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Críticas de Sergio Berbel
Críticas 844
Críticas ordenadas por utilidad
10
16 de diciembre de 2021
3 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tras levitar por encima de mis posibilidades con “La hija”, estoy en condiciones de afirmar que, para mí, Manuel Martín Cuenca es el mejor cineasta de la historia del cine andaluz. No sólo por lo demostrado en sus primigenias “Malas temporadas” o “La flaqueza del bolchevique”, sino desde que se refundó a sí mismo e inició un periplo por Andalucía que ha marcado nuestro cine y a quienes lo amamos para siempre.

Comenzó dicha gira andaluza por “La mitad de Óscar” donde convirtió Almería en un personaje ineludible de la trama. Reflejó la gélida alma granadina en “Caníbal”. Supo captar la artificial esencia de Sevilla en “El autor”. Ahora nos ha llevado a la Cazorla jiennense con “La hija”, legándonos de paso su gran obra maestra y su cumbre de madurez como cineasta. Para mí, la película del año con permiso de “El buen patrón” de Fernando León de Aranoa.

Estamos en presencia de un thriller seco y agreste que, a partir de un cierto momento del metraje, torna a terror puro y duro, a cuento gótico que hiela la sangre del más indiferente. Estamos ante una provocación fílmica que nos habla de la maternidad, de los vientres de alquiler, de la desesperación, de la locura, del injusto trato que reciben los migrantes, de madres sin hijos y de hijos sin padres… Martín Cuenca retrata, tras la excusa del thriller, como si de un Asghar Farhadi andaluz se tratase, la parte oscura del ser humano, como ya lo hizo magistralmente con “La mitad de Óscar”, “Caníbal” o “El autor”. Su misantropía genera cine de alta dimensión en infinitos kilates, perturba y tensa como pocos. En determinados momentos de su proyección, he tenido que aferrarme a los brazos del sillón e incluso echarme hacia adelante en el patio de butacas para encontrar el aire que Martín Cuenca me había robado con su cinta, un golpe seco en el estómago que incomoda y fascina a partes iguales.

Una obra maestra indiscutible y automática que narra la historia de una pareja sin hijos, magistralmente interpretada por el gran Javier Gutiérrez y la siempre fantástica Patricia López Arnaiz, que deciden esconder en su casa a una menor de edad de pasado problemático embarazada de un migrante cumpliendo pena privativa de libertad (impactante personaje juvenil que se sostiene en una interpretación de Irene Virgüez apabullante). Entre el anfitrión y la invitada existen unos lazos de unión muy especiales y su esposa no acaba de sentirse integrada en una ecuación tan compleja. A partir de ahí, todo se complica conforme el metraje avanza.

Luego está la capacidad visual hipnótica que logra dotar a los planos de Martín Cuenca de una fuerza y una veracidad que hielan la sangre (el plano final de la película me acompañará de por vida) y ese sexto sentido de convertir los paisajes andaluces en un personaje más de sus historias filmadas. En este caso, además, mucho más por el sonido del bosque y del viento que por lo estrictamente visual, algo que ya ensayara igualmente en “La mitad de Óscar” con aquel levante perpetuo que azotaba el Cabo de Gata.

Con “La hija” gana la partida con unos planos cenitales de una fuerza narrativa que pocas veces he visto antes en toda mi vida, unos fueras de campo que te crispan los nervios y que no vas a olvidar jamás y con una distancia y frialdad en la forma de mostrar los personajes que ya es marca de la casa de un Manuel Martín Cuenca al que cada día adoro más, con convicción y devoción.
Sergio Berbel
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6
4 de julio de 2021
1 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Deja una buena sensación “Akelarre” de Pablo Agüero, bastante buena, pero también un regusto a ocasión perdida, a historia que se ha quedado corta, a un empaque visual impactante que hubiera merecido más contundencia y dramatismo en el relato de las desdichas de unas hijas de Bernarda Alba acusadas de brujas en la Euskadi de principios del siglo XVII.

Con un planteamiento visual muy acertado y correcto, con unas interpretaciones sólidas de todo su elenco femenino, con un Àlex Brendemühl como siempre más que correcto en una evolución de su personaje durante el metraje de la cinta ciertamente notable, con una ambientación de aquella Euskadi de época muy estudiada, sin embargo la historia arranca sin elevarse hasta el nivel que hubiera requerido tan impactante relato a pesar de que siempre va de menos a más y culmina en una escena final altamente interesante.

Hablamos de una época donde la Inquisición perseguía a toda mujer sospechosa de brujería, fuese porque realmente hubiera sido así (casi nunca), por indicios o por caprichos y mera venganza. Una violencia ejercida sin piedad y a través de torturas hasta que confesaran todo lo que nunca habían hecho, persiguiendo al Diablo y a quienes presuntamente lo adorasen con una inquina ridícula y un desequilibrio mental apabullante.

Si eras mujer además, la suerte estaba echada por cualquier pequeño detalle. Si eras una mujer vasca, los recios castellanos siempre invasores, agresivos e imperativos allá por donde pasasen sabrían cómo hacerte sufrir hasta que confesaras lo que fuere menester.

Todo ello con una música adecuada que funciona y un crescendo dramático interesante hasta un final muy interesante y, sin embargo… Me deja frío, me queda la sensación de que podría haber sido mucho más y de que ese euskera que tanto y tan bien hace por imprimir fuerza a la interpretación de su elenco artístico femenino hubiera merecido cargar las tintas en este drama de época tendente a un tenebrismo que debió serlo más y que se beneficia, sin duda, de la interpretación de Amaia Aberasturi.
Sergio Berbel
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10
17 de febrero de 2022
7 de 20 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ver “Licorice Pizza” es recordar en todo momento por qué Paul Thomas Anderson me parece el mejor director en activo del mundo. Me ratifico y cada día me resulta más evidente. Nadie en todo el planeta, absolutamente nadie, hace con la cámara lo que logra Anderson. Es Dios y el resto de cineastas son sus discípulos. Y aunque idolatro más sus dramas que sus comedias, aunque soy más de “Magnolia”, “Pozos de ambición”, “The Master” o “El hilo invisible”, cuando su genio inconmensurable abarca también la comedia, como en el caso de “Boogie Nights” o “Licorice Pizza” (ambas tienen muchísimos puntos en común más allá de su aspecto setentero), necesito verlas de rodillas igualmente.

Esta respuesta de Paul Thomas Anderson al ejercicio de nostalgia de Quentin Tarantino en “Érase una vez en Hollywood” (o de Paolo Sorrentino en “Fue la mano de Dios”, o de Pedro Almodóvar en “Dolor y gloria”), con la que comparte época, tono y lugar en la maravillosa L.A., sueño de todo cinéfilo, está al mismo o más nivel. Paul Thomas Anderson abandona su maravilloso tono dramáticamente pomposo de “Pozos de ambición” o “El hilo invisible” con sus ambientes sórdidos y extremos, para seducirnos con la misma intensidad de calidad a través de una comedia romántica que tiene lugar entre un quinceañero y una chica de 25 en el Valle de San Fernando durante 1973, conectando más con la estética y el tono de “Boogie Nights” que de sus grandes obras dramáticas.

Pero, como ocurre en toda la filmografía de Paul Thomas Anderson, para mí, lo de menos es lo que cuenta sino cómo lo cuenta, el alarde técnico y estético de cada plano, de cada secuencia, insuperable por ningún otro director de este mundo ni de otros. En “Licorice Pizza” concurren todas y cada una de las señas de identidad de este genio estratosférico: desde lentísimos movimientos de cámara buscando el rostro de sus actores, pasando por planos secuencia de un barroquismo y complejidad de rodaje aplastantes y jugando, en esta película es algo “cum laude”, con los reflejos de sus personajes en espejos donde la ubicación de la cámara es imposible de determinar y te obliga a concluir que no existe genio como este genio.

Esta obra maestra del cine, eterna desde su nacimiento, se sustenta, además, en la interpretación y la química existente entre una pareja actoral indiscutible llamada a protagonizar el futuro del Séptimo Arte: lo de Alana Haim, reina y señora de la función, no es de este mundo. Ella se come con patatas a todo el que se le acerca y el espectador suspira de impaciencia cada vez que no aparece en plano. Es diosa y señora. Lo de Cooper Hoffman (hijo de un tal Philip Seymour Hoffman) no es menor. Ambos derrochan una categoría, un saber estar y un nivel ante la cámara sin precedentes y merecerían todos los galardones interpretativos habidos y por haber. Yo necesito ver desarrollarse actoralmente a Alana Haim, porque lo suyo apunta a llegar a ser una de las grandes actrices de la historia del cine. Así de claro lo tengo.

Pocas veces se ha retratado el abandono de la adolescencia camino de la madurez tal y como se retrata en el personaje que interpreta Cooper Hoffman, un chaval con una intuición para crear negocios asombrosa que sólo necesitaba ser empujado por Alana Haim, la “femme fatale” que todo adolescente corona en sus sueños más húmedos. La tensión sexual entre ellos es tan inmensa como la química que derrochan esta pareja de actores. Sublime.

Pero, por si la interacción entre Paul Thomas Anderson, Alana Haim y Cooper Hoffman no fuera suficiente, mención aparte merece su banda sonora, cargada de temazos inmortales de rock´n´roll y soul que embelesan al más escéptico. Este reverso luminoso de “El hilo invisible” enamora y encandila para siempre porque nace eterna.
Sergio Berbel
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10
30 de noviembre de 2022
1 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Claudia Pinto Emperador firma una de las grandes películas de la década en nuestro cine. Un drama desgarrador, tremendo, de un dolor insondable, sucio, pecaminoso, sórdido, lleno de secretos, con un aura de thriller bajo su superficie, abrasador, gélido, apasionado, distante, brutal. No había sentido una intensidad de sentimientos perturbadores de tal magnitud desde “Madre” de Rodrigo Sorogoyen, con la que quiero encontrar algunas similitudes. En suma, una obra maestra de nuestro tiempo.

Todo es oscuro y esconde ominosos secretos en su argumento y en sus personajes. Al espectador se le entiende como un ser inteligente y tendrá que ir uniendo las piezas conforme avanza el metraje para crear la verdadera historia que se cuenta bajo la superficie de lo que se narra. Claudia Pinto Emperador tiene para ello una osadía y una valentía sin precedentes y quien sigue el juego que propone al espectador la cinta tendrá un premio soberbio, la contemplación de una cinta desgarradora.

Un film de personajes donde importan las interpretaciones de las actrices (el festival interpretativo de Juana Acosta y María Romanillos no es de este mundo) y actores que los encarnan y, sobre todo y por encima de todo, el terrorífico paisaje en el que se desarrollan los hechos, una bucólica y preciosa isla volcánica en primer plano, pero un pozo insondable de terribles historias en su fondo. Quizás sea la isla el mejor de sus protagonistas, a pesar de la plétora de seres humanos que aparecen delante de la cámara. Y es que todo es perfecto en este alambicado clásico instantáneo.

Fabiola (mágicamente interpretada por Juana Acosta) regresa a la isla en al que ocurrió la peor tragedia de su vida que aún no ha superado: la muerte de su esposo en un accidente cuando ambos practicaban submarinismo. No retorna sola, sino acompañada de su hija de 14 años Gabi (impresionante descubrimiento el de María Romanillos) y del abuelo de Gabi y padre de Fabiola. Allí se reencuentra Fabiola con una madre distante desde que se divorciara décadas atrás de su padre y una isla cargada de secretos en torno a la figura de su abuelo, ya muy enfermo (aparición episódica del gran Héctor Alterio).

Pero Fabiola comienza a sospechar que algo extraño que no acaba de encajar ocurre entre su padre y su hija, entre abuelo y nieta, y comienza a espiar en su propia casa todo lo que sucede para atar cabos y así confirmar o desmentir sus peores presagios. Mientras tanto, la isla y toda la claustrofobia insana que genera comienza a hacer estragos.

Especialmente acertada y perturbadora resulta la música de Vincent Barrière y espléndidamente gélida la fotografía de Gabriel Guerra, que llega a crear una atmósfera inquietante en sí misma para una película ciertamente impactante e inolvidable.
Sergio Berbel
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9
28 de julio de 2020
0 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
A veces (demasiado pocas) entre campos y campos de cardos, el género de terror te ofrece una preciosa amapola. Es tan raro lograr entusiasmarse con una cinta del género… Pero esta tarde me ha ocurrido con “Para Elisa”, la ópera prima de Juanra Fernández, lección magistral de cine con escasísimos recursos pero toneladas de inteligencia y atrevimiento.


Un film de terror en el que no hay sustos fáciles, golpes de música ni elementos irracionales inexplicables. Todo encaja en la (terrible) lógica más absoluta. Es un cuento gótico sobre los mundos angustiosos que hay en la puerta de al lado de nuestra casa y en los que podemos caer cualquier mal día. Es una maravilla. Pasa al elenco de mis escogidas junto con “Déjame entrar” de Thomas Alfredson, “A ghost story” de David Lowery, “Thelma” de Joachim Trier, “Verónica” de Paco Plaza. Y, dicho sea de paso, conserva la cinta de Juanra Fernández cierto aire a “La madre muerta” de Juanma Bajo Ulloa absolutamente irresistible y conseguido.


Con ecos bastante expresos de “¿Qué fue de Baby Jane?” de Robert Aldrich y “Misery” de Rob Reiner, ambas homenajeadas con dignidad y capacidad artística que ennoblecen el momento más allá del mero tributo, el enorme cineasta nos sorprende con una historia angustiosa que ocurre en el mismísimo centro histórico de Cuenca, en el piso desasogante y decadente donde una señora mayor (otrora niña prodigio pianista) vive con su hija y a donde acude la protagonista, Ana, estudiante universitaria, a una oferta de trabajo para cuidadora de la menor. Pero… Por cierto, su plano final antológico que supone la guinda del pastel y la cuadratura del círculo, es absolutamente magistral.


Cuanto menos sepas del argumento antes de verla, mejor, pero haz por encontarte con ella porque la película depara una gratísima sorpresa cargada de calidad y cualidades cinematográficas. Sostenida por una dirección brillante, algunos planos sobrados de calidad, una tensión ambiental perfectamente diseñada y unas situaciones angustiosas precisas, que lógicamente requieren de la entrega de su elenco actoral, entre quien destaca de forma mucho más que notoria la gran Ona Casamiquela ejerciendo de víctima de la función de forma estelar y robando desde el primer plano de la película todo el protagonismo al resto, perfectamente secundada por Ana Turpin, que borda un papel bastante complejo de llevar a la práctica.


Juanra Fernández ha estrenado ahora su segundo largo, “Rocambola”, que lógicamente estoy deseando ver.
Sergio Berbel
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