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Críticas ordenadas por utilidad
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6,3
3.115
8
28 de septiembre de 2006
28 de septiembre de 2006
89 de 90 usuarios han encontrado esta crítica útil
Me resulta imposible comprender cómo una película de este calibre esté tan olvidada hoy en día. “Tras el cristal” no es sólo un excepcional drama que reflexiona sobre las consecuencias de la guerra, también es una monstruosa representación del terror psicológico más puro e incomprensible nunca antes vista en un film de producción nacional.
En un arranque que es toda una declaración de intenciones nos encontramos con un niño desnudo, colgado del techo y atado de pies y manos mientras es fotografiado por un hombre de lasciva mirada y pérfidas intenciones en un edificio en ruinas. Acto seguido el hombre deja la cámara, se acerca al muchacho y comprueba que éste aun sigue vivo, le pasa la lengua por la cara y sale de la habitación. Sube las escaleras, llega al tejado y se precipita al vacío.
Más tarde, el mismo hombre lo encontramos postrado en la cama, inmóvil, sólo un aparato de parálisis le permite seguir con vida. Poco a poco nos enteramos de que se trata de Klaus, un doctor ex-colaborador del antiguo régimen nazi recientemente exiliado en España. Junto a él se encuentran su esposa, agobiada por la vida de semiesclavitud que le ha tocado vivir, y su hija pequeña, solitaria e introvertida.
Una noche, sin saber cómo ni cuándo, se cuela en la casa un extraño joven que dice ser enfermero. Se ofrece a cuidar a Klaus y a pesar de las reticencias iniciales de la mujer, la insistencia de su marido por que lo acepte acaba por imponerse. Hasta aquí puedo contar.
Agustí Villaronga sabe dar reposo a una historia terrible, que habla de locura y venganza, de ambición y desprecio por el ser humano, todo esto contado con los horrores de los campos de concentración como telón de fondo. Relatos inconfesables sobre horribles torturas y ejecuciones que se narran mediante una voz en off que repasa los diarios del doctor y dota de una mayor dimensión al horror que estamos presenciando.
“Tras el cristal” no esta hecha para corazones sensibles y estómagos débiles. Posee escenas tremendamente desagradables y en más de una ocasión dan ganas de apartar la mirada de la pantalla.
No quedan del todo claras sus intenciones argumentales, y el film se mueve entre el drama y el terror con calibrado equilibrio. La obsesión del joven intruso, limítrofe a la locura, alcanza una proporción inimaginable en un principio y que ciertamente desconcierta hasta al más avispado.
Villaronga sorprende por su crudeza y se recrea en ella casi con desconsideración y descaro. También proyecta una atmósfera tensa, desasosegante, que congela el ánimo y perturba el espíritu del espectador. Una sensación que haría morirse de envidia al mismísimo rey del terror más psicológico e inexplicable, Michael Hanecke.
Sigue en spoiler (no destripo nada, tranquilos)...
En un arranque que es toda una declaración de intenciones nos encontramos con un niño desnudo, colgado del techo y atado de pies y manos mientras es fotografiado por un hombre de lasciva mirada y pérfidas intenciones en un edificio en ruinas. Acto seguido el hombre deja la cámara, se acerca al muchacho y comprueba que éste aun sigue vivo, le pasa la lengua por la cara y sale de la habitación. Sube las escaleras, llega al tejado y se precipita al vacío.
Más tarde, el mismo hombre lo encontramos postrado en la cama, inmóvil, sólo un aparato de parálisis le permite seguir con vida. Poco a poco nos enteramos de que se trata de Klaus, un doctor ex-colaborador del antiguo régimen nazi recientemente exiliado en España. Junto a él se encuentran su esposa, agobiada por la vida de semiesclavitud que le ha tocado vivir, y su hija pequeña, solitaria e introvertida.
Una noche, sin saber cómo ni cuándo, se cuela en la casa un extraño joven que dice ser enfermero. Se ofrece a cuidar a Klaus y a pesar de las reticencias iniciales de la mujer, la insistencia de su marido por que lo acepte acaba por imponerse. Hasta aquí puedo contar.
Agustí Villaronga sabe dar reposo a una historia terrible, que habla de locura y venganza, de ambición y desprecio por el ser humano, todo esto contado con los horrores de los campos de concentración como telón de fondo. Relatos inconfesables sobre horribles torturas y ejecuciones que se narran mediante una voz en off que repasa los diarios del doctor y dota de una mayor dimensión al horror que estamos presenciando.
“Tras el cristal” no esta hecha para corazones sensibles y estómagos débiles. Posee escenas tremendamente desagradables y en más de una ocasión dan ganas de apartar la mirada de la pantalla.
No quedan del todo claras sus intenciones argumentales, y el film se mueve entre el drama y el terror con calibrado equilibrio. La obsesión del joven intruso, limítrofe a la locura, alcanza una proporción inimaginable en un principio y que ciertamente desconcierta hasta al más avispado.
Villaronga sorprende por su crudeza y se recrea en ella casi con desconsideración y descaro. También proyecta una atmósfera tensa, desasosegante, que congela el ánimo y perturba el espíritu del espectador. Una sensación que haría morirse de envidia al mismísimo rey del terror más psicológico e inexplicable, Michael Hanecke.
Sigue en spoiler (no destripo nada, tranquilos)...
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
En su contra, cabe destacar su descuidado empaque formal y algunos desvaríos narrativos bastante molestos.
En un oscuro dominante, la fotografía luce pobre y sucia, cosa común en las películas españolas de la época.
El reparto cumple con creces, pero quizás la pieza que falle sea precisamente un desconocido David Sust, el indudable protagonista del film y al que se le nota su inexperiencia cada vez que abre la boca.
En definitiva, “Tras el cristal” es una obra tremendamente perturbadora, directa y abusiva pero a la vez de una lucidez impropia para una ópera prima.
Puede resultar algo indigesta en su conclusión pues nos propone conocer en profundidad la locura que provoca el trauma y la indefensión sin hacer concesiones ni andarse por las ramas. Se ponen de relieve los sentimientos encontrados de una mente inestable, que no se decanta entre la admiración y el odio, y que sufre de una ambivalencia malsana que le hace renegar de su propio ser.
No es para todos los públicos y a aquel que le ponga de los nervios todo tema que toque de forma mas o menos inmoral – e impúdica- al colectivo infantil creo que debe abstenerse de verla si no desea pasar un mal rato.
En un oscuro dominante, la fotografía luce pobre y sucia, cosa común en las películas españolas de la época.
El reparto cumple con creces, pero quizás la pieza que falle sea precisamente un desconocido David Sust, el indudable protagonista del film y al que se le nota su inexperiencia cada vez que abre la boca.
En definitiva, “Tras el cristal” es una obra tremendamente perturbadora, directa y abusiva pero a la vez de una lucidez impropia para una ópera prima.
Puede resultar algo indigesta en su conclusión pues nos propone conocer en profundidad la locura que provoca el trauma y la indefensión sin hacer concesiones ni andarse por las ramas. Se ponen de relieve los sentimientos encontrados de una mente inestable, que no se decanta entre la admiración y el odio, y que sufre de una ambivalencia malsana que le hace renegar de su propio ser.
No es para todos los públicos y a aquel que le ponga de los nervios todo tema que toque de forma mas o menos inmoral – e impúdica- al colectivo infantil creo que debe abstenerse de verla si no desea pasar un mal rato.

6,9
2.206
7
7 de octubre de 2006
7 de octubre de 2006
56 de 63 usuarios han encontrado esta crítica útil
“El último valle” es una maravillosa recreación histórica de un periodo completamente marginado por el cine: La guerra de los treinta años que asoló a media Europa en el siglo XVII.
Una obra poderosa y radiográfica, perfectamente ambientada y con una fotografía que saca provecho de un enclave natural de fantasía.
Relato incisivo de la mentalidad del guerrero de aquellos tiempos y las gentes de un pueblo germáno que, a pesar de sus enormes diferencias, han de aprender a convivir si quieren salvar la vida. Los primeros, esperan en el valle a que pase el invierno, los segundos, entre la admiración y el miedo lógico que les producen los soldados, intentarán contentarlos en la medida de lo posible pero pasando lo más desapercibidos posible.
El único pero lo pondrá el ente religioso (ese poder despótico que condenó a la muerte a miles de inocentes por la salvación de su espíritu y que tanto mal hizo siglos pasados), representado a través de la figura del cura. Un eclesiástico fanático e irascible que pondrá trabas continuamente a Caine y compañía y que no dudará en enfrentar a militares y civiles en cuanto se ponga en entredicho su palabra.
“El último valle” sigue los pasos clarividentes de la narración clásica, aminora el ritmo en su desarrollo (demasiado para mi gusto) para luego acelerarlo en el desenlace. Entre tanto, cuenta una historia de amor y brujería por un lado, y de traiciones y desengaños por el otro, pero lo hace sin restarle ni un ápice de protagonismo al conflicto principal de los soldados.
En el plano interpretativo, Caine tiene que lidiar con un papel difícil como pocos debido a su ambigüedad, pero que borda de principio a fin sacándolo adelante sin demasiados problemas. Y Omar Sharif, una vez más, demuestra lo gran actor que es y lo tristemente desaprovechado que estuvo por aquellos años.
Sin embargo, alguna que otra pieza del reparto no encaja del todo bien, y muchos personajes parecen estar de relleno (esto de las adaptaciones es lo que tiene). Por suerte la solidez narrativa de James Clavell logra camuflar dichos defectos e incluso utilizarlos en beneficio propio a modo de sorpresivas intervenciones (piensen en el “alcalde” del poblado y su evolución, por ejemplo). De todas formas su segunda línea de intencionalidad se percibe en algún momento pero no queda del todo clara.
Otro aspecto mejorable son las secuencias de acción, muy confusas e irreales, fatalmente planteadas. Cuestiones de presupuesto, me imagino.
Por último destacar a un John Barry que dio vida musical al relato con una banda sonora acertadísima que nos sumerge de lleno en el contexto histórico. Entre sus notas presenciamos un final tan atípico como sorprendente, algo precipitado, me dio la impresión, pero que pone un broche final de auténtico lujo a un film de incuestionable valor pero extrañamente olvidado por el gran público.
Una obra poderosa y radiográfica, perfectamente ambientada y con una fotografía que saca provecho de un enclave natural de fantasía.
Relato incisivo de la mentalidad del guerrero de aquellos tiempos y las gentes de un pueblo germáno que, a pesar de sus enormes diferencias, han de aprender a convivir si quieren salvar la vida. Los primeros, esperan en el valle a que pase el invierno, los segundos, entre la admiración y el miedo lógico que les producen los soldados, intentarán contentarlos en la medida de lo posible pero pasando lo más desapercibidos posible.
El único pero lo pondrá el ente religioso (ese poder despótico que condenó a la muerte a miles de inocentes por la salvación de su espíritu y que tanto mal hizo siglos pasados), representado a través de la figura del cura. Un eclesiástico fanático e irascible que pondrá trabas continuamente a Caine y compañía y que no dudará en enfrentar a militares y civiles en cuanto se ponga en entredicho su palabra.
“El último valle” sigue los pasos clarividentes de la narración clásica, aminora el ritmo en su desarrollo (demasiado para mi gusto) para luego acelerarlo en el desenlace. Entre tanto, cuenta una historia de amor y brujería por un lado, y de traiciones y desengaños por el otro, pero lo hace sin restarle ni un ápice de protagonismo al conflicto principal de los soldados.
En el plano interpretativo, Caine tiene que lidiar con un papel difícil como pocos debido a su ambigüedad, pero que borda de principio a fin sacándolo adelante sin demasiados problemas. Y Omar Sharif, una vez más, demuestra lo gran actor que es y lo tristemente desaprovechado que estuvo por aquellos años.
Sin embargo, alguna que otra pieza del reparto no encaja del todo bien, y muchos personajes parecen estar de relleno (esto de las adaptaciones es lo que tiene). Por suerte la solidez narrativa de James Clavell logra camuflar dichos defectos e incluso utilizarlos en beneficio propio a modo de sorpresivas intervenciones (piensen en el “alcalde” del poblado y su evolución, por ejemplo). De todas formas su segunda línea de intencionalidad se percibe en algún momento pero no queda del todo clara.
Otro aspecto mejorable son las secuencias de acción, muy confusas e irreales, fatalmente planteadas. Cuestiones de presupuesto, me imagino.
Por último destacar a un John Barry que dio vida musical al relato con una banda sonora acertadísima que nos sumerge de lleno en el contexto histórico. Entre sus notas presenciamos un final tan atípico como sorprendente, algo precipitado, me dio la impresión, pero que pone un broche final de auténtico lujo a un film de incuestionable valor pero extrañamente olvidado por el gran público.
7
29 de septiembre de 2006
29 de septiembre de 2006
42 de 43 usuarios han encontrado esta crítica útil
Entretenimiento del bueno es lo que nos ofrece esta atractiva propuesta aventurera que relata la fuga de dos criminales de una cárcel de máxima seguridad en las frías tierras de Alaska. Uno de ellos (Jon Voight) es por su mal comportamiento y continua insubordinación un ejemplo a seguir para todos los demás presos, que aclaman sus desplantes al rector y festejan todas sus rebeldías. Cuando decide fugarse, tras el ira un tipo de poca personalidad, fácilmente impresionable y que adora a Voight y todo lo que éste representa (Eric Roberts).
Con la policía pisándoles los talones, los dos fugitivos pretenden huir montándose a un tren con tan mala fortuna de que nada más comenzar el trayecto el maquinista sufre un ataque al corazón y deja a la locomotora sin nadie que la dirija. A partir de aquí el viaje se tornara extremadamente peligroso para los dos protagonistas, en los que la tensión de saber que la muerte se aproxima minará sus esperanzas y dejará al descubierto sus instintos más primitivos.
Sin perder el espíritu aventurero, Konchalovsky narra no sólo un viaje frustrado hacia la libertad, sino también una historia de sueños rotos, ilusiones perdidas y dolorosos descubrimientos.
El factor psicológico no se descuida en ningún momento (se nota la mano de Kurosawa en el guión), pero al film se le podría achacar un desarrollo un tanto plano que solo se altera en los últimos veinte minutos de metraje, curiosamente cuando entra en escena Rebecca de Mornay y transforma todo lo visto hasta el momento.
Lástima que cometa un grave error al darle tanta importancia al rector de la penitenciaria y a lo que sucede fuera del vagón del tren. Debido a esto último la película pierde originalidad, frescura, y termina pareciendo algo tópica y previsible. Cosa que gracias a un final lleno de lirismo e intensidad podemos comprobar que por suerte no trasciende de lo meramente anecdótico y no acaba amargándonos el dulce del todo.
Voight está brillante (recomiendo verla en versión original), la banda sonora complementa perfectamente lo que vemos y una dirección ágil, efectiva, que no deja que baje el ritmo de la acción, que se sirve de la naturaleza como medio de expresión y que siempre está bien posicionada hace el resto.
“El tren del infierno” es por tanto un film emocionante, que entretiene como pocos y que a pesar de sus fallos te deja un grato recuerdo.
Recomendable.
Con la policía pisándoles los talones, los dos fugitivos pretenden huir montándose a un tren con tan mala fortuna de que nada más comenzar el trayecto el maquinista sufre un ataque al corazón y deja a la locomotora sin nadie que la dirija. A partir de aquí el viaje se tornara extremadamente peligroso para los dos protagonistas, en los que la tensión de saber que la muerte se aproxima minará sus esperanzas y dejará al descubierto sus instintos más primitivos.
Sin perder el espíritu aventurero, Konchalovsky narra no sólo un viaje frustrado hacia la libertad, sino también una historia de sueños rotos, ilusiones perdidas y dolorosos descubrimientos.
El factor psicológico no se descuida en ningún momento (se nota la mano de Kurosawa en el guión), pero al film se le podría achacar un desarrollo un tanto plano que solo se altera en los últimos veinte minutos de metraje, curiosamente cuando entra en escena Rebecca de Mornay y transforma todo lo visto hasta el momento.
Lástima que cometa un grave error al darle tanta importancia al rector de la penitenciaria y a lo que sucede fuera del vagón del tren. Debido a esto último la película pierde originalidad, frescura, y termina pareciendo algo tópica y previsible. Cosa que gracias a un final lleno de lirismo e intensidad podemos comprobar que por suerte no trasciende de lo meramente anecdótico y no acaba amargándonos el dulce del todo.
Voight está brillante (recomiendo verla en versión original), la banda sonora complementa perfectamente lo que vemos y una dirección ágil, efectiva, que no deja que baje el ritmo de la acción, que se sirve de la naturaleza como medio de expresión y que siempre está bien posicionada hace el resto.
“El tren del infierno” es por tanto un film emocionante, que entretiene como pocos y que a pesar de sus fallos te deja un grato recuerdo.
Recomendable.

7,5
16.344
8
18 de septiembre de 2006
18 de septiembre de 2006
39 de 41 usuarios han encontrado esta crítica útil
Basando todo su potencial exclusivamente en un soberbio guión donde ningún cabo queda suelto, el análisis causal de las relaciones de pareja sirve una vez más al genio neoyorquino para hacer y deshacer a su antojo los entresijos sentimentales de dos típicos matrimonios de clase media-alta de los noventa encarnados por Farrow y Allen por un lado y Davis y Pollack (todo un acierto este último) por el otro.
Con una sapiencia que resulta fascinante, Allen realiza un ensayo exhaustivo sobre las disputas conyugales, los miedos internos y el sentimiento de dependencia que se crea durante el matrimonio. Analiza y construye, y por el camino juega con sus inseparables constantes argumentales, todo esto sin peder el rumbo esclarecedor de unas palabras que se van convirtiendo en conclusiones demoledoras que impactan por su sinceridad desmitificadora y pesimismo.
Se podría afirmar sin miedo a equivocarse que “Maridos y mujeres” es uno de los trabajos más redondos e introspectivos de Woody Allen, y si además le añadimos la magnética presencia de la eterna lolita cinematográfica Juliette Lewis pues te sale una obra imprescindible que nadie debería perderse.
Con una sapiencia que resulta fascinante, Allen realiza un ensayo exhaustivo sobre las disputas conyugales, los miedos internos y el sentimiento de dependencia que se crea durante el matrimonio. Analiza y construye, y por el camino juega con sus inseparables constantes argumentales, todo esto sin peder el rumbo esclarecedor de unas palabras que se van convirtiendo en conclusiones demoledoras que impactan por su sinceridad desmitificadora y pesimismo.
Se podría afirmar sin miedo a equivocarse que “Maridos y mujeres” es uno de los trabajos más redondos e introspectivos de Woody Allen, y si además le añadimos la magnética presencia de la eterna lolita cinematográfica Juliette Lewis pues te sale una obra imprescindible que nadie debería perderse.
7
12 de septiembre de 2006
12 de septiembre de 2006
36 de 38 usuarios han encontrado esta crítica útil
Producción de Ghibli muy diferente a lo que nos tiene acostumbrados Mizayaki y compañía ya que en “Susurros del corazón” el componente fantástico se deja prácticamente de lado para centrarse en los avatares por los que ha de pasar una niña empeñada en encontrarse a si misma mientras intenta salir airosa de los cambios que se suceden a su alrededor. Situaciones y sentimientos nuevos propios de la edad tales como el surgimiento del primer amor o el vacío y perdida de rumbo que se siente en esa etapa de nuestra vida en la que pasamos de ser niño a adulto casi sin darnos cuenta.
Sencilla, emotiva, melancólica incluso, “Susurro del corazón” nos retrotrae a nuestros últimos días de infancia y mediante la diáfana mirada de una niña desorientada pero sumamente vitalista nos hace vivir sensaciones casi enterradas en nuestro subconsciente y que afloran de súbito para recordarnos lo bello que es crecer y desarrollarse interiormente.
Sencilla, emotiva, melancólica incluso, “Susurro del corazón” nos retrotrae a nuestros últimos días de infancia y mediante la diáfana mirada de una niña desorientada pero sumamente vitalista nos hace vivir sensaciones casi enterradas en nuestro subconsciente y que afloran de súbito para recordarnos lo bello que es crecer y desarrollarse interiormente.
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