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Santo Tomé y Príncipe Santo Tomé y Príncipe · Villacanicas del Hoyo
Voto de McCunninghum:
10
Drama Después de sufrir un grave accidente de coche, una mujer comienza a percibir la ciudad en que vive, Rávena, como un desierto tanto en el plano físico como en el de las relaciones personales. Las secuelas psicológicas le impiden llevar una vida normal y relacionarse con la gente que la rodea. (FILMAFFINITY)
3 de abril de 2010
22 de 29 usuarios han encontrado esta crítica útil
El niño, entonces, puede revitalizar la mirada deprimida y desértica.
La depresión de la mirada se produce primeramente por la disolución del objeto y la desaparición o deserción de las metáforas que lo ostentaban, de igual forma que la proposición ostenta el sentido, en Wittgenstein.
En “El desierto rojo”, filme del recién difunto este último estío Michelangelo Antonioni (paradigma de la modernidad cinematrogáfica autoreflexiva), observamos dos escenas en conjunción, que representan el momento concreto de la más honda depresión de la mirada; primer ejemplo de la metaforología que expresa tal depresión inherente y consustancial a lo moderno. En el primer esbozo, tomado tras la inmediata visión en mi cuaderno personal e íntimo, están las primeras anotaciones: “¿Qué debo mirar?” Qué quieren sus ojos, se pregunta Monica Vitti en El desierto-rojo nublado (y que yo, tendenciosamente, tiño de azul y lapislázuli.) El Se: “¿cómo debo vivir?”- dice, creyendo que hablan de lo mismo. Se cree, se quiere… La mirada des-aprendida, furibunda, raya la orilla, equivocada. La desaparición, a la mirada, de las personas en la tierra. El mar= azul. / El Niño da la respuesta: 1 +1, juntando dos gotas de agua.”
La Vitti pierde el sentido de la mirada, no de la vista. En un mundo en extinción, “terminado el mundo como voluntad y representación”, como dijera Jean Baudrillard, el ojo no sabe lo que debe. Desconoce su objeto y finalidad si no es estar cerrado: tal es la conciencia que funciona residualmente desde la experiencia de la vida dañada. El amante, hombre de western con problemas éticos mas nunca ontológicos, no establece contacto, no hay espacio común. Tras un momento de destrucción burguesa, en que desmantelan la casucha en que se encuentran, junto a la bahía, la Vitti escapa sin dirección. Ante su mirada, casi suicida, sus compañeros desaparecen hasta la extinción. Ella queda sola, sin nada alrededor sino un desierto azul y ahumado, inaprensible. Ella sólo puede proferir aullidos, pues no posee ningún lenguaje para expresar tal desasosiego de no saber qué mirar al tiempo que el objeto y casi el ojo se diluyen.
Ipso facto, la escena se corta. Escena, la de la casa junto a la bahía con reunión libidinal y visita de un buque en cuarentena, que dura casi media hora, 30 minutos de brutal desasosiego. De inmediato, pasamos de la Vitti sola y ciega en la niebla, deprimida y perdida, a una estancia interior, sin ningún enlace. Raudo, su hijo, que juega con un juego de química, le pregunta: ¿cuánto son 1 +1, mamá? La mamá, acercándose, dice lo de que cuántos van a ser, claro, dos, son dos. El Niño le reta, ¿sí?, pues mira. En un cristal, lentamente, el Niño desliza sendas gotas, al tiempo que cuenta: 1…2 ¿Cuántas ves?
McCunninghum
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