatus y por otro víctimas de su incapacidad. El racismo de dos de sus personajes principales será el motor: uno lo expresa sin cortapisas y el otro (que no lo es menos) lo encubre aprovechándose de la exacerbación racial del primero (1). Esta amarga convivencia finalmente detona de la mano del supuesto agraviado (Belafonte), pero el móvil de su venganza (curiosamente) es otro (2). Toda esta trama la aderezan con la música de John Lewis (pianista del Modern Jazz Quartet) que compuso la banda sonora de forma inusual: asistía a los rodajes e iba componiendo sobre lo visualizado. Como curiosidad podemos ver y escuchar al MJQ en la actuación de Ingram en el club, donde parece que falta el vibrafonista (Milt Jackson) ya que el personaje de Belafonte (que además fue el productor) es el de cantante e intérprete de ese mismo instrumento.

En definitiva una más que curiosa película dirigida por la mano experta, y en este caso osada, del gran Robert Wise donde los actores principales están estupendos. Mención aparte para la genial Shelley Winters en un papelín que borda y que resulta esencial para comprender la psicología del interpretado por Ryan.

A recuperar.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
elizabe_th
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1 de enero de 2017
11 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
A muchos nos llega ese momento en la vida en que sentimos que todas las puertas se han cerrado //////////, y entonces, como Umberto D., algunos piensan en suicidarse !; otros, como Erika Angermann (“Fraülein”) se ven tentados a prostituirse ^… y algunos más, deciden llevar a cabo el asalto a un banco $$$$$, pues, “ladrón que roba a ladrón tiene cien años de perdón”, según reza el libro sagrado de varias iglesias.

Dave Burke, un expolicía que estuvo preso por desacato, se encuentra ahora en crisis, y resentido con la sociedad que lo sacó de en medio, tiene ahora entre ceja y ceja el First National Bank de Melton, donde confía en hacerse con una buena suma que le devolverá la sonrisa, tanto a él como a sus compinches. Y para dar el golpe, Burke va a reunirse con Earl Slater, un exrecluso racista en el ocaso, cansado de sentirse mantenido por su chica, y con Johnny Ingram, cantante de un club nocturno a quien, las apuestas, no lo vienen favoreciendo y una deuda está llevando a que amenacen a su esposa (de quien está "separado") y a su adorada hija.

Son tres perdedores que terminan convencidos de que, el asalto a aquel banco los sacará de lamentos. Pero, hay llaves que abren la puerta de la desgracia, otras que dan paso a un nuevo fracaso, y otras que llevan derecho hacia la felicidad… ¿Cuáles llaves serán las que obtengan estos tres personajes? Por supuesto, para una buena elección, habrá que tomar en cuenta que, en el cine, triunfan más las leyes sociales que las divinas.

La novela, “Odds against tomorrow”, que William P. McGivern (a quien ya conocíamos por “The big heat”) publicara en 1959, interesó primero a Harry Belafonte, y fué este quien la dio a Abraham Polonsky para que la convirtiera a guion cinematográfico, pero hallándose, también Polonsky, bajo el estigma de la HUAC, fue un amigo de Belafonte (John O. Killens) quien sirvió de testaferro, y sólo hasta 1996, la Writers Guild of America, le devolvió el crédito a su autor para las recientes impresiones en DVD. Tres años antes de su fallecimiento y con lágrimas en los ojos, Abraham Polonsky pudo ver, por fin, su nombre en la pantalla.

El magnífico pulso narrativo de Polonsky y el virtuosismo del director Robert Wise, se conjugan para lograr otro sólido alegato antirracista y un nuevo desenmascaramiento del American Dream con el que, por años, se preservó la ficticia tierra prometida. Aquí campea la depresión, la discriminación, las carencias… y los charcos en las calles sirven de metáfora para dar cuenta de que, las oportunidades, son sólo para algunos porque, la mayoría, se hunde en el fango y en la miseria.

Robert Ryan, luce muy convincente en ese rol de tipo duro que se esfuerza por controlarse para no repetir los errores del pasado, pero su racismo sale a flote sin que pueda dominarlo… y pareciera ansiar que alguien se sobrepase con él para sentirse justificado. Harry Belafonte, será el personaje amable de la historia y el que más nos sensibilice cuando conozcamos su arte y sus relaciones familiares. Ed Begley, es el hombre esperanzado que sostendrá las llaves del destino. Y Shelley Winters, la suerte de mujer que algunos hombres no se merecen.

Si quieres ver a unos cuantos seres humanos con sus deseos y contradicciones, los cuales te pondrán camino de comprender un poco más a la humanidad, “APUESTAS CONTRA EL MAÑANA”, puede ser tu película.

Título para Latinoamérica: “RETO AL DESTINO”
Luis Guillermo Cardona
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14 de junio de 2017
10 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es muy interesante esta vez tener en cuenta cómo va a mover los hilos el director cuando el planteamiento de la película empuja inevitablemente al trío protagonista a la perdición. Son los tres unos perdedores de la cabeza a los pies, no hay lugar para las sorpresas y por ello la gracia está en tener la paciencia suficiente para observar los detalles que Robert Wise introduce y así lograr disfrutar de una historia de cine negro que en realidad, como historia tal cual, se ha visto antes muchas veces.

Su atractivo está en las caracterizaciones de los tres protagonistas, especialmente en Ryan y el cantante Belafonte, que chocan de forma inevitable puesto que ambos son racistas. Les une la pequeña esperanza de dar un único golpe que les saque de situaciones parecidas, acosados por una vida mediocre, hundidos en una existencia lamentable. Es triste, desde luego, se trata de tres hombres que se ven empujados a hacer lo que hacen sin ser profesionales del gremio criminal. Por ello Robert Wise suma acierto tras acierto cada vez que toca una tecla, ya sea la fotografía, detalles del guión, el ritmo y el final, que aunque todos podemos intuir hace falta llegar con todos los sentidos puestos en los fotogramas para disfrutarlo.

Cine negro para sibaritas, no defraudará al más exigente. Grandes golpes todos estamos hartos de que se planteen delante de nosotros, pero lo de este trío es especial.
Luisito
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19 de junio de 2018
8 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
El prolífico director norteamericano Robert Wise supo siempre adoptarse a las modas y maneras dominantes en el cine de Hollywood, lo que le permitió llevar a cabo una dilatada y fructífera carrera, en ocasiones con notables películas, convirtiéndose en una especie de "todoterreno" capaz de lidiar con todos los géneros con garantía de solvencia, fuesen estos musicales, películas de cine negro o fantástico e incluso melodramas.

Wise parte de un interesante guion de Abraham Polonsky para lo que, en principio, parece una clásica película sobre la preparación de un robo. Sin embargo, la película trata de salirse del archiconocido marco para retratar con cierta profundidad a los personajes en su intimidad, una galería de patéticos parias fracasados, entre ellos un jugador compulsivo (Harry Belafonte) que debe una importante cantidad a un prestamista o un veterano delincuente en el ocaso de su carrera – excelente trabajo de Robert Ryan, duro en el exterior, pero frágil carácter y con una prosaica vida doméstica-. Por momentos la película adopta rasgos fullerianos, por su tristeza y descarnada desesperanza, acentuada por la gran fotografía de Joseph C. Bron, con un melancólico halo ensoñador.

Toda la escena del robo está rodada con gran tensión y maestría y no olvidemos la importante contribución de los actores secundarios: la insobornable profesionalidad de Shelley Winters, la distante y gélida Gloria Graham –el papel, seguramente más prescindible de la película- y el nervioso cerebro de la trama a cargo del excelente Ed Begley.
Gould
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14 de febrero de 2023
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tres miradas al mismo entorno envuelto en la neblina de la tarde. Al fondo la urbe se erige gigantesca. Es tiempo de pausa y reflexión, más agobiante cuanto más tiempo se reflexiona.
Pero como ya se dijo antes, "Es sólo tirar una vez los dados, no importa del color que sean...". Si hay que jugar es el momento.

De las tripas más viscosas del negro sale esta historia, no hay duda. "Odds Against Tomorrow" es una de esas novelas que William McGivern hacía como churros, y que comenzaban a tener mucha difusión gracias al interés de Hollywood por ellas desde el estreno de "The Big Heat"; la reunión de cuatro perdedores natos para perpetrar el atraco a un banco despierta interés en la siempre comprometida socialmente estrella de la canción Harry Belafonte, quien levantará una película con tenacidad desde su propia compañía. Él, que asumirá el rol de John Ingram, pide a Abraham Polonski (por desgracia marcado por el Comité de Actividades Anticomunistas), a quien idolatra, que arregle la trama acorde a sus ideales.
Y Robert Wise, tras su nominación al Oscar por "Quiero Vivir" y antes del petardazo que supondrá en su carrera "West Side Story", se une sin pensarlo al proyecto, que queda en la estricta independencia, pues éste también desea controlar lo que dirige y ejerce de productor asociado por primera vez. Su visión es vital para plasmar en imágenes el guión de Polonski y ese imaginario tan característico de McGivern; huelga decir lo significativo que resulta que el primer plano del film sea el de un charco de agua estancada al borde de la calzada del West Side Street neoyorkino.

De allí, de la puta calle, es de donde procede el trío protagonista (cuarteto, en el libro). Y se va al grano en todos los aspectos. El autor no se demora en señalar el racismo de su Earl, y así Wise, cuando él alza en brazos a una niña negra que corretea por allí llamándola "pick-a-ninny" (nada menos). Tampoco el meollo del asunto: un atraco planeado con entusiasmo y precisión por David (porque Novak aquí no existe). Y el tercero en discordia entra después, Belafonte en la piel de John. Este pequeño grupo tiene dos extremos, uno negro y uno blanco, y David es quien sujeta la cuerda con firmeza.
En la dinámica de las fábulas de atracos, se emplean recursos muy vistos (la aproximación realista y natural al entorno y sus habitantes, al estilo de Jules Dassin; una atmósfera implacable como las de Phil Karlson; el retrato fatal y melodramático que John Huston y Lewis Gilbert compusieron de los hombres en "Jungla de Asfalto" y "Los Buenos mueren Jóvenes"...), pero con gran ingenio y sentido humano. Sobresale el racismo, al cual Belafonte apunta concediendo a su personaje una complejidad mayor que en el libro...pero al fin y al cabo este es un relato sobre la pérdida en todos los sentidos. Ninguno de los implicados es o ha sido atracador, pero la vida les ha empujado a la criminalidad.

Tal vez Earl soñaba con un trabajo digno y un buen salario concedido por el Gobierno del país que defendió como soldado en la 2.ª Guerra Mundial. Tal vez John soñaba con ser un gran artista y llevar una vida feliz junto a su mujer y su hija. Tal vez David soñaba con un retiro digno tras sus largos años en el cuerpo de policía. Pero no es así. A ellos no les han llegado los ecos de la expansión económica y libertad de derechos que en esa época se vive en EE.UU., sino que se han quedado al margen, por sus debilidades, frustraciones, moral baja y errores. Wise, muchísimo antes de reunir a los tres, se pegará a ellos y revisará lo indigno y triste de sus vidas.
Aun acortando el complejo análisis psicológico de McGivern (el que sean tres y no cuatro participantes ayuda a ello), todo un mundo se abre con ellos, de humillación, falta de ética, opresión y malhechores. Los intestinos de New York con su suciedad; la ciudad parece demasiado grande para ellos y les engulle. Las deudas de uno, los crímenes de otro, salen a la luz para hundirles, y si al final deciden colaborar en el robo no es sólo por dinero, sino porque las cuerdas ya no pueden tensarse más alrededor de sus cuellos. Porque uno no va a tolerar que su hija sea la sirvienta mona de algún blanco bien posicionado, porque el otro no va a tolerar que su mujer siga manteniéndolo.

Y pese a todo, Earl es infiel a ésta con la furcia de la vecina y John sigue perdiendo en las apuestas y sin poder hacer caer a su ex-mujer en sus intentos románticos (Shelley Winters, Gloria Grahame y Kim Hamilton, respectivamente, tres fuertes presencias femeninas a tener en cuenta por siempre); por desgracia David, la mente maestra que planifica el robo (una venganza perfecta contra el sistema para el que trabajó) aparece algo desdibujado en favor de sus secuaces. Esa mala sombra, el viscoso desasosiego que se abalanza no sólo sobre sus cabezas, sino las de todos los personajes, se percibe mejor en las secuencias de espera antes de la operación.
Wise filma uno de los más grandes "impasses" del cine de atracos (que para sí lo hubieran querido Huston, Kubrick o Dassin); minutos que se sufren, donde las dudas brotan, bajo una particular iluminación infrarroja (con la que el de Indiana quiso experimentar) y la preciosa fotografía de Joseph Brun, dando a la imagen un tono neblinoso, extraño, y al fondo New York de testigo rugiente. El acto en sí no es tan emocionante como podíamos pensar, sino un ejercicio de puro anticlímax, y donde, en su costumbre, la fatalidad hace de las suyas.

En un mundo así no hay otra manera de condenar el racismo ni las malas conductas; lo imaginado por Kramer en la estrenada al año anterior "Fugitivos" es un imposible.
"Stop, Dead End", avisa el cartel de la alambrada al final; nunca hubo una salida, qué demonios. El director no logra por desgracia el éxito de taquilla, pero queda claro que la fuerza de su obra persiste grabada a fuego en el género.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Chris Jiménez
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