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España España · Valencia
Voto de Carorpar:
9
Drama Suecia, siglo XIV. Como cada verano, una doncella debe hacer la ofrenda de las velas en el altar de la Virgen. El rey Töre envía a su hija Karin en compañía de Ingrid, una muchacha que odia a Karin en secreto. Antes de cruzar el bosque, Ingrid se detiene y abandona a la princesa, pero la muchacha prosigue su camino y se encuentra con unos pastores, aparentemente afables, que la invitan a compartir su comida. (FILMAFFINITY)
14 de octubre de 2018
11 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Dos años después de la icónica “Det sjunde inseglet” (El séptimo sello, 1957) y sin abandonar la ambientación medieval, Ingmar Bergman demostraba seguir en una envidiable forma cinematográfica. Porque esta “Jungfrukällan” es otra obra maestra, a la altura de su celebérrima predecesora, hasta un punto tal que el entusiasmo que me afiebra desde su visionado me impide discernir cuál de las dos es mejor, caso de que dicha discriminación venga a cuento, que lo dudo. Baste reconocerles a ambas la merecida condición de maravillosas.
Bergman vuelve a recrear con suma fidelidad el extrañísimo e inquietante mundo de la Baja Edad Media. A la acostumbrada denuncia de los excesos casi sadomasoquistas connaturales al fervor religioso suma “Jungfrukällan” un interesante estudio histórico en torno a la ardua cristianización de las regiones nórdicas y la resistencia ofrecida por los viejos cultos paganos. La invocación al dios Odín por parte de la torva fámula embarazada con que arranca la película constituye un ejemplo escalofriante, lo mismo que su sórdido encuentro con esa especie de pontonero rijoso del que a duras penas consigue escapar.
Las dudas de Bergman acerca no tanto de la existencia, como de la presencia –más bien ausencia– de Dios en el mundo, y que expondrá plenamente en obras posteriores, vienen aquí apuntadas ya, en concreto durante el estremecedor llanto final de Max Von Sydow, cuyo personaje, roto de dolor, no escatima en reproches al Altísimo. La idea que de éste plantea Bergman es muy interesante, similar en algunos aspectos a la del filósofo Spinoza, y que podría resumirse en que Dios pasa olímpicamente –nunca mejor dicho– de nosotros.
La fotografía a cargo de Sven Nykvist es de una belleza sobrecogedora. En pocas ocasiones he visto extraerle al blanco y negro tonalidades tan hermosas, alegoría de la pureza, a un tiempo divisa y némesis de su cándida protagonista. Abundan asimismo los primeros planos, dolientes y despojados, de eminente raíz dreyeriana los del señor feudal y su esposa, caravaggiescos, o velazqueños, los de los villanos.
En fin, merecidísimos Óscar y Globo de Oro a la mejor película en habla no inglesa y mención especial en el Festival de Cannes de 1960 para una cinta de hechuras pequeñas –una austeridad luterana anida en el cine todo de Bergman–, pero enorme calidad.
Carorpar
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