Este tipo de cine no es exactamente lo mío. Entiéndaseme: detesto el cine frenético, pero el contemplacionismo en pantalla alrededor de una supuesta reflexión sutil, sensible y pausada... pues me suele resultar cargante. Sorín es una excepción porque sabe hacer cine y tiene historias para contar (nada que ver con, por ejemplo, su paisano, el temible Lisandro Alonso: del visionado de su "Liverpool" aún me estoy recuperando). Me gustó "Historias mínimas", más aún "Bombón, el perro"... pero el sortilegio se fue desvaneciendo con "El camino de San Diego", que no daba para un largo, y con esta película (que de todos modos no me ha disgustado) entrego la cuchara, bajo la persiana, oración, despedida y cierre.
Creo que ha agotado la fórmula de historia mínima y vida cotidiana de los que tienen una existencia anodina. Sorín se ha especializado en convertir en personajes de cine a personas en absoluto cinematográficas; aunque hay que decir que en ésta encuentra un petróleo al que no le presta atención, y que comento en spoiler.
Así que nada, don Carlos, le espero en la próxima, pero ya le advierto que en ella tiene que darme algo más: no me bastará con un tipo cansado que mira el horizonte sin decir nada para que el espectador construya su mundo interior: a la próxima ME LO TIENE QUE CONTAR, yo también estoy cansado...