Termina la película y un silencio pesado invade el ambiente. En mi cabeza chocan con fuerza una variada gama de emociones, pero ninguna de ellas es positiva: Rabia, tristeza, decepción, impotencia, coraje, incomodidad… La película en sí es bastante modesta. Aborda el tema de la violencia en Colombia, mi país. Pero ni siquiera viendo los noticieros, que bombardean constantemente a la sociedad con imágenes tenebrosas de las consecuencias de un conflicto absurdo y mediocre que a pocos les interesa, me había sentido tan acongojado, y eso que me considero duro de corazón. No se muestra ningún combate, no se toma partido, ni siquiera se hace una crítica fuerte al conflicto. La verdad es que esas no son más que palabras e imágenes venidas a menos cuando se descubre el dolor de quienes sufren en carne propia el conflicto.

No es extraño que en círculos internacionales la película no logre grandes ni espectaculares críticas. Ni siquiera en Colombia tuvo una animada recepción, no por mala, sino porque el colombiano y la sociedad en general no les gusta recordar, no les gusta tener memoria ni dolor de género. Mi opinión es evidentemente muy personal, pero considero que es una de las más bellas y dramáticas películas sobre la violencia afrontada por mi país que se ha podido filmar. Una pregunta final: ¿Por qué un niño de 11 años sabe tanto de municiones y balística? Triste el futuro que nos espera.

Carajo… ¿qué es esto? ¿Una lágrima? Mierda… si… es una lágrima en mi mejilla…