Una historia recurrente en el cine mexicano es, sin dudas, la vida rural, el machismo, el valor y el honor como virtudes absolutas. Ahora, la forma en que se ve reflejada esta idiosincrasia en estos personajes es pasmosa, por momentos duele, se vuelve casi palpable gracias a las grandes actuaciones y a esos cuidados diálogos tan bien pronunciados, muy claros, que hacen sentir más grande la pena que ronda. Diría yo que es magistral el cómo a partir de una idosincracia se puede crear un retrato tan fiel de una época, libre de juicios y de moralidades la película es sobresaliente en todos los aspectos. Alberto Mariscal quebranta paradigmas establecidos en aras de salir del comfort de siempre, de darle un sentido diferente al pensamiento retrograda. Este no es un western de acción; es uno de amores truncados, es uno de silencios, dolor y tormentos; de tragarse orgullos, transitar por la vida como un fantasma y pasar por cobarde alguna vez como dice un personaje. Y en otras nos muestra que los verdaderos hombres no son los que cabalgan con el machismo arraigado jugándose la vida (haciendo cosquillas a la huesuda) sin importarles a quien lastimen; en ocasiones son aquellos capaces de reconocer que vivían de forma errada y que todo tiene un hasta aquí, incluso lo que creían más sagrado.

Otra joya más a la lista de grandes descubrimientos vistos por muy pocos, si a ti te gusta el cine mexicano y piensas que has visto casi todo lo que tenías que ver; puedo decirte que esta cinta, con argumento quizá sonado, se cuece muy aparte.