Si de verdad la han comprendido toda, deben estar de acuerdo conmigo. Y si no la han comprendido, se han tenido que aburrir de lo lindo. Porque es lo que tiene Mulholland Drive, que si te pones a verla esperando un guión lineal en donde un actor interpreta un personaje, en donde una calle es una calle y un gato es un gato, en donde un disparo es un disparo y en donde al final, moraleja, ganan los buenos mientras comes palomitas, no entenderás nada.
Incluso cuando te creas muy listo y digas ok, que yo controlo de expresionismo, que si he visto el perro andaluz y hasta me ha gustado, que a mí no me la pega ni Fassbinder de tripi o que tengo todos los deuvedés de Lars Von Trier, incluso a ti te hará falta verla dos veces para entenderla toda. Y te la puedes ver una tercera, cuarta vez y decir ¡Aaahh! ¡Ahora sí que la entiendo!
Porque Mulholland Drive es como las mejores sinfonías de Beethoven, que cuantas más veces las escuchas más matices aparecen.
Mulholland Drive es muy superior a casi todo lo que se haya rodado nunca, pero hay que querer y saber mirarla. Hay que esforzarse, y ella nos recompensará.