St. Vincent
6,5
10.409
Comedia. Drama
Maggie (Melissa McCarthy) es una madre separada que se muda a Brooklyn con su hijo de 12 años, Oliver (Jaeden Lieberher). Al tener que trabajar muchas horas, no le queda más opción que dejar a Oliver al cargo de su nuevo vecino, Vincent (Bill Murray), un jubilado cascarrabias aficionado al alcohol y a las apuestas. Pronto, una peculiar amistad florece entre ellos. Junto a una stripper embarazada llamada Daka (Naomi Watts), Vincent ... [+]
29 de septiembre de 2017
29 de septiembre de 2017
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Tradicionalmente se ha considerado la comedia como el género más difícil de cuantos conforman el universo del séptimo arte, lo que no es óbice para que la industria recurra persistentemente a la inmersión en unas pautas tan trilladas como faltas de imaginación; por ello la llegada de un nuevo título como este San Vicente, apenas aporta unas gotas de animación en la paciente inanición de los espectadores aficionados a las películas destinadas presuntamente a provocar una sonrisa, aunque sea escueta.
El planteamiento no resulta especialmente original: un misántropo al borde de la edad provecta, alcohólico y jugador, que mitiga su soledad y su libido mediante un encuentro semanal con una embarazada y embarazosa “dama de la noche” (a la que da vida una inaudita y casi irreconocible Naomi Watts) se ve abocado a ejercer como canguro de un nuevo vecino llegado para alterar su esquemática existencia, y cuya sensibilidad acabará por redimir al lobo del cuento. Aunque el esforzado y mejorado Bill Murray no sea Jack Nicholson (mejor imposible igualar los matices de un huraño insociable y egoísta) transmuta las debilidades de su personaje en acciones de una empresa a priori difícilmente rentable, y aunque los dividendos no alcancen cotas memorables, al menos la película consigue su objetivo básico de entretener, equilibrando el drama con la emoción y la sensiblería con el comedimiento; lo que no consigue es sorprender y superar la previsible evolución de la historia.
Al final, el personaje de Bill Murray es canonizado como St. Vincent, pero lo más discutible es el tufillo ideológico del “american way of life” que desprende esta pretendida fábula: colegios con clases de religión católica de esencia casi decimonónica apenas tamizada por gotitas de tolerancia espolvoreadas en el guión, asistencia sanitaria para quien la pueda pagar, trabajo a demanda según necesidades y con horarios inacabables… Y aquí es donde entra en función el verdadero santo de la función, la oronda mujer que cuida, sustenta y educa sola a su pequeño, que trabaja sin descanso a costa de sacrificar su tiempo de atención; a pesar de tanta dificultad irradia una vitalidad y optimismo rebozados con la desbordante humanidad que la actriz Melissa McCarthy imprime a su personaje en cada plano, en cada palabra, y que constituye lo mejor de esta comedia demasiado predecible en su desarrollo argumental.
St. Vincent supone una tarjeta de presentación demasiado ligera para el guionista y director Theodore Melfi, otro debutante cuya carrera cinematográfica resulta del todo imprevisible, y cuyo mérito más reseñable está en haber conseguido ensamblar un proyecto como el que nos ocupa; ya constituye una proeza convencer a un puñado de productores para confiar en un completo desconocido y, aún más, hacer que con estos elementos de partida al menos la película resulte entretenida. No es poco.
El planteamiento no resulta especialmente original: un misántropo al borde de la edad provecta, alcohólico y jugador, que mitiga su soledad y su libido mediante un encuentro semanal con una embarazada y embarazosa “dama de la noche” (a la que da vida una inaudita y casi irreconocible Naomi Watts) se ve abocado a ejercer como canguro de un nuevo vecino llegado para alterar su esquemática existencia, y cuya sensibilidad acabará por redimir al lobo del cuento. Aunque el esforzado y mejorado Bill Murray no sea Jack Nicholson (mejor imposible igualar los matices de un huraño insociable y egoísta) transmuta las debilidades de su personaje en acciones de una empresa a priori difícilmente rentable, y aunque los dividendos no alcancen cotas memorables, al menos la película consigue su objetivo básico de entretener, equilibrando el drama con la emoción y la sensiblería con el comedimiento; lo que no consigue es sorprender y superar la previsible evolución de la historia.
Al final, el personaje de Bill Murray es canonizado como St. Vincent, pero lo más discutible es el tufillo ideológico del “american way of life” que desprende esta pretendida fábula: colegios con clases de religión católica de esencia casi decimonónica apenas tamizada por gotitas de tolerancia espolvoreadas en el guión, asistencia sanitaria para quien la pueda pagar, trabajo a demanda según necesidades y con horarios inacabables… Y aquí es donde entra en función el verdadero santo de la función, la oronda mujer que cuida, sustenta y educa sola a su pequeño, que trabaja sin descanso a costa de sacrificar su tiempo de atención; a pesar de tanta dificultad irradia una vitalidad y optimismo rebozados con la desbordante humanidad que la actriz Melissa McCarthy imprime a su personaje en cada plano, en cada palabra, y que constituye lo mejor de esta comedia demasiado predecible en su desarrollo argumental.
St. Vincent supone una tarjeta de presentación demasiado ligera para el guionista y director Theodore Melfi, otro debutante cuya carrera cinematográfica resulta del todo imprevisible, y cuyo mérito más reseñable está en haber conseguido ensamblar un proyecto como el que nos ocupa; ya constituye una proeza convencer a un puñado de productores para confiar en un completo desconocido y, aún más, hacer que con estos elementos de partida al menos la película resulte entretenida. No es poco.
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