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Temple de acero

Western. Aventuras Un viejo agente del Gobierno, alcohólico y tuerto (John Wayne), es contratado por Mattie Ross (Kim Darby), una valerosa y obstinada joven, que se propone capturar al asesino de su padre. Contarán además con la colaboración de La Boeuf (Campbell), un ránger de Tejas. (FILMAFFINITY)
Críticas 48
Críticas ordenadas por utilidad
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5
23 de abril de 2012
12 de 27 usuarios han encontrado esta crítica útil
La película más famosa en la última etapa de Wayne al suponer para éste un Oscar. Una adolescente contrata a un avejentado y alcohólico sheriff (Wayne, naturalmente) para vengar el asesinato de su padre. En verdad rutinario y muy aburrido, de convencional puesta en escena, endeble argumento (jamás llega uno a encariñarse con los personajes ni a emocionarse) e inapreciables virtudes, es un western discreto pese a su fama, y del todo olvidable, dónde la madurez de Wayne no brilla para nada, más bien todo lo contrario (baste echar un vistazo a sus últimos films de actor-director, ideológicamente detestables), pareciendo el premio otorgado más un Oscar honorífico que un Oscar específicamente merecido por tan inane film: muy caro ejemplo, por otra parte, de la enorme decadencia del género en su época. El señor Hathaway las tiene muchísimo mejores, queridos.
7
12 de febrero de 2011
8 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
La obra de los hermanos díscolos de Jolibú, epítome y paradigma durante lustrosos lustros de la independencia cinematográfica norteamericana –al menos para la Gran Crítica que no sabe nada de Mekas ni del AFA-, se ha caracterizado siempre por desenvolverse entre las categorías de la reescritura y el palimpsesto, la mímesis y el remake. Y si bien en los 90 produjeron títulos que ya son clásicos para la nueva cinefilia (Barton Fink (91), Fargo (96), El gran Lebowski (98)), la primera década del siglo hipermoderno mostró la pérdida de fuelle de la pareja, con contadas excepciones (casos de El hombre que no estuvo allí (01) o No es país para viejos (07): el resto de sus filmes evidenciaba un cansancio que pronto pareció hacerse programático. Los Coen se convirtieron, recreación tras recreación (de la screwball comedy a la comedia inglesa de los cincuenta), en una forma estilizada y repetitiva, que había perdido la negritud que los definía, la distante ironía, para quedarse sólo con la parte típicamente oligofrénica de su filmografía: aquella que realiza la radiografía de la estulticia, la etnografía de lo estólido.
Recreación, reproducción, remake. Repetición. Todo aquello que recoge el prefijo re- se considera, según los antropólogos y críticos de la sociedad más requetemodernos, el “espacio basura”. Es el vertedero cultural del espectáculo que se reproduce a sí mismo, dicen los que han leído a Debord y Baudrillard, quedando liquidificados. La Modernidad Remake, en la cual, sin el mito de lo nuevo, sólo queda el Mito. Al que hay que pergeñarse, y llenar.
Si algún género responde claramente al mecanismo de la mitificación (dado que Jolibú es la fábrica de los sueños igualmente que la industria de los mitos), ése es el western. Desde el primer rollo de película que narraba el atraco del tren de Edwin S. Porter a los clásicos de Ford, Hawks, Mann, Daves o Boetticher, el género western ha ejercicido como fundamental prótesis del origen para el imaginario norteamericano. Pueblo infantil sin historia, se sirvió del Cine para construirse una, haciendo de ella toda una tradición visual (lo nunca visto). De ahí que sea quizás el género más codificado y, al tiempo, el menos universal, el más propiamente yanqui.
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La historia del western muestra, a su modo, cómo este entró en decadencia en lo que es comúnmente conocido como western crepuscular (pérdida del aura. personajes radicales, como un viejo y una niña o un grupo salvaje), espectro que recoge igualmente las últimas obras de grandes como Ford (El hombre que mató a Liberty Valance (62)), Hawks (El dorado (66) o el propio Henry Hathaway) y de realizadores de la modernidad como Sam Peckinpah o Monte Hellman (por remitirse exclusivamente al ámbito de los States, dejando el caso Leone (o el caso Glauber Rocha o el caso Luc Moullet) como excepciones globales). La decadencia condujo por un tiempo a la desaparición, hasta la llegada de lo que podríamos llamar (por no hablar de posts de hipers o de news) el “tiempo basura”, en consonancia con el espacio residual. En esa arquitectura geopolítica, el western retorna como lo hace lo reprimido: con la latencia de lo dormido, de lo que, carente de presente, sólo tiene pasado. El remake, no sólo como operación cosmética (estética) sino como estrategia política (ética). (Aquí germinan las interpretaciones obamanianas de este “Valor de ley”).

(continúa en "Valor de ley" (2010))
3
15 de mayo de 2016
3 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
"Valor de ley" es realmente el último western que consiguió meterse en el top ten de las diez películas más taquilleras de los Estados Unidos, al no ser que se me escape algún título que ahora no recuerdo. Cierto, por ahí hay una "Pequeño gran hombre" (1970), "Las aventuras de Jeremiah Johnson" (1972) o la soberbia "Bailando con lobos" (1990) pero ya no exactamente westerns, al menos tal y como se entendían anteriormente, sino que se deslizan por el drama incluso etnológico pero ambientado en el Oeste. Dicho esto, la versión de la novela homónima de 1968 de Charles Portis, que a su vez volvería a ser adaptada en el 2010 por los hermanos Coen, es una obra regular de trama sencilla y escenas violentas aparatosas. En concreto, el famoso tiroteo a cargo del alguacil Reuben J. Rooster Cogburn (John Wayne) da risa por lo mal hecho que está. Normal que este género entrara en grave decadencia con productos de este calibre.

Pero en realidad le perdonaría estas meteduras de pata sino fuera por la protagonista que han puesto. Primero es una petarda un tanto insoportable. Segundo, esta Kim Darby es una de las actrices menos agraciadas de la historia del cine. Es que estoy pensando y no recuerdo una joven de 20 años, aquí simula que tiene 16, más fea que ella. Tercero, el corte de pelo es horroroso aunque el look es pasable, incluso podría haber sido muy bueno con un par de arreglos, por ejemplo, otras botas más femeninas. Y cuarto y más grave punto: ella va de chico. Si nos fijamos, si hubieran puesto un muchacho en su lugar el guionista sólo tendría que haber cambiado el nombre, el artículo "él" por "ella" y un par de detalles más para darle vida. No en vano, Rooster dice complacido que se le parece cuando era joven. O sea, todo ya muy feminista. Por tanto, no puede haber domesticación masculina porque ella es un macho más en el grupo. Malo.
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