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España España · Cáceres
Voto de Tiggy:
8
Drama. Romance. Documental Una mezcla de ficción y documental que retrata a los berlineses de 1930 durante un domingo. Obtuvo muy buenas críticas y dio la oportunidad a sus creadores (Siodmak, Ulmer, Wilder, Zinnemann) de dar el salto al cine de ficción. (FILMAFFINITY)
28 de marzo de 2021
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tomándote un café. Jugando a las cartas. Almorzando en el campo. Bañándote en el río o, simplemente, disfrutando de la última película de Ava Gardner. Pero siempre en compañía de amigos. Los hombres del domingo es una bellísima oda a la amistad que huele inevitablemente a nostalgia para el espectador contemporáneo por el dramático contexto socio-político que amenazaba la paz, la vida y los domingos de los cuatro millones de berlineses que, con pasmosa naturalidad, captaron los vigorosos ojos de un puñado de amantes del cine. Los hermanos Siodmak, Edgar G. Ulmer y Fred Zinnemann, bajo las bonitas líneas de Billy Wilder y la radiante fotografía de Eugen Schüfftan construyen este impactante ecosistema de la Alemania nazi en el que la realidad se entremezcla con la ficción para brindar al espectador la rutina de un pueblo obrero que esperaba, ansioso, esos fugaces días de domingo donde el ocio era la mismísima definición de la vida.

Siguiendo a un grupo de amigos por el Berlín de los años 30, el grupo de amigos en la dirección nos embelesan con la festiva representación romántica del ritmo de vida de la ciudadanía alemana ignorante de las nubes borrascosas que se extenderían, casi inmediatamente, desde sus cielos hacia el resto de Europa. La efímera felicidad consagrada en un beso, en una caricia, en un cigarrillo compartido, en una tarde con los amigos, en un domingo que se escapa entre amores, compañías y diversión que solo volverá tras seis días de trabajo. ¿Y qué se puede hacer, sino disfrutar del momento? Porque, ¿quién sabe si volverá? Los directores nos hipnotizan con la auténtica esencia del ‘carpe diem’ mientras observamos la despreocupada y ociosa vida de unos muchachos que podrían ser nosotros, y que tan bien se acopla a los tiempos de pandemia desde los que miramos aquellas tardes en compañía de los nuestros.

Este filme silente de corte experimental está dividido en dos actos bien diferenciados. El sábado y el domingo. En el sábado, los directores nos deleitan con una concatenación de bellísimas imágenes del Berlín de la época mientras se nos introduce, como si fueran sujetos escogidos al azar, a los dos hombres que dan nombre a la felicidad dominical germana: Erwin Splettstößer y Wolfgang von Waltershausen, actores no profesionales haciendo, básicamente, de ellos mismos. En su azaroso seguimiento la brillante fotografía de Schüfftan, que 31 años más tarde oscurecería para llevarse el Óscar con El buscavidas (Robert Rossen), nos muestra la industrialización obrera de la capital alemana donde cada esquina, cada calle, cada plazoleta tiene una historia esperando ser vista. La de un hombre admirando una mayestática estatua, la de unos niños jugando y riendo, la de un abuelo paseando a sus nietos… Las grandes panorámicas, posiblemente pertenecientes a Zinnemann, se detienen en esos momentos bajo el pretexto de una poesía tan mundana como hermosa con el fin de que admiremos el sentimiento de imperturbable paz en el que se regocijan nuestros protagonistas, preparándonos para el domingo.

En su segunda parte, el argumento toma forma. Bajo una fina capa melodramática tintada de humor socarrón (obvio si es Wilder el encargado del guion) se nos traslada a un lugar más tranquilo donde profundizar en la ventura de los personajes. A la orilla de un río, donde la naturaleza adopta el ocio de la capital en un retal de descanso bucólico, donde el ‘carpe diem’ encuentra en el ‘locus amoenus’ el lugar idílico para desarrollarse, ahí es donde se asientan unos personajes al servicio del sentimiento y rutina de una nación y donde, por azares de la vida, nos sentamos nosotros para disfrutar de sus compañías. Un lugar de ensueño en el que la música pareciera tocada por una banda de ángeles. Un lugar que de verdad merece la pena visitar en comparsa de sus cuatro moradores. Un descanso que no te puedes perder.
Tiggy
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