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Una botella en el mar de Gaza

Drama. Romance Tal es una jovencita francesa que vive en Jerusalén con su familia. Tras la inmolación de un terrorista en un café del barrio donde vive, Tal escribe una carta a un palestino imaginario en la que le plantea preguntas y expresa su contundente rechazo al odio que hay entre los dos pueblos. Mete la carta en una botella y le pide a su hermano que la tire al mar cerca de Gaza, donde él cumple el servicio militar. Unas semanas más tarde, Tal ... [+]
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Críticas 17
Críticas ordenadas por utilidad
25 de mayo de 2023
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Lo que hace el cineasta francés Thierry Binisti no tiene precio, ni cinematográfica ni políticamente. Harían falta muchas más “Una botella en el mar de Gaza” en este planeta para tomar conciencia de la necesidad de terminar con el conflicto más enquistado e injusto del planeta, el que desangra a Palestina ante Israel sin que nada pueda pararlo.

Ante tanta violencia y sinrazón, Binisti propone un canto al entendimiento entre los pueblos, pero no lo hace de una forma simplista o naif, sino a través de la cordura y la racionalidad y, por supuesto, a través del amor, de cualquier tipo de amor. El resultado es fantástico tanto en intenciones como en cine. Porque Thierry Binisti es consciente de que una adolescente francesa de origen judío viviendo con su familia en Jerusalén no es capaz de odiar sin conocerlo previamente a un adolescente palestino residente en Gaza, porque sabe que la fuerza y la ilusión de la juventud va a intentar empujar las fronteras del entendimiento, aunque sea imposible, aunque estén condenados al fracaso, pero… es propio de la juventud creer que se puede cambiar el mundo y los protagonistas de esta cinta tienen aún su fe intacta antes de que la vida se la derrumbe a base de golpes.

“Una botella en el mar de Gaza” comienza justo por ahí, con el lanzamiento de este objeto de vidrio al mar conteniendo la carta de una joven judía preguntando a quien recepcione la botella cómo es posible que alguien se inmole por cualquier causa, por muy justa que sea, tratando de entender qué pasa en la mente de un terrorista palestino. Esa botella llega a manos de un chico palestino en una playa de Gaza y… decide contestar a la dirección de email que aparece en la carta. A partir de ahí, van a comenzar a intercambiar correos electrónicos entre ellos y ya nada va a ser igual.

Puede parecer sencillo el planteamiento, pero funciona absolutamente y descabalga al espectador más comprometido con cualquiera de las dos causas apelando a la racionalidad y la sensibilidad que debe esconder el ser humano en algún rincón apartado y oscuro.

A pesar de la excelente dirección de Thierry Binisti, autor también de un guión portentoso adaptando la novela homónima de Valérie Zenatti, lo mejor de la película es la interpretación de su joven pareja protagonista: extraordinario Mahmud Shalaby pero, sobre todo y por encima de todo, de una excelsa Agathe Bonitzer como la chica judía que arroja la botella y que desarma a quien se acerque a la cinta con una interpretación medida, coherente, perfecta, sensible, justa y precisa, un alarde mucho más que notorio venido de una actriz francesa de trayectoria inapelable que logra hacer levitar a quien contemple el film.

Como actriz secundaria, destacar la presencia de la siempre solvente y necesaria Hiam Abbass como la madre del chico palestino. E igualmente compacta la dirección de fotografía de Laurent Brunet para una película maravillosa en intenciones y resultado.
Sergio Berbel
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13 de septiembre de 2012
6 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay gente a la que le encanta opinar. Sobre lo que haga falta. Si no tienen ni pajolera idea de qué va la materia a debate, mucho mejor. Al fin y al cabo, la mayoría de estos individuos se empeña en mostrar continua y alegremente los destellos de su querido síndrome, básicamente debido a que en el fondo padecen un mal muy ilustrativo de nuestros tiempos: el miedo al silencio, que pasa por ser uno de los tesoros más olvidados -por no decir masacrados- en la actualidad. Es la misma fobia a ''la-hoja-en-blanco'' por parte del alumno que no hizo caso a Mark Twain; aquella fobia que irónicamente acaba retratando al que haría mejor tratando de ocultar su estupidez. Del mismo modo, el que disfruta compartiendo su opinión sin saber de qué habla, aprende a la larga que hay temas en los que lo mejor que puede hacerse es no entrar.

Ya sea por su complejidad, ya sea porque un paso en falso puede herir sensibilidades... el buen exhibicionista de las opiniones debe saber cuándo dar un paso atrás y mantenerse al margen, porque hay temas que pueden usar la ignorancia del interlocutor para darle en sus propios morros. Y duele, porque el golpe está más que merecido. Ejemplo: Trey Parker y Matt Stone no se arrugaron a la hora de hablar de la guerra de Irak, ni de las caricaturas de Mahoma (lo cual les llevó, por supuesto, las correspondientes amenazas de muerte), ni de la cienciología (con los correspondientes amagos de demanda, of course)... sin embargo, cuando llegó el momento de destapar la peliagudísima -más aún en Estados Unidos- polémica de la investigación con células madre, pusieron el freno de boca, y se echaron a un lado evitándose así, más que las posibles represalias por parte de los contendientes, el ridículo por intervenir en un tema que les superaba. Bien por ellos.

Otro ejemplo. Quizás hinchado -en todos los sentidos- por el éxito cosechado por su estupenda 'La escafandra y la mariposa' (que por cierto, era un brillante acercamiento a una historia nada fácil de abordar), el artiste-total Julian Schnabel se lanzó a la piscina del conflicto israelí-palestino... y el planchazo fue soberano. 'Miral' fue un desastre en todos los sentidos, no por sus errores imperdonables de casting -que también-, sino más bien por elegir la simplificación y lo tendencioso como armas principales en un terreno en el que esta clase de trampichuelas quedan fulminantemente penalizadas. Como debe ser. Porque no se puede opinar sobre la sangrienta y atávica lucha entre dos pueblos de la misma manera con la que se opina sobre la tristeza de un jugador de fútbol. No es lo mismo.

Tal, una adolescente nacida en Francia que actualmente vive en Israel, se da cuenta de que no sabe nada del país en el que reside. Cuando el desengaño explota literalmente en el café de la esquina, el mundo de la joven muchacha se pone patas arriba. En un desesperado -y algo pedante- intento de poner orden al caos, la pequeña náufraga medio-ahogada en un océano de dudas hace llegar al mar de Gaza un mensaje en una botella. En él se plasman las inquietudes y pesares de alguien que no logra entender cómo una persona puede ser capaz de atar su cuerpo a una bomba, hacerla detonar y llevarse por delante a cuantas más almas mejor. No entiende cómo la fractura cultural en un país puede desembocar en ríos de sangre de fuerza tan inconmensurablemente devastadora.

Para intentar disipar dudas acude al rescate una misteriosa figura que se hace llamar ''Gazaman''. En realidad se trata, obviamente, de un joven palestino de la franja de Gaza llamado Naïm, quien por supuesto tiene mucho que decir en medio de tanto cacao mental y sentimental. A partir de este atípico primer encuentro va a establecerse entre estos dos polos de ira e incomprensión, una relación epistolar electrónica a través de la cual el director y guionista galo Thierry Binisti introduce apuntes sobre una realidad denunciable a demasiados niveles. Llegado el momento, y sobre todo cuando entra en escena Hiam Abbas (¿requisito sine qua non para hablar del conflicto árabe-israelí?) el espectador precavido tiene motivos suficientes para temerse lo peor, que en estos casos siempre es una retahíla de atajos por los que inmiscuirse de manera descarada en el corazoncito del espectador, que inexplicablemente acude a escuchar el discurso del que opina con una predisposición que asusta.

La sorpresa -agradable- se va descubriendo a medida que avanza la historia. Aunque ésta opte por tomar en más de una ocasión la siempre peligrosísima decisión de detenerse a descansar en algún que otro lugar común, lo cierto es que se le perdona por no ser éstos en ningún momento un argumento de primera línea, sino más bien un tic ocasional con el que ya se contaba a priori, y por ello, perdonable (qué triste). Lo importante es que Binisti, con poca garra pero con precisión, acierta a la hora de retratar dos personajes representativos (así como la relación entre ambos). La evolución emocional de estas dos personas que se dan cuenta poco a poco de que no son las únicas víctimas en el mundo (y mucho menos las estrellas indiscutibles de este show macabro) está bien ligada con el ''trauma'' y descubrimientos varios típicos de la adolescencia, y a pesar de que no deje huella, convence, que ya es mucho. Del mismo modo, la moraleja formulada (''Me ha dolido/encantado conocerte'' ó ''Entre nosotros todo es complicado/posible'') quizás no aporte nada nuevo a la audiencia... pero al mismo tiempo indica que 'Una botella en el mar de Gaza' opina sabiendo de lo que habla. Ya es mucho.
reporter
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