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La vida es bella

Comedia. Drama En 1939, a punto de estallar la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), el extravagante Guido llega a Arezzo, en la Toscana, con la intención de abrir una librería. Allí conoce a la encantadora Dora y, a pesar de que es la prometida del fascista Rodolfo, se casa con ella y tiene un hijo. Al estallar la guerra, los tres son internados en un campo de exterminio, donde Guido hará lo imposible para hacer creer a su hijo que la terrible ... [+]
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Críticas 465
Críticas ordenadas por utilidad
19 de febrero de 2015
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Dejó dicho Andrei Tarkovski que la diferencia entre el cine de autor y el otro está en la voluntad del verdadero creador cinematográfico de elaborar su propia poética, honestamente. En ningún caso podríamos considerar como un autor a quien busca levantar acta notarial de una situación desde el prosaísmo de la supuesta objetividad. En ese sentido, habrá que reconocer que Benigni se acoge sin posible discusión a los preceptos tarkovskianos, ya que su ficción, volcada argumentalmente en la segunda mitad de la película a construir una realidad paralela, para el exclusivo consumo del hijo del protagonista, no puede estar más determinada por las peculiaridades de Benigni como persona y artista. Y más liberada, conscientemente, de encadenarse a la verosimilitud. Así que no cabe reprocharle a esta propuesta falta de personalidad. Desborda personalidad. Lo que puede ser enormemente satisfactorio o terrible en función del aprecio que cada espectador acabe teniendo por las maneras de Benigni.

Incontestable éxito comercial y veneración apasionada hacia el producto por parte de una proporción muy ampliamente mayoritaria del público. Incluso, para sorpresa de muchos, beneplácito (en su momento; creo que el tiempo no jugará muy a favor del mantenimiento del prestigio de "La vida es bella") de una parte de la crítica especializada. Bastante mayor de la que pudiera asumir un espectador de la minoritaria facción escéptica, o incluso hostil, hacia este relato. Así que podemos poner muy en duda que Benigni sea un cineasta valioso, pero no que se trate (al menos aquí, ya que no en el resto de su escueta y no muy distinguida carrera como director) de un hipnotizador portentoso. De la misma escuela que su compatriota Tornatore, capaz de granjearle una proporción más o menos similar de apoyo popular y periodístico a la muy irritante "Nuovo Cinema Paradiso".

Pero, a diferencia de Tornatore, Benigni me cae bien y no tengo dudas sobre su naturaleza verdadera de tío simpático y seguramente de bellísima persona. Por tanto es de rigor reconocer al director toscano que su mirada, tan particular, es limpia, honesta y sincera. Otro asunto es que uno pueda asumir que su producto tenga una entidad perdurable y sea valioso artísticamente. Aquí es donde habrá que comenzar con la sucesión de reparos de grueso calibre.

Benigni no se muestra en posesión de recursos deslumbrantes en la puesta en escena. Más bien parece que el apartado visual va, casi siempre, a remolque, de la torrencial verbalidad. Sus gags, pese a ser algunos muy buenos, parece que funcionasen mejor desde el guión. Que ganan poco o nada en su resolución en imágenes. Se ha repetido que bebe generosamente de la sentimentalidad y el trasfondo discursivo de Chaplin y de la extravagancia de lo felliniano. Cierto, pero revelándose la combinación (nada indeseable en sí misma) francamente estéril por reblanceder y hasta desactivar el nervio chapliniano y reducir a un modesto carnaval (primera parte de la película) todo lo que en don Federico era fluidez y coherencia.

Como ya he dicho que creo en la buena voluntad de Benigni, no sería justo cebándome con la capacidad distanciadora que tiene el despliegue de sentimentalidad en la narración. Como no le considero un tramposo, que el análisis químico del producto revele una presencia tóxica de sacarina donde debiera haber un sutil espolvoreado de buen azúcar (nobilísimo ingrediente) habrá que considerarlo más como un accidente o una consecuencia de las limitaciones artísticas de este hombre que como resultado de un cálculo perverso de seducción de la buena conciencia del espectador. Más o menos siguiendo los procedimientos (estos, sí, perversos y guarrísimos) que tienen los redactores para dotar de contenido a ese bloque de corrección política que colocan los informativos de la televisión pública justo antes de los deportes. Con apelaciones reconfortantes a las causas más en boga en cada momento, que pueden ir de la mejora de hábitos nutritivos al igualitarismo feminista. El aprobadete raspado se lo gana Benigni por no ir de sermoneador.

Como en el fondo también ocurre con el pequeño Josué, conforme avanza el relato nos va poseyendo un triste escepticismo. Demasiados agujeros en un guión que hubiera necesitado de un muy exigente repaso. Demasiadas situaciones en las que Benigni no acierta, ni por aproximación, en lo de mantener el equilibrio entre la fantasía protectora elaborada por su Guido y la horrenda realidad del campo de concentración. Vista con un planteamiento y resolución pobres, escasamente imaginativos, nada rigurosos y muy excluyentes para todo lo que no fueran prisioneros miembros de la familia Orefice.

Otro asunto, en el que ya hay que exculpar totalmente a Benigni, es el trasfondo que queramos encontrarle a la sobrevaloración (bastante escandalosa) de ciertos productos fílmicos en las últimas tres décadas. ¿Escasa frecuentación de un cine clásico erradicado hace tiempo de la programación de las televisiones? ¿Cuestiones sociológicas merecedoras de unas cuantas tesis doctorales? ¿Perversión o amaneramiento del gusto por sumisión acrítica a nuevos valores, nuevos relativismos y nuevas realidades tecnológicas? Determine cada uno qué pueda encontrarse detrás de la consideración mayoritaria como "obras maestras" no ya de esta bienintencionada y un tanto torpona fábula de Benigni, sino de determinados productos de temática enrevesada y desarrollo ultraviolento, o de las queridísimas "distopías" de los hipsters.
Zinephagus
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7 de diciembre de 2016
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Sencillamente perfecta. Nunca había visto esta película, solo algunas imágenes pero el día que me la he puesto me ha hecho sentir algo que no sentía desde hace mucho tiempo. Es la primera vez que lloro y río con una película al mismo tiempo. Solo puedo dar las gracias al señor Roberto Benigni por dejarnos esta obra de arte en la que uno de los momentos más negros de la historia de la humanidad se puede ver desde un punto optimista de la vida.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
liberocollado
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8 de marzo de 2017
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Sí, La Vida es Bella es una gran película. No sólo por su estupenda historia y capacidad de enamorar al espectador rebuscando en sus entrañas, sino también por ser un puro homenaje a grandes clásicos del cine de un país que ha dado verdaderas producciones de bella factura. Su fotografía ideal para su época le permite ser una película casi imprescindible para todo aquél que busque en ella cine con mayúsculas.

Sin embargo, hay algo de trampa en toda esta pequeña joya. Roberto Benigni comenzó a hacer La Vida es Bella cuando recibió el guión de El Tren de la Vida para interpretar a uno de sus personajes. La película de Mihaileanu sirvió de inspiración directa para el actor/director, por no decir otra cosa, y aunque eso no quita para que La Vida es Bella sea una buena película uno no puede más que sentir cierta injusticia una vez ha visto El Tren de la Vida.

Son, de todas formas, películas distintas. Ambas se basan en una tragedia para plasmar una extraña comedia. La comedia de Benigni es más sana, mientras que la de Mihaileanu queda mucho más irónica y acaba siendo casi una sátira. Es en esa bondad de La Vida Es Bella donde se encuentran los verdaderos valores de una película que, contextualizada o no, merece la pena. Benigni nos recuerda de la mejor manera posible uno de los grandes poderes del ser humano: la capacidad de reír y ser feliz de manera casi autosuficiente.
NeoJ
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25 de abril de 2017
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Película que hay que ver antes de morir.En esta película sientes el dolor y todo por lo que pasa los actores, te sientes como si estuvieras adentro de la película, eres un extra más.Si quieres llorar verla y prepara tus buenas cajas de 1000 pañuelos que lloraras seguro no, lo siguiente.
FrankReviews
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23 de diciembre de 2017
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El director Roberto Begnini, mago del cine que hace también de guionista e intérprete en este film, junto a Vincenzo Cerami, construye una película maravillosa y llena de amor y encanto, sin que resulte cursi ni afectada, sino teñida de una dulce melancolía y plagada de elementos más propios del “realismo mágico” de Carpentier o del surrealismo. Así pues, dirección de lujo de Begnini (Oscar) y guión magistral, toda una impactante fábula sobre el escapismo de la imaginación en tiempos tan espeluznantes como el Holocausto nazi; una historia sencilla que no es fácil de contar pero que Begnini lleva a buen puerto. La música de Nicola Piovani ya ha pasado a los anales de las grandes bandas sonoras del cine, con un Oscar en su haber: Genial igualmente la fotografía de Tonino Delli Colli.

En el reparto todos brillan con luz propia, encabezando el elenco, una antológica actuación de Roberto Benigni (otro Oscar) junto a su amor, Nicoletta Braschi que está igualmente de lujo; el niño Giorgio Cantarini es de los mejores infantes del cine de siempre. Y acompañan de diez para arriba la gran Marisa Paredes, Giustino Durano, Horst Buchholtz y Sergio Bini Bustric.

Esta hermosa historia con tintes de Chaplin fue todo un éxito mundial, conquistando los millones de corazones de quienes la vieron. Hay una red tupida de emociones diversas: ternura, encanto, sonrisa, drama o alegría y tristeza. Todo se entremezcla en esta película como rara vez se ha podido ver en la pantalla.

Cuando se ven las imágenes, terribles imágenes, del nazismo visto desde la Italia de Mussolini, no cabe imaginar a priori que nada alentador pueda ocurrir en este contexto sombrío del relato. Pero más allá de la crudeza está la magia del cine y sobre todo la virtud de Roberto Begnini que puede imaginar un universo espiritual capaz de sobrevolar el horror.

En resolución es una película que puede reírse de lo inimaginable, de la ignominia humana, que puede incluso jugar con la Historia con cierta travesura, pero también con mucha seriedad. Amigo, si aún no has visto esta obra, sólo puedo hacer que recomendarte que lo hagas cuanto antes. Imprescindible, absolutamente bella, un precioso cuento agridulce, una oda a la paz que nos hace ver con su tierna ingenuidad, el absurdo de las guerras, de los odios y de las ideologías que atentan contra la integridad humana. Puede que rías, puede que llores, pero ante todo verás un acto de fe en la humanidad que tiene en un sublime final su máximo exponente.
Kikivall
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