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Críticas ordenadas por utilidad
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10
27 de diciembre de 2024
27 de diciembre de 2024
136 de 196 usuarios han encontrado esta crítica útil
Paolo Sorrentino es una de las mejores cosas que le han ocurrido nunca al cine europeo. Su filmografía ha marcado un estilo, unas formas, una temática y una concepción ideológica que ha cambiado la manera de acercarse al Séptimo Arte. Discípulo confeso de Federico Fellini, ha aventajado a su maestro de manera ostensible creando una marca perfectamente reconocible al primer vistazo a cualquiera de sus planos, lo mejor que se puede decir de un cineasta, un genio en este caso.
“Parthenope” es su obra maestra definitiva, la gran joya de su filmografía, la pieza clave de madurez de un artesano de una genialidad incuestionable. Utiliza la metáfora de la mujer más deseable del mundo para mostrarnos la sociedad napolitana en todos sus recovecos, sin olvidar ninguno por el camino. Porque esta cinta es sencillamente perfecta en forma y contenido, y es profundamente sorrentiniana en todo lo que se ve y lo que se escucha. Un film que me ha calado el alma al primer visionado y que me acompañará para siempre, como lo hará su eterna protagonista Parthenope y la interpretación eterna que de ella hace una diosa llamada Celeste Dalla Porta, a la que ya jamás olvidarás tras el visionado de este film.
El barroquismo rococó elevado al paroxismo propio de Paolo Sorrentino se despliega en este film como nunca antes, anunciado ya desde su primer plano en el que de la niebla emerge un señor grueso con un traje blanco navegando sobre un bote en el que se transporta una carroza procedente de Versalles. Desde ese momento, sabes que nada va a poder sorprenderte si te dejas acunar dentro del universo sorrentiniano. Pero no sólo mires, escucha, porque ya verás todas las citas que van a ir escupiendo sus personajes como si nada, como si no fueran lúcidas y geniales.
El cineasta italiano conforma esta cinta para homenajear a su Nápoles natal y para ello la personaliza en una ninfa, en una bellísima mujer que nace y emerge de las aguas del mar (el mar es la presencia insustituible del film) como la más bella joven jamás conocida, Parthenope, de la que ni tan siquiera su hermano puede evitar enamorarse de ella.
Pero la belleza única y mágica de esta diosa es lo de menos, porque lo que importa es su sublime inteligencia, sus ansias de cultura y su deseo de ser antropóloga para llegar algún día a poder responder a la compleja pregunta sobre qué es la antropología. El guión, firmado por el propio Paolo Sorrentino y Umberto Contarello es, sencillamente, uno de los mejores que se hayan escrito nunca, cargado de reflexiones lúcidas, frases imborrables, aforismo que marcan y un barniz nihilista y triste que se rompe en determinados momentos donde la acidez lo convierte en hilarante. Lo profundo y lo soez, lo sublime y lo chabacano, todo de la mano, como no podría ser de otra forma con Sorrentino de por medio.
Celeste Dalla Porta es reina y señora del film, aparece prácticamente en todas sus escenas, la cámara baila alrededor de su belleza desasosegante, sus primeros planos mirando fijamente a cámara nos embaucan, nos embelesan, nos enamoran, nos colman a pesar de ser frecuentes para poder saciar una sed que nunca se calma. Celeste convierte en eterna a Parthenope y hace apagarse a las maravillosas estrellas que pueblan el elenco actoral extenso de esta cinta, entre las que destaca, sin duda, la participación de Gary Oldman, quién sabe si en el mejor papel de su carrera, que nos lega algunos de los mejores diálogos del film y de nuestra vida. Insuperable esa frase en la que declina la invitación de Parthenope a pasear con él diciéndole que no va a permitir que ella malgasta un solo minuto de su juventud paseando con él. También se dice que el sexo es la tumba del deseo. Ahí es nada.
Curiosamente, mientras que el cine de Sorrentino está lleno de la sensualidad del cuerpo femenino desnudo, en este film el genio italiano decide preservar el cuerpo de su protagonista y Parthepone, a pesar de encarnar uno de los personajes más sensuales de toda la historia del cine, en ningún momento aparece desnuda ante la cámara de Sorrentino, que decide ser recatada para mostrarnos que ella es más objeto religioso que personaje carnal.
136 minutos gloriosos que te pellizcan el corazón y te emocionan cuando eres consciente de que han pasado y de que ya no va a haber más, que nunca vamos a saber más cosas de Parthenope, un ser ya imprescindible en nuestras vidas.
Como lo estético siempre prima y debe primar en el cine de Sorrentino, la dirección de fotografía de Daria D´Antonio no tiene precio, como no lo tiene la exquisita selección musical de Lele Marchitelli para acompañar la vida de esta musa desde su nacimiento en 1950 hasta 2023.
“Parthenope” es su obra maestra definitiva, la gran joya de su filmografía, la pieza clave de madurez de un artesano de una genialidad incuestionable. Utiliza la metáfora de la mujer más deseable del mundo para mostrarnos la sociedad napolitana en todos sus recovecos, sin olvidar ninguno por el camino. Porque esta cinta es sencillamente perfecta en forma y contenido, y es profundamente sorrentiniana en todo lo que se ve y lo que se escucha. Un film que me ha calado el alma al primer visionado y que me acompañará para siempre, como lo hará su eterna protagonista Parthenope y la interpretación eterna que de ella hace una diosa llamada Celeste Dalla Porta, a la que ya jamás olvidarás tras el visionado de este film.
El barroquismo rococó elevado al paroxismo propio de Paolo Sorrentino se despliega en este film como nunca antes, anunciado ya desde su primer plano en el que de la niebla emerge un señor grueso con un traje blanco navegando sobre un bote en el que se transporta una carroza procedente de Versalles. Desde ese momento, sabes que nada va a poder sorprenderte si te dejas acunar dentro del universo sorrentiniano. Pero no sólo mires, escucha, porque ya verás todas las citas que van a ir escupiendo sus personajes como si nada, como si no fueran lúcidas y geniales.
El cineasta italiano conforma esta cinta para homenajear a su Nápoles natal y para ello la personaliza en una ninfa, en una bellísima mujer que nace y emerge de las aguas del mar (el mar es la presencia insustituible del film) como la más bella joven jamás conocida, Parthenope, de la que ni tan siquiera su hermano puede evitar enamorarse de ella.
Pero la belleza única y mágica de esta diosa es lo de menos, porque lo que importa es su sublime inteligencia, sus ansias de cultura y su deseo de ser antropóloga para llegar algún día a poder responder a la compleja pregunta sobre qué es la antropología. El guión, firmado por el propio Paolo Sorrentino y Umberto Contarello es, sencillamente, uno de los mejores que se hayan escrito nunca, cargado de reflexiones lúcidas, frases imborrables, aforismo que marcan y un barniz nihilista y triste que se rompe en determinados momentos donde la acidez lo convierte en hilarante. Lo profundo y lo soez, lo sublime y lo chabacano, todo de la mano, como no podría ser de otra forma con Sorrentino de por medio.
Celeste Dalla Porta es reina y señora del film, aparece prácticamente en todas sus escenas, la cámara baila alrededor de su belleza desasosegante, sus primeros planos mirando fijamente a cámara nos embaucan, nos embelesan, nos enamoran, nos colman a pesar de ser frecuentes para poder saciar una sed que nunca se calma. Celeste convierte en eterna a Parthenope y hace apagarse a las maravillosas estrellas que pueblan el elenco actoral extenso de esta cinta, entre las que destaca, sin duda, la participación de Gary Oldman, quién sabe si en el mejor papel de su carrera, que nos lega algunos de los mejores diálogos del film y de nuestra vida. Insuperable esa frase en la que declina la invitación de Parthenope a pasear con él diciéndole que no va a permitir que ella malgasta un solo minuto de su juventud paseando con él. También se dice que el sexo es la tumba del deseo. Ahí es nada.
Curiosamente, mientras que el cine de Sorrentino está lleno de la sensualidad del cuerpo femenino desnudo, en este film el genio italiano decide preservar el cuerpo de su protagonista y Parthepone, a pesar de encarnar uno de los personajes más sensuales de toda la historia del cine, en ningún momento aparece desnuda ante la cámara de Sorrentino, que decide ser recatada para mostrarnos que ella es más objeto religioso que personaje carnal.
136 minutos gloriosos que te pellizcan el corazón y te emocionan cuando eres consciente de que han pasado y de que ya no va a haber más, que nunca vamos a saber más cosas de Parthenope, un ser ya imprescindible en nuestras vidas.
Como lo estético siempre prima y debe primar en el cine de Sorrentino, la dirección de fotografía de Daria D´Antonio no tiene precio, como no lo tiene la exquisita selección musical de Lele Marchitelli para acompañar la vida de esta musa desde su nacimiento en 1950 hasta 2023.
12 de marzo de 2023
12 de marzo de 2023
100 de 147 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ni tan siquiera la puedo considerar una película. Es pura basura. No tiene pies ni cabeza ni pretende tenerla. Se hace pasar por lista pero los tontos no somos quienes no entendemos nada de lo que pasa en su interminable metraje, los imbéciles son quienes la han parido sin pudor. No debería haber existido nunca. Es lo más infame que he visto en muchos años. Siento que se me ha faltado al respeto como espectador y como ser humano racional.
Sólo dos pequeños detalles entre sus 139 minutos de tortura para entender la dimensión de esta infamia: cuando uno de sus personajes secundarios se quita los pantalones para dar pataditas propias de las películas chinas del Todo a Cien, desarrolla toda la pelea con la parte central de su cuerpo pixelada; la otra es aún peor: a los personajes, en un momento del metraje, se les convierten los dedos de la mano en salchichas y hay guantes en las tiendas de disfraces con mucha más dignidad que las manos que se ven en pantalla. Creo que con esto está dicho todo. Sólo cabe salir huyendo de la película a vomitar.
Sobre su argumento, también firmado por los delincuentes Daniels, no se puede sintetizar ni tratar de explicar. Sencillamente porque esta excrecencia NO TIENE ARGUMENTO alguno. Si no lo has entendido, no te preocupes, los tontos del culo son los Daniels, no tú. Dicho sea de paso, cuando se entiende, es aún peor, porque estamos ante un caso más de “la familia que afronta los problemas unida permanece unida”. Sí, en serio.
El elenco actoral es vomitivo en su integridad. Meros personajes de cómic sin aristas, sin credibilidad, sin vergüenza. No salvo a ninguno de ellos, porque no lo merecen. Sobre la música y la dirección de fotografía, prefiero ni hablar. No vale la pena. Necesito olvidarla cuanto antes.
Sólo dos pequeños detalles entre sus 139 minutos de tortura para entender la dimensión de esta infamia: cuando uno de sus personajes secundarios se quita los pantalones para dar pataditas propias de las películas chinas del Todo a Cien, desarrolla toda la pelea con la parte central de su cuerpo pixelada; la otra es aún peor: a los personajes, en un momento del metraje, se les convierten los dedos de la mano en salchichas y hay guantes en las tiendas de disfraces con mucha más dignidad que las manos que se ven en pantalla. Creo que con esto está dicho todo. Sólo cabe salir huyendo de la película a vomitar.
Sobre su argumento, también firmado por los delincuentes Daniels, no se puede sintetizar ni tratar de explicar. Sencillamente porque esta excrecencia NO TIENE ARGUMENTO alguno. Si no lo has entendido, no te preocupes, los tontos del culo son los Daniels, no tú. Dicho sea de paso, cuando se entiende, es aún peor, porque estamos ante un caso más de “la familia que afronta los problemas unida permanece unida”. Sí, en serio.
El elenco actoral es vomitivo en su integridad. Meros personajes de cómic sin aristas, sin credibilidad, sin vergüenza. No salvo a ninguno de ellos, porque no lo merecen. Sobre la música y la dirección de fotografía, prefiero ni hablar. No vale la pena. Necesito olvidarla cuanto antes.

6,7
6.881
10
2 de octubre de 2023
2 de octubre de 2023
76 de 108 usuarios han encontrado esta crítica útil
Como ocurre con Woody Allen o con el maestro José Ignacio Lapido, da igual el tiempo y la distancia que haya entre una obra suya y otra, las esencias son tan inmutables y la capacidad tan absoluta, que siempre vas a encontrar lo que buscas y te vas a saciar de ello. 40 después de “El sur” y 50 desde “El espíritu de la colmena”, Víctor Erice, el gran poeta de nuestro cine, reaparece en la ficción a lo grande con “Cerrar los ojos”. Porque, cuando abandonas la sala de cine y cierras los ojos, evocas al genio conservado en formol que te ha regalado otro trozo de tu vida como si de una celebración hipnótica de la continuidad se tratase.
Y todo comienza a cobrar sentido cuando entiendes que “El espíritu de la colmena” es su visión sobre la infancia; “El sur” es la descripción del despertar iniciático de una adolescente (para mí, su gran obra maestra, superior al resto); y “Cerrar los ojos” lo ha aterrizado en la vejez. Es una pena que la edad madura no tenga film referencial en Erice, o quizás es que fuera su documental “El sol del membrillo”, mostrándonos a un Antonio López en la cumbre de su capacidad artística.
Pero “Cerrar los ojos” es, sobre todo, una carta de amor al cine, porque su historia versa sobre cine, porque sus personajes son muy cinematográficos y porque todo da una y mil vueltas alrededor de su cinefilia que es la nuestra. Una película perfecta en sí misma y como ejercicio de metacine a la que sólo le pongo una pega: el poco protagonismo que alcanzan sus personajes femeninos, porque de todas ellas necesitas saber más y lo ansías, especialmente del que encarna la maravillosa Soledad Villamil, que me deja en los labios una historia que yo necesitaría conocer y el momento cumbre de este clásico instantáneo.
Porque la cinta se funda, sobre todo, en el festival visual pausadamente estético de Erice y en la interpretación magistral de su elenco actoral. Por supuesto, por encima de todos, el andaluz Manolo Solo que, junto con Antonio De la Torre, son los mejores intérpretes que haya dado Andalucía nunca. Ante Manolo Solo hay que rendirse en cualquier caso, pero especialmente en “Cerrar los ojos”. Erice le entrega el protagonismo absoluto de la cinta y el sevillano responde de manera inigualable. El resto, ante él, entran en la categoría de secundarios.
José Coronado me sorprende, mostrando la parte más vulnerable de su capacidad actoral, en un personaje tan alejado de los rudos que le han dado fama, y sabe hacerlo de manera soberbia. Ana Torrent reaparece ante la cámara de Erice 50 años después y parece que no hubiera pasado el tiempo y pudiera seguir aguantando, como lo hace, un primerísimo plano durante más de 5 minutos de un monólogo apasionante. María León está luminosa y rotunda como ella es siempre. Josep María Pou sostiene el ejercicio de metacine en el que consiste el film de manera espléndida. Pero…
… tenemos que llegar a Soledad Villamil. Por desgracia para el espectador (no te lo perdonaré nunca, Erice), apenas aparece diez minutos en pantalla, pero qué diez minutos, los mejores del film, el momento cumbre. Yo quiero saber más sobre la historia de desamor que le une al protagonista y me quedo con las ganas. Ella mira directamente a cámara y no necesito nada más en la vida. Es esa mujer de la que todo el planeta se enamoró a la vez que Ricardo Darín en la magistral “El secreto de sus ojos” de Juan José Campanella. Es justo esa mujer. Ella. No hace falta decir nada más. ELLA me deja una escena eterna brincando por mi cabeza a perpetuidad.
Erice juega al despiste y comienza la cinta, después de un homenaje al cine a través de un ejercicio inmersivo de cine dentro del cine, con un formato de thriller que me desorienta y no me gusta. Pienso que Erice ha entrado en territorios que no domina y que está tirando de fórmulas hechas. Me asusto. No hay nada que temer. Hay que dejar que el film evolucione, que se vaya cocinando en su propio jugo, que encuentre su propio camino. A Erice no le importa el paradero de un actor desaparecido en mitad de un rodaje 20 años antes, el maestro nos quiere hablar de lo duro que es envejecer y del páramo desolador que deja a su paso. Esa es la clave del film. Y vaya si lo logra, mientras que va homenajeando al Séptimo Arte e incluso a sí mismo.
Sus 169 minutos pasan como un suspiro, sin apenas darte cuenta, mientras que te asomas al abismo que te espera en una película, por cierto, profundamente granadina, porque en Calahonda y en el Valle de Lecrín se desarrolla buena parte de su trama y, sin duda, la más importante (Segovia aparte donde refulge Soledad Villamil). Ya se sabe de la vinculación de Erice con esta parte de Andalucía que aquí explicita sin tapujos.
Suena la música siempre sutil de Federico Jusid y se despliega la belleza de la fotografía de Valentín Álvarez frente al espectador, para demostrar que nada ha cambiado desde “El sur”, que fue norte de mi vida.
Y todo comienza a cobrar sentido cuando entiendes que “El espíritu de la colmena” es su visión sobre la infancia; “El sur” es la descripción del despertar iniciático de una adolescente (para mí, su gran obra maestra, superior al resto); y “Cerrar los ojos” lo ha aterrizado en la vejez. Es una pena que la edad madura no tenga film referencial en Erice, o quizás es que fuera su documental “El sol del membrillo”, mostrándonos a un Antonio López en la cumbre de su capacidad artística.
Pero “Cerrar los ojos” es, sobre todo, una carta de amor al cine, porque su historia versa sobre cine, porque sus personajes son muy cinematográficos y porque todo da una y mil vueltas alrededor de su cinefilia que es la nuestra. Una película perfecta en sí misma y como ejercicio de metacine a la que sólo le pongo una pega: el poco protagonismo que alcanzan sus personajes femeninos, porque de todas ellas necesitas saber más y lo ansías, especialmente del que encarna la maravillosa Soledad Villamil, que me deja en los labios una historia que yo necesitaría conocer y el momento cumbre de este clásico instantáneo.
Porque la cinta se funda, sobre todo, en el festival visual pausadamente estético de Erice y en la interpretación magistral de su elenco actoral. Por supuesto, por encima de todos, el andaluz Manolo Solo que, junto con Antonio De la Torre, son los mejores intérpretes que haya dado Andalucía nunca. Ante Manolo Solo hay que rendirse en cualquier caso, pero especialmente en “Cerrar los ojos”. Erice le entrega el protagonismo absoluto de la cinta y el sevillano responde de manera inigualable. El resto, ante él, entran en la categoría de secundarios.
José Coronado me sorprende, mostrando la parte más vulnerable de su capacidad actoral, en un personaje tan alejado de los rudos que le han dado fama, y sabe hacerlo de manera soberbia. Ana Torrent reaparece ante la cámara de Erice 50 años después y parece que no hubiera pasado el tiempo y pudiera seguir aguantando, como lo hace, un primerísimo plano durante más de 5 minutos de un monólogo apasionante. María León está luminosa y rotunda como ella es siempre. Josep María Pou sostiene el ejercicio de metacine en el que consiste el film de manera espléndida. Pero…
… tenemos que llegar a Soledad Villamil. Por desgracia para el espectador (no te lo perdonaré nunca, Erice), apenas aparece diez minutos en pantalla, pero qué diez minutos, los mejores del film, el momento cumbre. Yo quiero saber más sobre la historia de desamor que le une al protagonista y me quedo con las ganas. Ella mira directamente a cámara y no necesito nada más en la vida. Es esa mujer de la que todo el planeta se enamoró a la vez que Ricardo Darín en la magistral “El secreto de sus ojos” de Juan José Campanella. Es justo esa mujer. Ella. No hace falta decir nada más. ELLA me deja una escena eterna brincando por mi cabeza a perpetuidad.
Erice juega al despiste y comienza la cinta, después de un homenaje al cine a través de un ejercicio inmersivo de cine dentro del cine, con un formato de thriller que me desorienta y no me gusta. Pienso que Erice ha entrado en territorios que no domina y que está tirando de fórmulas hechas. Me asusto. No hay nada que temer. Hay que dejar que el film evolucione, que se vaya cocinando en su propio jugo, que encuentre su propio camino. A Erice no le importa el paradero de un actor desaparecido en mitad de un rodaje 20 años antes, el maestro nos quiere hablar de lo duro que es envejecer y del páramo desolador que deja a su paso. Esa es la clave del film. Y vaya si lo logra, mientras que va homenajeando al Séptimo Arte e incluso a sí mismo.
Sus 169 minutos pasan como un suspiro, sin apenas darte cuenta, mientras que te asomas al abismo que te espera en una película, por cierto, profundamente granadina, porque en Calahonda y en el Valle de Lecrín se desarrolla buena parte de su trama y, sin duda, la más importante (Segovia aparte donde refulge Soledad Villamil). Ya se sabe de la vinculación de Erice con esta parte de Andalucía que aquí explicita sin tapujos.
Suena la música siempre sutil de Federico Jusid y se despliega la belleza de la fotografía de Valentín Álvarez frente al espectador, para demostrar que nada ha cambiado desde “El sur”, que fue norte de mi vida.

7,3
6.738
10
12 de marzo de 2023
12 de marzo de 2023
32 de 35 usuarios han encontrado esta crítica útil
MELANCÓLICAMENTE BELLÍSIMA Y SUBLIME, “THE QUIET GIRL” DE COLM BAIRÉAD ES UN CLÁSICO INSTANTÁNEO INOLVIDABLE SOBRE UNA INFANCIA IRLANDESA DIFÍCIL A TRAVÉS DE UNA LECCIÓN MAGISTRAL INTERPRETATIVA DE LA JOVEN CATHERINE CLINCH.
El cine era esto. Contar una historia aparentemente sencilla pero que esconde una profundidad insondable, hacer fácil lo difícil, emocionar y atrapar, embelesar y permitir la reflexión posterior. Eso debe ser el cine y eso es “cum laude” “The quiet girl”, una obra maestra, un clásico instantáneo del irlandés Colm Bairéad, que alcanza el cielo directamente con su ópera prima.
La esencia de la naturaleza humana irlandesa se expande por cada fotograma, por cada poro de la piel de los protagonistas de un film rodado en gaélico y que nos muestra la dificultad para vivir a principios de la década de los 80 de Cáit, una niña de 9 años que ha tenido la mala suerte de pertenecer a una familia desestructurada donde nota cada día que estorba, que es un lastre, que sus padres no la quieren, sobre todo ahora que su madre vuelve a estar embarazada una vez más.
Por eso Cáit es patológicamente introvertida, por eso a sus 9 años se sigue haciendo pis en la cama, por eso tiene que vivir dentro de su propio mundo interior para sobrevivir al mar de desprecio en torno al que se está desarrollando su existencia. Pero un golpe de suerte va a mejorar su vida: sus padres, ante el inminente nacimiento de un nuevo hermano, la mandan a vivir con sus tíos, que no tienen hijos, y entonces descubrirá Cáit al fin el mundo de los afectos, de la comprensión, de la humanidad, del cariño, de la estima, del respeto. Se trata de algo desconocido para ella que poco a poco va a calar en su alma.
La maestría de esta joya del cine gravita en torno a dos cuestiones básicas: la equilibrada, clásica, estática a base de planos fijos y esteticista dirección magistral de Colm Bairéad; y, sobre todo y por encima de todo, la excelsa interpretación de la jovencísima actriz Catherine Clinch, que cautiva y embelesa al espectador más gélido.
Si a esas dos cartas marcadas para triunfar en el corazón del cinéfilo, unimos un prodigioso guión bellamente minimalista del propio cineasta, una preciosa música de Stephen Rennicks y una prodigiosa fotografía de Kate McCullough, entonces sabemos que “The quiet girl” se va a quedar a vivir con nosotros para siempre, habiéndonos ganado de por vida a golpe de sencillez, calidad, honestidad y una melancólica belleza que respira y que la convierte en inolvidable.
El cine era esto. Contar una historia aparentemente sencilla pero que esconde una profundidad insondable, hacer fácil lo difícil, emocionar y atrapar, embelesar y permitir la reflexión posterior. Eso debe ser el cine y eso es “cum laude” “The quiet girl”, una obra maestra, un clásico instantáneo del irlandés Colm Bairéad, que alcanza el cielo directamente con su ópera prima.
La esencia de la naturaleza humana irlandesa se expande por cada fotograma, por cada poro de la piel de los protagonistas de un film rodado en gaélico y que nos muestra la dificultad para vivir a principios de la década de los 80 de Cáit, una niña de 9 años que ha tenido la mala suerte de pertenecer a una familia desestructurada donde nota cada día que estorba, que es un lastre, que sus padres no la quieren, sobre todo ahora que su madre vuelve a estar embarazada una vez más.
Por eso Cáit es patológicamente introvertida, por eso a sus 9 años se sigue haciendo pis en la cama, por eso tiene que vivir dentro de su propio mundo interior para sobrevivir al mar de desprecio en torno al que se está desarrollando su existencia. Pero un golpe de suerte va a mejorar su vida: sus padres, ante el inminente nacimiento de un nuevo hermano, la mandan a vivir con sus tíos, que no tienen hijos, y entonces descubrirá Cáit al fin el mundo de los afectos, de la comprensión, de la humanidad, del cariño, de la estima, del respeto. Se trata de algo desconocido para ella que poco a poco va a calar en su alma.
La maestría de esta joya del cine gravita en torno a dos cuestiones básicas: la equilibrada, clásica, estática a base de planos fijos y esteticista dirección magistral de Colm Bairéad; y, sobre todo y por encima de todo, la excelsa interpretación de la jovencísima actriz Catherine Clinch, que cautiva y embelesa al espectador más gélido.
Si a esas dos cartas marcadas para triunfar en el corazón del cinéfilo, unimos un prodigioso guión bellamente minimalista del propio cineasta, una preciosa música de Stephen Rennicks y una prodigiosa fotografía de Kate McCullough, entonces sabemos que “The quiet girl” se va a quedar a vivir con nosotros para siempre, habiéndonos ganado de por vida a golpe de sencillez, calidad, honestidad y una melancólica belleza que respira y que la convierte en inolvidable.
Miniserie

6,8
3.412
8
Distopía tragicómica sobre la falta de acceso a la vivienda y la deshumanización de nuestra sociedad
29 de julio de 2023
29 de julio de 2023
30 de 33 usuarios han encontrado esta crítica útil
Interesante distopía futurista bastante creíble y no tan lejana, con una visión misántropa y ácida del ser humano muy oportuna y poniendo el dedo en la llaga de las miserias del sistema capitalista que nos está asesinando sin piedad, “The architect” es una miniserie noruega de apenas 4 episodios de 20 minutos de duración cada uno de ellos que sabe mostrar las grietas de un futuro aterrador que ya se avecina con el metraje justo, sin la hipertrofia del cine contemporáneo que tanto cansa con sus metrajes inabarcables.
Y lo hace a través de Julie, su protagonista, espléndidamente interpretada por Eili Harboe (la eterna “Thelma” de Joachim Trier), trabaja como becaria en un estudio de arquitectura, pero su escaso salario no le permite acceder al alquiler de una vivienda y mucho menos a ser propietaria (la vida misma que ya está aquí y no pertenece a ninguna distopía futurista). La máquina que hace las funciones del banco le deniega la hipoteca una y otra vez. Ni tan siquiera se puede estar en la calle sin consumir algo (de nuevo parece real y no futurista). Julie no encuentra otra salida que refugiarse en una plaza de garaje de un parking, dado que los seres humanos ya no usan coches y los parkings permanecen desiertos. Allí habitan muchas más personas apartadas por el sistema, fracasados, gentes con la vida y el alma frustradas, como Julie. Hasta que…
Un interesante guión que nos avisa de todo lo que está llegando correcta y funcionalmente dirigido por Kerren Lumer-Klabbers con una fotografía oportunamente fría de David Bauer y música clásica como acompañamiento a las imágenes.
Su tono oscila entre la comedia y el drama, funcionando mucho mejor cuando se acerca al segundo que cuando transita los caminos del humor noruego, quizás demasiado soterrado para nuestro espíritu mediterráneo, pero derrochando siempre una lucidez espléndida al analizar las causas del pez capitalista que, con sus fauces abiertas de par en par, viene a comernos y que ganó como la mejor serie en el Festival de Berlín.
Y lo hace a través de Julie, su protagonista, espléndidamente interpretada por Eili Harboe (la eterna “Thelma” de Joachim Trier), trabaja como becaria en un estudio de arquitectura, pero su escaso salario no le permite acceder al alquiler de una vivienda y mucho menos a ser propietaria (la vida misma que ya está aquí y no pertenece a ninguna distopía futurista). La máquina que hace las funciones del banco le deniega la hipoteca una y otra vez. Ni tan siquiera se puede estar en la calle sin consumir algo (de nuevo parece real y no futurista). Julie no encuentra otra salida que refugiarse en una plaza de garaje de un parking, dado que los seres humanos ya no usan coches y los parkings permanecen desiertos. Allí habitan muchas más personas apartadas por el sistema, fracasados, gentes con la vida y el alma frustradas, como Julie. Hasta que…
Un interesante guión que nos avisa de todo lo que está llegando correcta y funcionalmente dirigido por Kerren Lumer-Klabbers con una fotografía oportunamente fría de David Bauer y música clásica como acompañamiento a las imágenes.
Su tono oscila entre la comedia y el drama, funcionando mucho mejor cuando se acerca al segundo que cuando transita los caminos del humor noruego, quizás demasiado soterrado para nuestro espíritu mediterráneo, pero derrochando siempre una lucidez espléndida al analizar las causas del pez capitalista que, con sus fauces abiertas de par en par, viene a comernos y que ganó como la mejor serie en el Festival de Berlín.
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