Resulta que por un lado tenemos a un tipo irremediablemente atrapado en su mediocre existencia, con un trabajo vacío, una jefa repulsiva y zampabollos y una novia que se cepilla a su mejor amigo a quien, para más inri, tiene que ver el careto todos los días en la oficina. Este pagafantas cantamañanas, que perfectamente pudiera ser el Edwar Norton de "El club de la lucha" pero a lo soso e intrascendente, descubre por un golpe del destino que por sus venas corre sangre de asesino, descendiente de una generación milenaria de superdotados para el matarile.

Pues por el otro lado tenemos a estos templarios de la sangre que son un prodigio de la acrobacia y la puntería pero que poseen el raciocinio de un sapo ya que cumplen a rajatabla los encargos de asesinato que les suministra arbitraria y frenéticamente una especie de telar/oráculo, el cual teje en tela china barata las identidades de los desdichados objetivos. Si usted se ha enterado de algo en todo este embrollo, puede que sienta algo de interés por una película que, a pesar de sus descaradas influencias Mátrix, conduce al aburrimiento más exasperante.

Ni siquiera Angelina consigue levantar algo de excitación y, a pesar de considerarla una de las mejores actrices contemporáneas, aquí abusa de su peor registro a lo Lara Croft/Morritos Apretados. Sólo el personaje de James McAvoy nos impulsa a seguir atentos a su progresión (narrativa y muscular) en el metraje. Wanted es un olvidable (supuesto) entretenimiento de acción que gozarán los que deseen desconectar viendo un rato cómo vuelan y entrechocan balas a cámara lenta. Lo peor es que habrá que sufrir su próxima secuela.

Es muy curioso observar cómo han evolucionado los zombis desde aquella noche de George A. Romero. Parece ser que ya no volverán aquellos muertos vivientes que hacían honor a su nombre con sus andares torpes y pesarosos y sus huesos quebradizos que acababan de salir de la tumba. Y cada vez está más claro que los zombis ochenteros de Thriller (aunque se desbocaban al oir música disco) ya no venden. Tardarían un siglo en alcanzar a sus víctimas.

Por supuesto que gracias a Resident Evil y a Danny Boyle el nuevo zombi del siglo XXI ya no surge de las entrañas de la tierra sino que sus cualidades de resistencia y energía son multiplicadas por la infección de un virus desconocido y devastador. De hecho, este "Bienvenidos a Zombieland" bebe mucho de aquel "28 días después" : sus zombis son auténticos atletas agresivos y voraces a los que hay que disparar, mutilar y aplastar de la forma más asquerosa posible para conseguir que nunca más vuelvan a moverse.

La película de Ruben Fleischer, en resumen, no aporta nada nuevo. Es más de lo mismo aderezado con cierta gracia, algunos puntos descojonantes y transgresores (que tal cual están las cosas hoy día se agradecen bastante) y una joven y refrescante efervescencia rock patente sobre todo en una más que adecuada banda sonora y en la actitud descarada de todos sus personajes. Tengo la impresión de que podría ser la película sobre zombis que el antes nombrado Boyle hubiera dirigido si no hubiese temido que le saliera muy parecida a "Trainspotting" (véanse los maravillosos créditos iniciales). Zombieland es el "Zombies party" americano y ese film que todo descendiente de los ochenta aficionado al gore desea rodar alguna vez. Encontraremos en él lo mismo que en "Amanecer de los muertos", "28 días después", ""Planet Terror" e incluso "REC" pero privando a todas ellas de su terrorífica seriedad. Fleischer sustituye todo eso por una road movie que desplaza a sus inadaptados pos-apocalípticos lo mismo en una furgoneta que en una montaña rusa.

Documento imprescindible para conocer un poco más la cultura hippie, de la que todos hemos oído hablar (con demasiados prejuicios y en ellos me incluyo) y pocos valoramos en sus detalles. Proviene de un musical de Broadway de finales de los 60, cuando el movimiento estaba en su máxima ebullición y lo único que se le puede echar en cara es la puesta en escena, algo pobre en algunos números, aunque se tiene la impresión de que Forman lo hizo así a propósito (películas suyas posteriores como "Amadeus" demuestran que tiene un gran talento en este apartado). De todas formas todos sus defectos se van corrigiendo gradualmente conforme avanza el metraje, llegando a un desbordante y sorprendente final.

"Hair" nos vuelca bocanadas de frescura y ganas de vivir, amar y soñar con la paz. Hace que la utopía hippie tenga sentido, al menos en la ficción, y consigue entretener con absorbentes canciones. Avanza cada vez con más fuerza en los números musicales y consigue emocionar en los momentos más dramáticos pero sin perder un ápice de su humor. La música no te deja sentir la tragedia y de hecho la envuelve en una coral manifestación antibelicista. Es divertida y documenta perfectamente el sentir popular del movimiento respecto a la sociedad acomodada estadounidense y la guerra de Vietnam.

Destaca la interpretación de Treat Williams (su descaro y compromiso traspasan la pantalla y llevan el peso de la película), y algunos números son francamente divertidos: los mejores, el repaso de los militares en la escena del reconocimiento médico y el momento "te hice un hijo pero me largo a alucinar". Es embaucadora y gustará incluso no estando de acuerdo con su filosofía.

La historia de Paul Conroy bien pudiera ser uno de esos fenómenos mediáticos que de vez en cuando llenan los informativos y sobrecogen a medio mundo. Su veracidad se ejemplifica perfectamente en esos acontecimientos humanos que son increíbles pero ciertos, y así, a bote pronto, me viene a la cabeza el reciente rescate de los mineros chilenos. Es mucha la angustia que te oprime viendo una película que, precisamente por conectar con todas esas historias reales, cala mucho más profundo.

Desde unos maravillosos créditos iniciales hasta un desconcertante final Cortés despliega todo un ingenio técnico de imagen y sonido para meternos en una caja con medios muy limitados. Y resuelve todos los frentes de manera virtuosa (quién es, qué hace ahí, cómo puede salir). Es un gran mérito hacer funcionar una película así, y es por eso que quizá muchas de las situaciones que presenta el guión pueden parecer extremas, absurdas, efectistas y cargadas de una tensión artificiosa. Pero son necesarias para hacer funcionar no una película en este caso, sino toda una experienca cinematográfica, original, diferente, arriesgada y polémica (puede que las sorpresas de su argumento hayan levantado alguna ampolla más en la destartalada administración Bush). Lo que más admiración provoca es, sin embargo, su capacidad de mantener tu atención con constantes giros dramáticos en el rostro y la voz de un Reynolds inesperado. Una mezcla entre el López Vázquez de Antonio Mercero y el Colin Farrell de Joel Schumacher pero añadiendo mucho más histrionismo y desespero.

Es una muy recomendable película para valientes y para aquellos que no teman la soledad, ya que las escenas que más duelen son las que muestran a un hombre alejado de los suyos. Es la mayor claustrofobia posible. Dura y desalentadora, supone un avance en esa vanguardia actual del cine de horror que pretende cada vez más transformarnos de espectadores a sufridores.

Viendo la última de Woody Allen acudía involuntaria y repetidamente a mi memoria uno de los estrambóticos personajillos que salían en aquellos programas de los 90 de Alfonso Arús. El propio presentador emulaba, ocultando la cara tras unas gigantescas gafas amarillas, al cantante José Vélez de quien se decía era gafe, cenizo, y tenía un fario harto peligroso. No sé por qué, pero cada vez que presentía llegaba el final de una escena, le esperaba ver surgir de repente cubriendo el plano con sus gafotas y su dentaduraza palmeando las manos, dándole un culazo a Josh Brolin y gritando su latiguillo: "¡qué mala suerrrrrrrteeee chataaaa!" Y me reía más de imaginarme esto que de otra cosa porque la verdad que lo que Allen llama aquí comedia no tiene ni puta gracia. Es una de las películas más tristes que he visto en mucho tiempo sobre la irremediable mala suerte de unos personajes patéticos.

No se puede negar que es una película con estilo, de autor y bla bla bla por esa elegancia propia en la fotografía (son maravillosos los ires y venires de la cámara en el reducido espacio de un piso de 30 metros cuadrados siguiendo acaloradas discusiones madre-hija-suegra-yerno) y se disfruta sobre todo por contemplar a unos actores tan sólidamente consagrados haciendo gala de un aplomo estremecedor. Pero, señores, la historia en sí es una chufa. Un melodrama baratero con influencia paranormal (metida con calzador) en una trama anodina sobre personas que se ven abocadas al fracaso romántico en diferentes edades de su existencia. Tiene sus momentos: ese voyeurismo hitchkoniano a lo desayuno con diamantes pero con música de Bocherini, ese Hopkins con el ojo morado escuchando a una ramera decir que unas pruebas de paternidad no son siempre veraces, o una Naomi Watts aguantando la lágrima al enterarse de que le acaban de quitar al hombre de sus sueños.

No está a la altura de anteriores trabajos a los que incluso imita casi milimétricamente y si no fuera por el arropo de los actores se vendría abajo. Y no es del todo estúpida, pues resulta muy interesante esa introspectiva de la mala suerte y la radiografía que hace Woody de esa tenacidad por conseguir el éxito (mucho más elaborada e intensa en "Match Point", pero bueno). No deja de ser una fábula pesimista con la moraleja, me parece a mí, de que en cuanto se refiere al amor sólo puedes encontrar consuelo pensando en la reencarnación o dándole a la botella. Por cierto, voy a ver si hay algo por ahí para tomar un sorbito....