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Ana Bolena

Drama Suntuosa recreación histórica que fue calificada como 'la película más grande de todos los tiempos'. El Enrique VIII robusto, brutal y cruel de Emil Jannings contrasta con la inocencia de la Ana Bolena de Henny Porten. Dos arquitectos dirigieron la construcción de las réplicas de la Torre de Londres, el Castillo de Windsor y la Abadía de Westminster. Intervinieron 5.000 extras. (FILMAFFINITY)
Críticas 4
Críticas ordenadas por utilidad
10 de marzo de 2007
13 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Superproducción alemana, realizada por Ernst Lubitsch a los 28 años. Se basa en un guión de Norbert Falk (Fred Orbing) y Hans Kräly, que explica el drama de Ana Bolena (Henny Porten), segunda esposa de Enrique VIII (Emil Jannings). Se rodó entre el 20 de julio y el 25 de octubre de 1920, con un presupuesto de 8 M marcos, unos 5 mil extras y unos decorados notables (Palacio de Windsor, Abadía de Westminster y Torre de Londres), levantados en los estudios de la UFA. Producida por Paul Davidson, se estrenó el 3-XII-1920 (Alemania).

La acción tiene lugar en Inglaterra entre finales de 1532 y mayo de 1536. Ana Bolena (1507-36), hija de Thomas Boleyn, conde de Wiltshire, y de Elizabeth Howard, hermana del Duque de Norfolk, después de una estancia en Holanda y Francia, regresa a Inglaterra para ocupar un puesto en la corte de la reina. Su juventud (18 años) y su atractivo personal seducen al rey, que la convierte en su amante y luego en su esposa. Del matrimonio, nace la princesa Elizabeth.

La película explica el drama de un personaje histórico que siempre ha cautivado al espectador. Con su pulso narrativo habitual, Lubitsch expone indicios premonitorios de la desgracia que se cierne sobre las esposas del rey, obligadas a dar a luz un hijo varón que asegure la supervivencia de la dinastía Tudor. En torno a ellas se mueven, además, los caprichos de un rey autoritario y cruel, poseído por la gula y la concupiscencia. Frente a la conducta del rey, Lubitsch subraya la entereza y la dignidad de Catalina y la jovialidad y serenidad de Ana. Como es costumbre en él, se sirve de la imagen para provocar la imaginación. En la Torre de Londres la cámara observa la introducción a empujones de Norris (Paul Hartman) en una estancia que se cierra tras unas puertas. Luego las puertas se abren para mostrar, desde lejos, una imagen estática que confirma, sin explicaciones, lo que ha imaginado el espectador. Para expresar el sufrimiento de la protagonista también moviliza la imaginación y omite explicaciones. La lectura de la confesión de Sutton se centra en la imagen del dedo que sigue el manuscrito, la de Norris se subraya con un gesto y la del acta real se acompaña de una vuelta de espaldas, que sugiere el desgarro de Ana a través de la vergüenza del rey. El dolor de Ana se hace patente a través de algunos hechos significativos: el instructor de la causa es su tío, el Duque de Norfolk (Ludwig Hartau), y cuando más lo necesita no le permiten ver a la hija. El plano de cierre es una elipsis inesperadamente rápida, que hiela el alma.

La versión restaurada por la Fundación Murnau ofrece como acompañamiento musical una partitura de piano, compuesta por Javier Pérez Azpeitia. La fotografía, de Teodor Sparkuhl, se ajusta a la estética expresionista alemana y se beneficia de unos decorados notables, de Kurt Richter, y de un vestuario magnífico, de Ali Hubert.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Miquel
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13 de octubre de 2006
7 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Grandísima y temprana recreación histórica del mestro Lubitsch sobre la figura de Ana Bolena, cuya llegada a Inglaterra, trajo consigo el divorcio entre Enrique VIII y Catalina de Aragón gracias a la colaboración del arzobispo de Canterbury (colaboración que "creará" la Iglesia anglicana, fuera de la obediencia de la Iglesia Católica con sede en el Vaticano).
Datos históricos a parte destacar la grandiosidad de los decorados (suntuosas maquetas de Windsor, Westminster o la torre de Londres) o la gran elaboración de los vestuarios.
En cuanto a la calidad interpretativa del reparto, dejando a parte la costumbre de sobreactuación (influenciada por el teatro) de la época, destacamos a un Emil Jannings como un "clon" de Enrique VIII , que empezaría a forjar su leyenda como uno de los actores de más valía de la época muda.
o0_oscar_0o
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7 de setiembre de 2009
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
La concordancia entre los acontecimientos narrados en el film y la vida real de Ana Bolena es plena en cuanto a los hechos relevantes y probablemente discutible en el resto. Ana Bolena fue la segunda esposa de Enrique VIII, cuyo matrimonio junto al divorcio anterior de Catalina de Aragón fueron la causa del cisma con el Papado romano y el origen de la iglesia anglicana. Acabó sus días decapitada acusada de infidelidades varias. Bien, esta línea argumental se mantiene en el film de Lubitsch, pero en cuanto al resto, se toman más de una licencia y es de entender, dado que compendiar una vida tan intensa en dos horas, es imposible, aunque se trate del buen cine de Lubitsch.

Aquí hablamos de cine pero en ocasiones es imposible continuar sin un breve repaso a la asignatura histórica, muchas veces más pendiente de lo que sería aconsejable. Y
Lubitsch es el titular de la cátedra, que ya en 1919 había enseñado como ruedan las cabezas en "Madame DuBarry" y que en 1945 daría otra lección magistral con la vida de Catalina La Grande en "La zarina, un escándalo real". ¡Que mejor que la cultura europea retratada por un europeo!

Lubitsch trabaja con Emil Jannings, uno de los actores más grande de su tiempo. Su interpretación de Enrique VIII es tan genial como creíble. Tanto es así que si observamos el cuadro de Hans Holbein el Joven, sospecharemos que el modelo era más Emil que Enrique. La oveja Dolly no podría tener un clon más perfecto. Pero además, Jannings da a su interpretación una intensidad y un verismo de tal calibre que constituyen el mejor activo de la película. A su lado Henny Porten, quien venía de colaborar con éxito en el film de Lubitsch, "Las hijas del cervecero" no da la imagen de sensualidad y belleza que probablemente fue una de los rasgos de la Ana Bolena real. Además Henny fue una de las primeras actrices en trabajar con mínimo maquillaje y centrarse en las cualidades melodramáticas de su papel. En ese aspecto está plenamente acertada pero fuera de la imagen preconcebida, lo cual tratándose de un personaje como Ana Bolena supone un handicap.

Estamos ante una superproducción de la época. Un film donde participaron 5000 extras, 500 caballos, 380 escultores para reproducir la Abadía de Westminster, por no hablar de los 14 capataces, 200 carpinteros, 400 estucadores, ni de los 16 vestidos confeccionados para Henny Porten o los 10 para Emil Jannings. Y al frente, un Lubitsch, rey de la comedia de enredos y flirts pasionales, en su salsa. Y es que Enrique VIII daba mucho juego en este tipo de cosas.

La película es excelente. Ahora bien, de excelente a obra maestra hay un trecho, aun tratándose de Lubitsch. De cualquier modo, el título de su estreno neoyorkino "Deception" no parece tener nada que ver con la calidad de la película. Creo.
FATHER CAPRIO
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23 de julio de 2014
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si nos atenemos a los retratos que acreditados pintores hicieron de Anna Boleyn (Ana Bolena), ésta, con los cánones de mujer que hoy tenemos, no era precisamente una belleza. Pero al lujurioso, burdo y cruel rey de Inglaterra, Henry VIII (Enrique VIII), le resultaba preciosa, y complementado esto con la capacidad que tenía, la por entonces jovencita Anna, para coquetear sin conceder nada, terminó por encaprichar perdidamente al obeso rey, hasta el punto que, desde entonces, no deseó otra cosa que separarse de su actual esposa, Catalina de Aragón – quien no consiguió darle un heredero-, para convertir en reina a su llamativa doncella.

No se sabe, a ciencia cierta, en que año ni donde exactamente, nació Anna Boleyn. Tan solo se ha concluido que fue en la primera década del siglo XVI, y su natalicio se lo pelean dos ciudades: Norfolk, donde dicen "¡De aquí no es!" Y Rorchfold Hall, donde exclaman "¡¿De aquí?, que tal!" Lo único que se sabe con precisión, es que Anna Boleyn fue otra de las tantas muchachas de la historia que combinaron sus atractivos con la codicia y que sería esto lo que traería grandes sombras a su vida, porque la belleza es un privilegio, pero ligada a la ambición... es muy fácil que se convierta en desgracia.

“ANA BOLENA” fue la segunda gran producción (tras “Madame DuBarry”) que consiguió hacer el director Ernst Lubitsch en Alemania, contando de nuevo con un holgado presupuesto para la recreación de época, y con un guión de Fred Orbing y Hanns Kräly, nos ha contado de manera bastante fidedigna, la historia de la segunda esposa de Henry VIII y la segunda infamia conque quedó manchado el solio de Inglaterra.

Lubitsch no guarda recato alguno para recrear al rey en su glotonería, su promiscuidad, su falta absoluta de respeto para con las mujeres… y su total carencia de escrúpulos a la hora de querer salirse con sus caprichos. También pone bien en evidencia la manera como la iglesia católica de Inglaterra -contradiciendo incluso al Papa-, dejó a un lado toda fidelidad y todo recato para complacer a su nuevo benefactor, llegando incluso a cederle, de una vez y por todas, la cabecera institucional. Sin duda, tenía razón Anna cuando complacida con esto, afirmaba que “la iglesia católica no sirve a los senderos del cristianismo”, pero esto no justifica la deslealtad… ni fue tampoco un buen camino el que propuso luego el monarca con el surgimiento de la iglesia anglicana, pues era “el mismo envuelto con distinta guasca”, como suele decir la gente de mi tierra.

Emil Jannings es de nuevo el acertado protagonista, recreando a un Henry VIII con un notable parecido físico. Henny Porton, quien tuviera un estupendo doble rol en “Las hijas del cervecero”, es ahora la “descocada” Anna Boleyn; y Aud Egede Nissen recrea a una preciosa Jane Seymour (también menos atractiva según consta en sus retratos, pues el buen gusto no era precisamente lo que caracterizaba al rey), la tercera mujer que, al convertirse en reina, también estaría próxima a la desgracia.

P.D: ¿Y por qué sería que Lubitsch no eligió como protagonista a Pola Negri, si aquí tenía otra buena ocasión para ponerla en manos de algún feo verdugo?
Luis Guillermo Cardona
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