Independientemente te guste o lo detestes, no hay que quitarle méritos. Takashi Miike es un cineasta con personalidad suficiente para ser considerado de culto.
Sus películas se mueven entre la violencia, el humor negro, absurdo y escatológico y contienen las escenas hiperbólicas más punzantes del cine moderno. Que se le considere el Tarantino oriental y tenga una legión de fans que aplaudan sus filmes no resulta extraño.
No para de rodar, intenta no repetir, imprime su estilo personal a cada una de sus películas y tiene el aliciente que se editan en occidente con cuentagotas, lo cual aviva más si cabe su leyenda.
Reconocidos sus méritos también hay que destacar sus defectos, mejor dicho, el único fallo que le encuentro: al contrario que Tarantino es imposible o muy difícil tomárselo en serio. La culpa la tiene el humor absurdo y los momentos ridículos que forman parte de su estilo.
Un ejemplo perfecto es el inicio de la trilogía de “Dead or alive”. Una película de yakuzas distinta a ritmo de video clip con suficiente violencia gratuita y humor irreverente para tomarla medianamente en serio o aplaudir sus muchas virtudes.
Por el contrario su friki y original final con préstamos del gore y Akira Toriyama es más hiper-ridículo que hiperbólico restando credibilidad y mucho valor a lo anteriormente visto.
Fallida.