La última entrega de la saga Star Wars es la mejor de la trilogía final. Dos horas y media de emocionante espectáculo con un guion repleto de acción en el que no paran de suceder cosas a un ritmo vertiginoso. La vuelta de J.J. Abrams a las labores de guion y dirección se nota y para bien. Después del estropicio perpetrado por Rian Joinhson en la anterior entrega, los fans estaban muy decepcionados y al mismo tiempo esperanzados con que Abrams retomará las riendas del proyecto y las aguas volvieran a su cauce. El resultado me ha convencido y reconozco que es un buen final para la historia de Star Wars pero hay un problema grande.

Y es que después de nueve películas, sin contar los dos spin offs de Rogue One y Han Solo, viendo prácticamente lo mismo la cosa aburre. Siento indiferencia por los destinos de unos protagonistas que se esfuerzan y están interpretados por buenos actores pero que no tienen el carisma de sus predecesores. Todo resulta cansino y avasallador, de ahí que aunque reconozca que se trate de un espectáculo de primera impecablemente realizado, me aburro bastante porque no deja de ser más de los mismo al cubo. Han matado a la gallina de los huevos de oro.