Antonioni, adalid de la intelectualidad sesentera, que mamaba de la ubre tóxica de la izquierda que idealizaba lo que sucedía al otro lado del muro, con el mismo ansia que lo ocultaba, regala a la “hiprogresía” de la época un mejunje tremebundo sin hilo conductor, ausente de trama, con un color regulero y soltando pozales de ideología cruda a palo seco. El resultado, oso de oro en el festival de Venecia. ¡Faltaría más!

El sello de la película está en un pequeño diálogo, entre Giuliana y Corrado: “¿Eres de izquierdas o de derechas?”. Y ahí es cuando Michelangelo se despacha a gusto diciéndonos que él está por ser buena persona. Y esto, poniéndonos imágenes de la contaminación que vierten las fábricas, lo malo que es ser un trabajador que no apoya la huelga, el sabor de la anguila petrolífera, el humo azufroso que hace a los inteligentes pájaros variar su vuelo, las aguas estancadas, las epidemias en los barcos… Es el germen de la lucha contra el cambio climático, pero solo “imagineado”, no desarrollado.

Nos muestra a una enferma mental con un trauma post-accidente, que tiene un marido que, seguramente, le es infiel en su "morrera", y nos deja en el aire si ese accidente pudo ser intencionado por ella o bien fortuito. Dudo que todo empezara por el accidente. Ella se siente sola, y Corrado se confunde y acaba tirando por la calle de en medio, la sexual, claro.