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Barry Lyndon

Drama Adaptación de una novela del escritor inglés William Tackeray. Barry Lyndon, un joven irlandés ambicioso y sin escrúpulos, se ve obligado a emigrar a causa de un duelo. Lleva a partir de entonces una vida errante y llena de aventuras. Sin embargo, su sueño es alcanzar una elevada posición social. Y lo hace realidad al contraer un provechoso matrimonio, gracias al cual entra a formar parte de la nobleza inglesa del siglo XVIII. (FILMAFFINITY) [+]
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Críticas 196
Críticas ordenadas por utilidad
27 de noviembre de 2015
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Porque Barry Lyndon es un clásico en estado puro, clásico, como su banda sonora, natural, como en la fotografía o los escenarios que parecen cuadros de época, el atrezzo, la puesta en escena, ni rastro de cartón piedra, Kubrick es por encima de todo un perfeccionista y todo funciona en perfecta sincronía.
El film desde el inicio te transporta a la Europa clasista del siglo XVIII enfrascada en guerras por las que pronto está destinado a deambular nuestro protagonista como si en una buena novela de aventuras y desventuras, que bien podrían haber firmado Dumas o Dickens, si bien, este es un "cuento" de adultos y para adultos.
No desvelaré la trama, como continuamente lo va haciendo el narrador del film (por cierto, excelente el de la versión en inglés) tan solo quiero reflejar con estas breves líneas, mi admiración por el maestro y decir que la considero su mejor película y la más currada, que la voy visionando cíclicamente y que cada vez... será porque me voy haciendo mayor, me emociona más y más.
Miguel Angel Corvinos
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3 de noviembre de 2008
16 de 26 usuarios han encontrado esta crítica útil
El director fue explorando los límites del arte cinematográfico durante sus primeras seis creaciones, que son grandes obras y se han convertido en clásicos (personalmente, le doy el primer premio a SENDEROS DE GLORIA). Pero a partir de 2001, creo que el asunto se le va de las manos hasta tal extremo que sus películas no parecen hechas por un ser humano, sino por un Dios, y de no ser por los tan de moda 'makings of' sería imposible visualizar un equipo de rodaje compuesto por treinta personas detrás de cada plano de esta filmografía.
En el caso particular de BARRY LYNDON, el impacto que (efectivamente) conmociona al espectador sensible no es súbito o violento como lo es en el caso de LA NARANJA MECÁNICA, EL RESPLANDOR o LA CHAQUETA METÁLICA. Es como más sutil, más poco a poco (tres horas, no olvidemos). Digamos que las antes citadas te golpean el pecho con un mazo de hierro y B.L. te rocía suavemente y sin que te des cuenta con la fragancia de un millón de flores, y no obstante la sensación que te causa puede ser mucho mayor y más profunda.
A decir verdad, raras veces he visto la cinta de principio a fin, casi siempre la pillo a cachos. Pero eso no es importante, ya que el argumento (basado en una novela de aventuras como las hay a cientos) pasa a un plano totalmente secundario en cuanto vemos el resplandor colorista de todas y cada una de sus escenas. Si alguna vez el arte de la pintura y el de la música se han plasmado con un paralelismo suficientemente entendible en una película, ha sido en B.L.
La razón por la cual no se la puede encuadrar dentro de un género concreto o meterla en el mismo saco que cualquier otro filme, es porque sencillamente no existe ninguno parecido. Y la razón por la que va más allá que el simple hecho de ser una película más, es porque no aborda un conflicto concreto: la pena de muerte, el hambre, la injusticia, los grupos de rock, el amor entre adolescentes, el asesinato de Kennedy, el aborto de la gallina (no sé, así por poner ejemplos diversos)... una película al uso se centra en uno de esos temas, y lo desarrolla mejor o peor. Barry Lyndon, que simple y llanamente narra las peripecias de un joven que escala socialmente luego de atravesar diversos obstáculos, no va de nada. Es la esencia misma del mundo, de la humanidad, de la sociedad y de Dios si me apuras. Por eso me cuesta verla sin echarme a llorar de pura emoción, de puro goce de los sentidos. Es lo más parecido que he sentido al famoso síndrome de Stendhal. Y es maravilloso, por eso recomiendo verla siempre que sea posible.
Y por cierto, las interpretaciones son inmejorables. No sé por qué lo he puesto, si todo en la película es perfecto.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
JACHi
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9 de mayo de 2006
12 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una película perfecta, 3 horas que pasan volando... Una fotografía insuperable, los escenarios, vestuario y actores impecables, con un principio nudo y desenlace perfectamente hilados sin demasiadas pretensiones...

Una pelicula 10 una obra maestra
daramirez
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7 de octubre de 2011
10 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Stanley Kubrick tenía el inefable talento de parir obras con una complejidad estética y una perfección visual y técnica totales, y pese a que fuese su mayor virtud, también supuso su mayor defecto, ya que se olvidaba de transmitirles la vida a sus películas, es decir que les sustraía la esencia del más puro sentido del cine, y las congelaba, las hermetizaba, haciendo un producto a la vista intachable, pero que en su interior resultaba tremendamente seco e increíblemente frío. Este es uno de esos casos.
Se trata de un desangelado e impasible retrato histórico que ofrece Stanley Kubrick, que aunque hace un notable esfuerzo en el cuidado y el mimo de la estética del film, fotografía y puesta en escena intentando crear un perfeccionismo casi enfermizo, esta película se olvida de transportar su alma al espectador, y el tedio y la desesperación se hacen manifiestos muy tempranamente a causa de una frialdad inerte, dejando un producto vacío y bastante lastrado, sin fuerza, sin energía, espesísimo, lento y en general sin vida. Una película con una calidad notoria e insólita, desde luego, pero que sin embargo resulta ser una gran decepción por todo lo demás.
FK Gardfield
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13 de setiembre de 2013
7 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Kubrick llevaba tiempo documentándose sobre el siglo XVIII porque tenía en mente realizar una película sobre Napoleón, tanto sobre los hábitos de vida como el arte de la guerra, pero los estudios no quisieron asumir el desorbitado presupuesto que suponía. El cineasta aprovechó su formación en el citado periodo histórico y un generoso presupuesto de la Warner para adaptar la novela “Memoirs of Barry Lyndon” de William Makepeace Thackeray, una historia episódica de la vida de un plebeyo que llega a formar parte de la aristocracia inglesa. Kubrick se tomó ciertas licencias, pero respetó su estructura literaria, basada en una atractiva sucesión de peripecias en las que el azar y las contradicciones del protagonista le conducen a saber todo lo que la vida puede conceder a un hombre, pero también todo aquello de lo que le puede privar.

Aparentemente una película histórica en el sentido más tradicional del término, quizá lo que se podría tomar por un académico ejercicio de estilo de cuidada ambientación y suntuosos decorados, “Barry Lyndon” es, sin embargo, uno de las películas más atípicas de los años 70, a la vez que una de las propuestas más ricas de su director. Lo que le importa a Kubrick no es analizar sociopolíticamente una época, ni siquiera tomarla como excusa para diseccionar psicológicamente al personaje. La historia, en este sentido, es la habitual de Kubrick: el itinerario de un individuo (un excelente Ryan O´Neal) en principio enfrentado a su medio con lo que el resultado deriva una vez más hacia un fatalista, genuinamente kubrickiano discurso sobre el destino y la inutilidad de las aspiraciones humanas.

El fracaso de crítica y público quizá se deba a dos motivos: uno es su profundo pesimismo, el violento contraste entre la incontestable belleza de las imágenes y la absoluta falta de esperanza que se abate sobre los protagonistas, y el otro, quizás el más humano y también el más vergonzante, su erudición. Gracias a un nuevo objetivo experimental de gran luminosidad, Kubrick perfeccionista en grado sumo y su fotógrafo John Alcott fueron capaces de iluminar algunas escenas sólo con velas y tras un estudio minucioso de los pintores ingleses que retrataron aquella época, llevó su influencia hasta un extremo que no debe ser pasado por alto; cada figurante, cada objeto, cada paisaje, casi cada aptitud encuentra algún referente en los lienzos de Gainsborough, Devis, Stubbs, Zoffeny, Hoggarth y Reynolds entre otros.

La adaptación musical también es modélica, la sublime música de Haendel (Sarabande), Bach (Concierto para dos clavicémbalos y orquesta) y Schubert (Trío para piano), la música tradicional irlandesa encuentran en el ritmo de las imágenes un acomodo perfecto. Nadie como Kubrick ha sabido utilizar la música clásica en el cine. Todo el trabajo técnico, ese “desafío” que asumió kubrick para realizar esta película ejemplar, brilla a una altura inaccesible. Subrayada por el conmovedor estoicismo de la voz en off, la que convierte el trabajo de Kubrick en una apuesta absolutamente moderna, lo que nadie había conseguido hasta entonces en el contexto del cine llamado histórico.
Antonio Morales
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