La propuesta inicial es sugerente: un mundo al revés en el que los vampiros son la sociedad dominante y los humanos, en peligro de extinción, son tratados como ganado que proporciona la preciada sangre, o bien están perseguidos. Pero el rojo alimento está a punto de acabarse y esa escasez está provocando una nueva mutación en los propios vampiros hasta convertirlos en monstruos deformes. Añadir a todo esto una cuidada fotografía y una estética cuando menos atractiva.

Pero lo sugestivo sucumbe a lo peliculero en apenas veinte minutos. A partir de entonces, tiene uno la sensación de que está viendo el capítulo piloto de una nueva versión de ‘V’ en la que los lagartos son sustituidos por chupasangres. Todo comienza a ser absurdo e inverosímil y queda en evidencia la inconsistencia del argumento, de los personajes, de la dirección. Mucha sangre, eso sí; y salvo los ajos y el crucifijo, los vampiros vienen con todo el kit. Se echa en falta a Txumari Alfaro para aportar solidez científica al intríngulis.

Una pena, aunque con tres muermos de la talla de Neill, Hawke y Dafoe tampoco tenía yo grandes esperanzas. A lo mejor es porque soy donante. En el mejor de los casos, para pasar el ratillo. Si te gusta sufrir, y eso.