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El cuarto mandamiento

Drama A finales del siglo XIX, la mansión Amberson es la más fastuosa de Indianápolis. Cuando su dueña, la bellísima Isabel, es humillada públicamente, aunque de forma involuntaria por su pretendiente Eugene Morgan, lo abandona y se casa con el torpe Wilbur Minafer. Su único hijo, el consentido George, crece lleno de arrogancia y prepotencia. Años más tarde, Eugene regresa a la ciudad con su hija Lucy, y George se enamora de ella. (FILMAFFINITY) [+]
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Críticas 57
Críticas ordenadas por utilidad
7 de julio de 2005
16 de 22 usuarios han encontrado esta crítica útil
De las mejores películas de Orson Welles. Podría haber superado sus obras más aclamadas de no haber sido por la espantosa mutilación que sufrió por parte de la RKO. Me gustaría resaltar la maravillosa voz en off de Welles, que actúa aquí como narrador omnisciente, conservando en todo momento un distanciamiento desapasionado sobre los hechos que cuenta y encajando a la perfección con las imágenes que vemos y con todo el clima de la película. Tambíen, decir que lo señalado con respecto a los cortes que sufrió la película (45 minutos) se explica con el eslogan de la nueva dirección de la RKO en ese momento: "espectáculo en lugar de genialidades: una nueva apuesta de la RKO". Así, empezaron las malas relaciones entre Welles y Hollywood. Todo esto se podría aplicar igualmente a "La dama de Shanghay". Triste pero cierto. Termino diciendo que el 9 con que la he votado es para los 88 minutos que dura la película, pero seguro que si no hubiera sido cortada habría entrado por derecho propio entre las 10 mejores películas de la historia del cine, superando incluso a Ciudadano Kane, tal es lo que se intuye de lo suprimido por la productora. A pesar de todo, es magnífica.
Antonius Block
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6 de agosto de 2005
16 de 22 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pese a la gran mutilación que sufrió en su momento esta joya, los ochenta minutos y pico que se conservan son de lo mejor que rodó Welles en su vida. Dilucidar sobre qué habría sido si El cuarto mandamiento hubiese conservado su metraje original ahora ya no viene al caso. El hecho es que la fuerza arrebatadora de lo que se conserva es suficiente, ni con Kane, ni con Sed de Mal, ni nunca, Welles consiguió tan alto nivel como cineasta. La fuerza de sus encuadres con la impresionante fotografía en B/N de Cortez, los planos agresivos con picados, contrapicados y gran profundidad de campo, la magnificencia de los movimientos de cámara, la composición espacial o la dirección de actores alcanzan un nivel casi supremo. Si, a la película le faltan minutos, podría haber sido colosal, pero con lo que hay es suficiente para admirar el talento de Welles, director comúnmente algo sobrevalorado pero que logra aquí un ejercicio fílmico impresionante.
K
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7 de julio de 2015
11 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
99/07(13/06/15) El segundo film de Orson Welles fue el comienzo de sus problemas en Hollywood, obra triturada por los productores en pos de un pretendido éxito comercial, más de 40 minutos eliminados del montaje de OW, incluso se rodaron escenas adicionales no dirigidas por él, hasta variaron el final. Lástima que nunca podremos saber lo que quiso hacer OW, sabemos lo que ha quedado. Welles produce, dirige y guioniza la novela de 1918 “The Ambersons”, de Booth Tarkington, Premio Pulitzer (filmada en 1925 como “Pampered Youth”, dirigida por David Smith), retitulada por OW “The Magnificent Ambersons”, que nos habla de una era de cambios sociales y económicos reflejados en la revolución que supuso la aparición del automóvil. OW poseía interés personal en el libro, Tarkington era amigo de la familia Welles, y al igual que George Minafer era considerado un niño mimado, asimismo el verdadero nombre del director era George. Welles adaptó primero la novela para un drama de radio, realizada el 29 de octubre 1939, por su equipo del Mercury Theatre en “The Campbell Playhouse”, con Welles encarnando a George Minafer, y proporcionando la voz en off, Ray Collins único actor de dicha producción que aparece en la película. Estaba presupuestada en 853.000 $, cifra similar a “Ciudadano Kane”, pero al final se disparó a 1 millón, que con los cambios posteriores de la RKO se fueron a 1,1 millones. Tuvo cuatro nominaciones a los Oscars, incluyendo mejor película. Aquí en España se renombró con “El cuarto mandamiento”, el que dice <Honrarás a tu padre y a tu madre>, haciendo referencia a las complicadas relaciones paterno-filiales.

En lo que ha llegado hasta nosotros queda un notable melodrama de época, obra que evoca con nostalgia los viejos tiempos, relato que explora el abismo que supuso el cambio de estilo de vida entre la tradicional vida de los ricos por vía hereditaria, especie de aristocracia anclada en un pasado decadente, reacia a los cambios generacionales, esto se refleja en la mansión barroca, esta choca de bruces con la ola de los nuevos tiempos, la revolución industrial, la gente emprendedora que desde abajo con buenas ideas y trabajo puede llegar al éxito, esto se refleja en Eugene y el automóvil, este cambio social y económico supuso que quien no supo adaptarse fue arrollado por la Era Moderna, supuso la irrupción de nuevas costumbres, donde la pseudo-nobleza que vivía mayormente de rentas, anquilosada en sus rancias etiquetas, tuviera verse forzada a elegir a convivir en este Nuevo Mundo o enmohecerse en el Viejo que se derrumba lenta e inexorablemente. Nos habla de esto y de más, la hipocresía, la doble moral, la codicia, las envidias, la altanería, el egoísmo, la petulancia, y sobre todo de los amores imposibles, los que más calan, los que nunca llegan pero se anhelan. Es la historia de dos familias que reflejan esta separación de sociedades, dos formas de relacionarse con los hijos la tierna de Eugene con Lucy, y la chirriante entre Isabel y George, de dos amores, el de Eugene con Isabel, es el amor maduro que se prolonga por años y que es torpedeado en su juventud por la soberbia y el orgullo malentendido de ella, y el de Lucy con George, donde el hijo de Isabel no solo no ha aprendido de los errores de su madre si no que los maximiza, quedando un melancólico retrato de amores imposibles, al que se les une el platónico que tiene tía Fanny por Eugene, asimismo destacable la turbadora relación que tienen tía Fanny y George, compartiendo muchos de los tormentos. Todo lo contado enmarcado en el brillante estilo visual de OW, dotando de alma a los escenarios, siendo una de las protagonistas la mansión, que parece tener vida propia, a lo que ayuda la fenomenal fotografía de Stanley Cortez.

Joseph Cotten realiza una gran interpretación, dota de carisma, vigor, fragilidad, dudas, remordimientos, de humanidad a su personaje, con gran mesura y poder gestual sutil nos llegan sus sentimientos, frustrado por un amor imposible, Welles era gran amigo de él, pero cuando se enteró el director que había rodado escenas adicionales con otro director su relación se rompió, amistad que se recompuso por cartas de disculpa que le escribió el actor. Dolores Costello resulta una enternecedora presencia, una débil mujer atrapada en los errores de arrogancia del pasado y oprimida por un malcriado hijo que la deja ser feliz por egoísmo. Tim Holt es el caprichoso hijo, ejemplo de cómo no se debe educar a un hijo, el actor lo encarna con elegancia, flema, apostura, intensidad, energía, maliciosa e hiriente labia, preso de unos ideales desfasados, gran química con Anne Baxter, ella encarna con una tremenda dulzura y encanto a la hija de Eugene, desborda encanto por la pantalla. Agnes Moorhead encarna al personaje más complejo y agrio, una solterona resentida, una especie de Lady MacBeth para su sobrino George, fulgurante en sus intervenciones, visceral, emocional, desgarradora como el momento que se que termina echada contra la caldera, excelente. Ray Collins como Jack Amberson, borda de simpatía y sabiduría su rol. Richard Bennett como Major Amberson aporta temple y majestuosidad.

Puesta en escena brillante, con gran diseño de producción de Albert S. D’Agostino (“Encadenados”), se rodó en el área de Los Ángeles, incluyendo Big Bear Lake, Bosque Nacional de San Bernardino y Este de la ciudad, las escenas con nieve fueron en la casa de hielo de la Unión Ice Company en el centro de LA, siendo estrella la mansión de los Amberson (usada después para films serie b de terror producidos por Val Lewton), un personaje más, símbolo del paso del tiempo, de la decadencia de una clase social, creada en los Estudios RKO en Los Ángeles, se construyó de verdad, con paredes reversibles, para permitir la fluida movilidad de la cámara, con majestuosas escaleras, manejadas de modo emocional, con barrocos techos,... (sigue en spoiler)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
TOM REGAN
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1 de septiembre de 2009
30 de 52 usuarios han encontrado esta crítica útil
Y aquí usted peca de esto Mr. Welles, porque se apropia de una historia rosa digna de Corín Tellado. Oh, amores imposibles, oh decadente aristocracia, oh tiempos modernos que arruinan el glamour de entonces... oh bla bla bla típico tópico.

En fin, no digo que esté mal hecha, que no lo está. Tiene sus méritos y todo eso, aunque no nos pasemos que tampoco es una maravilla técnica ni visual. Pero por Tutatis, la historia es más floja que una erección de Mr. Burns.

Ay Orson, si te hubieses dedicado a lo tuyo en vez de meterte en casa ajena...
Gilbert
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19 de mayo de 2008
28 de 48 usuarios han encontrado esta crítica útil
En el principio, fue la Escalera de Jacob, por la que los ángeles llegaban a la tierra. El dios de nuestros padres aún vivía entre nosotros y el sueño era su don.

Despertamos. Dejamos de mirar al infinito.

Quisimos renacer. Miguel Ángel, Leonardo y Diego de Siloe se propusieron reabrir ese pasaje. Así lo afirman la escalera de la biblioteca Laurenciana, la de doble hélice del castillo de Chambord y la escalera dorada de la catedral de Burgos. El libro, la iglesia y la corona, en busca del camino al otro lado.

Maurits Cornelis Escher, como Welles, trazó escaleras imposibles.

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Érase una vez una escalera, oscura y arrogante. La luz no conseguía entrar en ella. Vivió momentos de boato y vaguería, desprecio y esplendor. Sus inquilinos (parásitos de Sèvres) necesitaban recorrerla para respirar. Subían y bajaban, como unos ángeles caídos. Nadie que fuera ajeno a la hermandad podía doblegarla. El nombre era su fuerza.

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Han levantado en su lugar un edificio de oficinas. Ángulos rectos, espacios luminosos y un ascensor que comunica, diligente, sus más de treinta plantas. Quien lo toma (y todos lo hacen) siente una leve desazón en el estómago. Nada grave. Al fin y al cabo, no es más que un apellido.
Servadac
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