Confieso que no me gustó, pero precisamente por eso es tan llamativa. La Ley de Herodes disfraza bajo un halo de humor y comicidad una cruel realidad latinoamericana: No hay gente buena ni honesta. Todos, bajo ciertas circunstancias, estamos descendiendo en un terrible embudo que termina en la corrupción, la deshonestidad y la lascivia. Cruel destino que depara a mi pueblo y mi gente.

La película ambientada en un pueblito mexicano perdido en el desierto, narra la historia del alcalde municipal, un hombre bueno (medio pendejo según sus jefes) quien termina por asumir las peores actitudes que un político pueda tener. ¿Cuestión de contextos? ¿Únicas salidas a situaciones complejas? ¿Víctima de las circunstancias? Será el espectador quien deba dar respuesta a estas preguntas. La película contiene evidentes parámetros mexicanos, pero aplica para toda Latinoamérica. Lo curioso es que, a mitades del segundo decenio del tercer milenio, aun persista la realidad aquí denunciada, pienso que los culpables somos todos.