Que Jaime de Armiñán sea un director sin nervio que ha ofrecido películas que van de lo mediocre ("Mi general") a lo ridículo ("Mi querida señorita") no me disuadía, porque se compensaba con una Ana Torrent preadolescente y un Héctor Alterio en plenitud. Pero al final sólo me preguntaba, ¿pero cuándo ha sido buena esta película?; ¿7´7 en FA, nominada al Oscar en el 80?; ¿pero qué ven otros aficionados que a mí se me escapa?.
La escena inicial ya me puso en guardia: un Alterio absurdo chochea a caballo mientras "dirige" una orquesta imaginaria que interpreta una música que sólo escucha él. La historia central de la película, la afectividad entre Alterio y Torrent no hay por dónde cogerla: es una bobada desmayada, e inverosímil. Me llama la atención que en la portada de la película se recoja una frase de una crítica de EL PAIS (Fernando Morales), hablando de los prejuicios sociales. ¿Resultaré mojigato si considero que ese tipo de amistad entre un setentón y una treceañera es, como poco, llamativa, cuando no alarmante?. Que el tipo pretendiera o no tener sexo con la niña no es relevante: estaba enamorado de ella. Así que de prejuicio, nada, amigo: juicio y muy juicio; la sentencia será de cada quien, pero ¿prejuicio...?.
Con todo, lo peor no es la consideración moral sobre esa relación, que nos alarmaría si se tratara de nuestra hija o hijo; lo peor es que la historia es fofa, aburrida, con un ritmo cansino, literariamente menos que mediocre, personajes sin garra (si Alterio chochea, Torrent ñoñea), una historia fallida de cabo a rabo...

Le ofrezco un tres porque le doy un punto suplementario al único momento potente de la película, protagonizado por la gran Maria Luisa Ponte cuando a la hora de servir la mesa contesta a la preferencia de la niña sobre el vino con la excelente frase con la que titulo esta reseña...