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Amigos apasionados

Drama. Romance En el Londres de la posguerra, Mary Justin se encuentra con el universitario Steve Stratton, su verdadero amor desde la juventud. Pero ahora se encuentra casada con un rico financiero bastantes años mayor que ella, ya que optó por tener una vida segura y acomodada. Sin embargo, el encuentro reaviva viejas llamas. (FILMAFFINITY)
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8
20 de diciembre de 2013
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando el amor empieza a ser acompañado por un sentimiento de propiedad (“Ella es mía” “El es mío”) por parte de alguno de los miembros de la pareja, el sufrimiento y/o el fracaso, comenzarán desde entonces a penetrar por la puerta. ¿Y esto por qué? Sencillamente porque, amor y libertad son uno solo, y son tan indesligables como la lluvia y el río. Quítale al amor la libertad y se convertirá en tormentoso sometimiento, y quítale a la libertad el amor y se convertirá en libertinaje… o en una triste soledad.

Mary es una mujer de aquellas que parecieran conceder a la libertad el valor que se merece y también pareciera conceder al amor la estima en que ha de tenérsele. Pero ha podido más en ella el deseo de gozar de privilegios y abundancia… y se ha casado con Howard Justin, un solvente hombre de negocios mucho mayor que ella, a quien solo valora por su dinero y su posición. Entre tanto, Mary vive añorando al amor de su juventud, el ahora biólogo Steven Stratten, y cada que tropieza con él se entrega con alma, vida y sombrero… y las cosas solo se apagan cuando también Stratten habla de querer que Mary sea “suya”.

Justin también tiene muy claras las razones por las que Mary se casó con él, y con esto demuestra que es un hombre de muy débil autoestima, pues se sirve de su prestancia para poder obtener (a medias tintas) aquello que desea. Objetivamente, estamos pues ante una oportunista, un hombre posesivo y un débil de carácter. Y lo que puede darse entre ellos no ha de ser más que sufrimiento porque, Mary solo se aguanta a un hombre al que no ama y no quiere sentirse poseída por el hombre al que sí quiere; Howard tiene muy claro que su mujer ansía volar y que esto es algo que él no puede concederle; y el pobre Steven no sabe vivir sin poseer y será capaz de unirse de buenas a primeras con aquella que le permita tener la sensación de amo.

Pero de los tres, quizás el más fuerte sea Howard porque es quien sentimentalmente nada recibe, y es el que más perdona. En diversas ocasiones, tenemos el presentimiento de que su estado emocional va a estallar en un acto de incontenible agresividad, pero el hombre sabe seguir el cauce de la razón y pareciera comprender que solo recoge lo que él mismo ha sembrado.

H. G. Wells (1866-1946), famoso no solo por sus novelas de ciencia-ficción, sino también por sus dramas y otros muchos escritos, nos ofrece con “Los amigos apasionados” (1913), un brillante y conmovedor entramado acerca del bien complejo manejo del afecto, y nos enseña a tres seres que, en el fondo, merecen toda consideración.

Con un cálido protagonismo de Ann Todd, su nueva pareja sentimental, el director David Lean, realiza un filme de muy bella estética y con un toque romántico que nos remite irremisiblemente a “Breve Encuentro”, su preciosa película de cuatro años atrás, que también tenía a Trevor Howard como el hombre de hogar que entraba fugaz, pero intensamente, en la vida de una mujer también casada.

Junto a ellos, el siempre correcto Claude Rains, logra una profunda y contenida caracterización, como el débil en la búsqueda del amor, pero de gran fortaleza para mantener siempre la altura ante lo que siente.

Una historia así no puede deparar un final feliz, pero abre una puerta para que por fin un hombre se haga querer tan solo por lo que es… pues dignidad, generosidad y carácter, es todo lo que un hombre necesita para poder ser amado de Verdad.

Título para Latinoamérica: “APASIONADA”
8
28 de febrero de 2019 3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Brillante historia de amor de David Lean -no tan valorada o reconocida como "Brief Encounter", pero igual de buena- narrada con pulso firme e imaginación frugal. La dirección de Lean brilla pero no encandila, en consonancia con la perfecta iluminación de la cinta. Para el desarrollo de la historia, el realizador ingles hace un gran uso del flashback y saca el jugo a una acotada pero precisa narradora en la piel de Ann Todd.
Y hablando de ella, Ann Todd y Trevor Howard hacen una pareja fantástica. Una pareja interpretativa con todas las de la ley. Sus actuaciones traspasan la pantalla como si esta fuese de un material mucho más permeable de lo que realmente es. Injusto sería dejar fuera del párrafo a Claude Rains, siempre impecable en su incómoda posición.
Por otro lado, el guion está a la altura de sus personajes, y viceversa. Los diálogos están pulidísimos. No sobra palabra en boca de nadie y el montaje casi que diría que se adelanta a su época. Un emotivo concierto de inteligencia emocional.
Por si no bastase, la composición de las imágenes -inundadas por una música melancólica y preciosista- goza de una sutileza difícil de hallar. La ya nombrada luz, el contraste, la ambientación. Cuadro por cuadro la película entrega una lección de grandeza, tomando prestadas algunas influencias del Expresionismo en los momentos adecuados.
Nada esta librado al azar en "The Passionate Friends". Desde una impecable vestimenta hasta una música por momentos estrictamente romántica y por otras totalmente dramáticas, es una de esas películas perfectamente aceitadas e inoxidables.
Y es que no solo de un impecable apartado técnico vive el Cine. La emoción, la honestidad y la sensibilidad a la que apela esta película la enaltecen sin más.
En resumen, "The Passionate Friends" es una escuela de cine. Un auténtico y sensato ejemplo de género romántico sin cursilerías ni golpes bajos. Con personajes humanos, bien desarrollados y no estereotipados. Una película que se cuece a fuego lento, paso a paso, beso a beso.
5
30 de abril de 2020 3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
113/33(29/04/20) Fallido melodrama romántico realizado por David Lean (visualmente tiene momentos atractivos, posee una actuación notable, pero su historia me resulta poco atractiva, siendo el peor error que en el centro está una mujer muy caprichosa e indolente en sus decisiones frente a un triángulo amoroso, se nos dice en varias ocasiones que Steve, su amante no la conoce, como si tuviera un gran secreto que guardar, cosa que nunca aparece, se sugiere (o algo más) que prefiere la estabilidad económica de vivir con un adinerado, pero tampoco es que la veamos disfrutar efusivamente de estos lujos, quedándome con ello un centro de gravedad dramático cojo y confuso que rompe cualquier empatía, empatía que Lean intentará en el tramo final derivar hacia ella, pero esto se siente un intento errado con lo visto hasta entonces. El guionista Eric Ambler (“Oliver Twist”) adapta la novela de 1913 de HG Wells “The Passionate Friends: A Novel”, describe un triángulo amoroso en el que una mujer no puede renunciar a su aventura con otro hombre, basada en parte en la propia experiencia del escritor, que pasaba veranos en casa de su amante Elizabeth von Arnim en los Alpes en Suiza. Al final se siente como una copia bastardeada de la muy mejor “Breve encuentro” (1945) del mismo Lean (incorporando también trenes y sus estaciones), ello incorporando a uno de los ‘cornudos’ (Howard Justin por Claude Rains, este rol valdría para añadir algunas dosis de “Notorius” de Hitchcock, como es esa imagen de las sillas del teatro vacías, o el manejo de los prismáticos en subjetivo para imprimir suspense, además de ser su papel en la cinta hitchcockina el de otro cornudo), pasando de una ama de casa común encarnada por la morena Celia Johnson, a una mujer rubia snob casada con ricachón banquero encarnada por la esposa entonces de Lean, Ann Todd (primera de las tres películas consecutivas que Todd y Lean hicieron juntas, seguidas por “Madeleine” en 1950, y “The Sound Barrier” en 1952), se mantiene Trevor Howard como amante, donde las motivaciones de unos y otros quedan un poco crípticas, sin solidez alguna como si las tenían la pretérita cinta, todo parece aquí más arbitrario, y encima coronado todo por un final acomodaticio y poco valiente. La historia adolece de cierto desbarajuste en el modo de incorporar flash-backs dentro de flash-backs que descolocan y desvían la atención, quizás buscando con esto escapar a la linealidad y monotonía de un elato que pasada media hora parece entrar en un bucle de situaciones que le director solo parece poder romper trasladando la historia a los Alpes suizos, pero lo que es en el contenido se siente (por lo menos yo) cansina, que al final avanza muy poco, sintiéndome ante una historia naif, que quieren melodramatizar con su forzado rush final. La protagonista hace las funciones de narradora del relato, que explica en forma de monólogo interior, evocando hechos de 1930, 1939 (Nochevieja de 1938/39) y 1948 (viaje a Suiza), cuando en la novela era el amante Steve Stratton el que lo contaba en primera persona como si se lo contara a su hijo adolescente. Una película que la censura española, “garante” de la moral y las buenas costumbres no permitió estrenar en España, pues el régimen no podía permitir insinuaciones sobre adulterio.

La historia es que Mary, la mujer en cuestión, prefiere en su día casarse con un hombre de negocios (mayor) con influencia hasta en la política de altos vuelos, y vivir en una sociedad acomodada y poderosa, algo que por otro lado es lícito, a un más humilde aspirante a profesor pero de quien verdaderamente está enamorada.

Como he comentado, el vértice central del triángulo romántico es una inestable mujer, una hedonista sin más ocupación ociosa (al menos eso parece una y otra vez, no se le ve hacer otra cosa) que buscar una y otra a su amor de la juventud. Con el que la vemos en un flash-back decirle que no puede estar con él por motivos peregrinos incomprensibles existencialistas cuasi-kafkianos, pues le ama, pero al parecer no lo suficiente como para casarse con él. Luego la vemos casada con un elegante y sofisticado banquero en una fiesta de fin de año (1939), ve al antiguo amor y le entren picores sexuales, pero al final solo es una calientabraguetas que engaña a su amante con que va a dejar a su esposo. El doliente esposo resulta ser un tipo estoico que aguanta la infidelidad con estilo sardónico, sabiendo que su mujer es demasiado gustosa de la vida fácil en contra de entrar en una vida privada de su tren de vida. Pero luego, años después vuelve a encontrarse con él en Suiza y los ‘picorcillos’ vuelven en su modus operandi volátil. Este personaje nuclear hace que toda la historia se tambalee, y solo se mantenga algo por el estilo visual incisivo de Lean, y por la formidable actuación de Claude Rains.

La fotografía en glorioso b/n Guy Green (“Oliver Twist” o “Madeleine”), maneja resortes dramáticos de modo sensible, con sutil manejo de miradas, fijándose en objetos subjetivamente (‘hitchcockianamente’) para reforzar el poder emocional de estos (las butacas vacías, el folleto de una obra de teatro, un mechero, un bolso abandonado en un sillón,…), con un manejo de las tomas punzando emociones con miradas (las miradas de Mary: Desde lo alto de ella a Steve en Nochevieja; mirando a Steve cuando este llama desde una cabina; la que echa a las vías del metro con claras sensaciones de …), preciso el modo en que Howard (Claude Rains) observa a su esposa ‘furtivamente’ como ella mira desde el balcón del hotel como se marcha Steve, ello a través de una cortina de gasa oscilante por el aire, ella vuelve a la habitación y vemos sus ojos llorosos, ya la vez impactados por la presencia de Howard). Destacando dos escenas, una la de la fiesta de disfraces de Nochevieja, donde el objetivo captura el jolgorio diferentes niveles de altura, y a la vez es capaz de enfrentarnos a como los dos antiguos amantes se fijan uno en otro sutilmente... (sigo en spoiler)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
… El otro tramo es como se gusta la cámara ensalzando los hermosos paisajes alpinos del lago encajonado por las infinitas cumbres de las montañas (Se rodó en escenarios naturales de Chamonix y Lago de Annecy en Francia), o el paseo por las montañas de los amantes; La partitura del compositor Richard Addinsell (“Lobos Marinos” o “El Príncipe y la corista”) dirigida por el director musical Muir Mathieson e interpretada por la Philharmonia Orchestra de Londres.

Ann Todd (que enorme parecido tiene con Joan Fontaine) como Mary Justin, posee una belleza turbadora, pero no puede luchar contra el papel antipático que se pisa a sí mismo en su indefinición; Trevor Howard como el profesor Steven Stratton resulta una percha plana de Mary, pues él no tiene el conflicto de estar casado la mayor parte dela metraje, por lo que amarla sin dilemas morales resulta poco estimulante dramáticamente; Es Claude Rains él único que demuestra su porte de actor sólido, capaz de hacer empático a su parco rol, le infunde carisma con sus miradas, con sus andares, con su lenguaje gestual, explotando cuando debe, consciente de que su esposa no lo ama, pero aspira a su cariño, tipo inteligente, con vida interior bullente, destila dignidad, aunque su final me resulta poco coherente. Quizás aguanta los desplantes de su esposa porque es homosexual (se sugiere levemente esto cuando con los prismáticos observa a un tipo que se mira al espejo), y solo busca una mujer trofeo para enmascarar sus ‘taboo’ gustos sexuales. Esto podría ser reforzado por como duerme la pareja en camas separadas en sus dormitorios, o que nunca los vemos darse besos en los labios y si inocentes besos en las mejillas, aunque esto también podría ser por el código de censura imperante entonces (una mujer no podía besar a dos hombres en los labios en la misma película, por lo menos en USA).

Spoiler:

No entiendo en el tramo final quien le da una demanda de divorcio a Steven Stratton en la estación de tren, es que se ha perdido información fundamental en la mesa de edición? Pues el que pide el divorcio es Howard de su esposa Mary, que tiene que ver Steven en algo bilateral? Y que angustia tiene Steven de que se vaya a divorciar Mary de Howard, así podrán estar juntos los dos? No entiendo nada! Y si es porque Steven está casado con otra y esta se ha ‘molestado’ por enterarse que él ama a Mary, que más da que Howard pida el divorcio o no? Repito, no entiendo Nada! Como tampoco entiendo el rush final. Me congratula la rabia electrizante que Howard le espeta a la pusilánime Mary, ella queriendo volver con ella pidiéndole no se sabe que por Steven. Pero que pretende ella? Volver como si nada con su marido? Lean pretende que nos caiga bien Mary con el recurso sensiblero de que ella ante su triste panorama de que se va a quedar compuesta (ósea, sin una libra para sus lujos) y sin novio (Steven ha vuelto con su esposa), decide tirarse a las vías del metro, como ya se ha sugerido anteriormente, entonces aparece el Príncipe Azul en forma de Howard y la salva, ella llora entre sus brazos, y él conmovido le pregunta si vuelven a su casa, ella se alegra y le pregunta si es verdad la pregunta. Howard se ha conmovido y ha perdonado a la pendona, ha sido lástima y no amor, no nos engañemos, y ella no vuelve por amor, nunca ha demostrado mínima chispa, vuelve a su sibarita vida.

En conjunto me queda una película errada, que seguramente si alguna vez la recuerdo es por el irrintante rol de de Mary Justin. Fuerza y honor!!!
7
17 de abril de 2023 2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Te quiero pero me caso con otro. La vieja historia, vieja como el mundo, de ni contigo ni sin ti, quiero carne y quiero pescado, amor o posición, comodidad o dicha.
La ecuación parece simple, hay que despejar una incógnita pero Ann no puede hacerlo. Tras un breve encuentro, surge otra vez la chispa, saltan los recuerdos y el amor se presenta aun más apetecible por ser inalcanzable como el tren que se dejó partir.
La película juega a la ambigüedad al impedirnos a los espectadores vislumbrar por qué Ann toma las decisiones que toma. No comprendemos el por qué de su elección ni si se ha equivocado ya que no le vemos feliz con su esposo pero tampoco entendemos qué es lo que le impide divorciarse de él para casarse con su amante si es eso lo que la hace feliz.
Es por ahí por donde la película nos engancha ( de una manera un poco tramposa) al hacernos sospechar que algún otro lazo oculto le ata a su marido (Claude Rains, que aquí se luce admirablemente en un gran papel), un financiero poderoso, inteligente y práctico, que no va a dejar que le arrebaten de ninguna manera lo que es suyo.
Este juego de sospechas crea una gran tensión en el film que induce a los espectadores a seguir la trayectoria de los amantes en su romance prohibido.
Pero su final es posible que decepcione a más de uno ya que nuestras simpatías por los personajes se verán redireccionadas al hacernos comprender más a fondo la debilidad y fortaleza de carácter de los protagonistas de este triángulo amoroso donde el amor y la pasión visten trajes distintos.
Un diez para Claude Rains. Un gran actor pero poco aprovechado en general.
8
13 de abril de 2024 2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un banco en el parque. Underground.
Una belleza de película tanto en la forma como en el fondo, cuidadísima, elegante, esmerada, esquinada, llena de planos hermosos y calculados, de diálogos precisos, de un tono frío y analítico a la par que cálido y encantador entrañado, encapsulada al vacío visión narración casi abstracta a la que le han quitado toda la grasa y la han dejado en el puro hueso esencial humano despojado. Compleja, adulta, inteligente, enrevesada y a la vez clara y cartesiana, tiralíneas, maestra. Rohmer en el congelador adelgazando. Muy disfrutona al fin y al cabo.
Una mala persona, crónica de una egotista. Un tonto. Y un calculador. Ese trío (clásico).
Ella lo quiere todo, lo uno y lo contrario, y, por lo tanto, nada, al uno y al otro, la pasión y la posición.
Él la quiere a ella a pesar de que esta lo deje tirado una y mil veces como a un pelele, erre que erre, pobre, y yo con el ramo de flores como un gilipollas, Marieta, el amor perjudica seriamente la salud.
El otro es firme y decidido, lo tiene claro, sopesa, administra, aunque también hace un papelón y a menudo, pese a todas sus ínfulas de importante gerifalte, también es, a modo, como una vaquilla toreado.
Es, más que la Regenta o la Bovary, Ana Karenina. Y también tiene algo de Graham Greene/Neil Jordan, El fin del romance, o de Terence Davies/Terence Rattigan, The Deep Blue Sea. Una mujer entre dos aguas o extremos, entre dos tipos de hombres y lugares sociales. De hecho, juegan con los ferrocarriles o metros y sus ominosas premoniciones fúnebres como en la rusa novela.
La película es una maravilla, aunque ya casi al final en cierto modo falla o más bien engaña un poco de mala manera, innecesariamente, a última hora, cuando menos te lo esperas, te pilla con las defensas bajas, cuando el colmillo goteaba sangre, vampiro, entre los dientes el cuchillo.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
La cigarra y la hormiga, la de Tolstoi novela ya citada, tu vida será un fracaso, las lágrimas de ella, sus pensamientos claros a ese respecto en los últimos momentos, todas las pistas, indicios y lógicas de la película llevaban indefectiblemente al suicidio anunciado a bombo y platillo no tan a lo somormujo y... salvada por la campana, por los pelos de la burra como en una mala película, error grueso.
O no, porque ese final, aunque previsto y anunciado como hemos dicho, era muy moralista y obvio, convencional, conservadora causa y efecto claro, crimen y castigo, pecado y penitencia, culpa y precio, el alma y el diablo, en venta, estaba atrapada en su propia trampa telaraña sin salida mortal de necesidad porque su marido ya no la quería y el amante estaba casadísimo y con hijos, no solo y a la espera desesperada como en las ocasiones anteriores, en cambio, el remate que queda es más costumbrista, escéptico y anodino, y, además de retranca, también tiene sentido, no ha pasado nada (nuevo), habiendo pasado todo, todo se queda como estaba, sin novedad en el frente, que siga el juego, que cada palo aguante su vela, a entenderse condenados, a galeras, se necesitan y necesitaban, ya escampará, o no.
Y seguramente volverá a repetirse todo, la rueda o noria gira, siempre la misma historia tan triste y divertida, se volverán a encontrar como las oscuras golondrinas y se volverán a amar locamente como la primera vez eternamente y los volverán a pillar y llorarán y patalearán y..., o no.
Está ahíta de escenas preciosas, las del teleférico, las de la niebla y las cumbres, de detalles preciosos tan perspicaces y generosos informativos, los asientos (vacíos), la secretaria preocupada que se huele la tostada, las entradas, Mi primer amor, la conversación en la que el marido habla de cómo son o eran los alemanes previos a la segunda gran guerra, patéticamente seguros de sí mismos, mientras, de fondo, se están jugando la vida, y en la que expresa su repulsión por la histeria o la sentimentalidad y se puede apreciar su tremenda inteligencia y capacidad y gélida humanidad, o cómo se alternan o solapan, con un punto de intriga o suspense, los diferentes dictados financieros/irracionales con los amores soterrados, lo público y lo privado, lo profesional y lo íntimo, o cuando él se sienta a esperar, en mala hora, que ella vuelva de la posible última infidelidad, sigue y suma, y la ve cómo se acerca al balcón y cómo se despide del otro y se vuelve llorosa, magnífico todo con la luz que le da, el vestido, el dolor, el terror, sublime, o cuando él posa el vaso sobre el programa de la obra a la que (no) fueron, les ha pillado con el carrito del helado..., es, toda ella, un regalo para el espectador, te lo da todo hecho, y te lo da o prepara de la mejor de las maneras posibles, con gusto, tacto y altura de miras, haciéndote el trabajo sucio y cogiéndote de la mano y, además, sin tomarte, para variar, por tonto ni, tampoco, demasiado, el pelo, gracias, un gozo.
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