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La cueva de los sueños olvidadosDocumental

La cueva de los sueños olvidados
7,2
3.039
Documental Documental en 3D presentado en el Festival de Toronto 2010. Fue rodado en la cueva francesa de Chauvet, considerada como uno de los mayores tesoros de la humanidad: es una galería de arte natural con más de 400 pinturas rupestres de 32 mil años de antigüedad. (FILMAFFINITY)
Críticas 28
Críticas ordenadas por utilidad
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10
25 de noviembre de 2011
30 de 37 usuarios han encontrado esta crítica útil
En 1994, un grupo de exploradores expertos en cuevas recorrían el sur de Francia cuando, en un golpe de suerte ayudada de un poco de espíritu aventurero, decidieron inmiscuirse por un estrecho camino subterráneo. Lo que encontraron se convertiría en uno de los descubrimientos más importantes en la historia de la arqueología y el arte.

Los espeleólogos estaban liderados por Jean-Marie Chauvet, cuyo apellido pasó a bautizar la cueva. La cueva de Chauvet es reconocida por albergar las pinturas rupestres más antiguas conocidas, de hace 32,000 años, además de restos de huesos de animales ahora extintos como el oso de la caverna. Tras un derrumbamiento hace miles de años, la cueva se selló y las pinturas lograron conservarse hasta nuestros tiempos, con una calidad que hace parecer que hubieran sido hechas ayer.

Cada año, sólo un pequeño grupo de científicos tienen acceso a la cueva para conducir investigaciones arqueológicas, geológicas, paleontológicas y de historia del arte. No pueden estar por más de un par de horas porque los niveles de dióxido de carbono que emanan de las raíces de los árboles encima de la cueva podrían ocasionarles problemas de salud, y sólo pueden caminar por una estrecha plataforma de medio metro de ancho.

A esas condiciones tuvieron que someterse el legendario director Werner Herzog y su diminuto equipo de producción cuando el Ministerio de Cultura francés les ofreció la oportunidad única de entrar a la cueva por unos días. El resultado: uno de los mejores documentales realizados en los últimos años.

El tema de la cueva de Chauvet no parecería a primera vista ser algo capaz de llenar 90 minutos de celuloide, pero Herzog logra, con maestría, combinar los conocimientos científicos con los sentimientos que la cueva y sus alrededores evocan, y es capaz de llevarnos al pasado, de hacer que imaginemos cómo era el mundo hace 32,000 años, de intentar acercarnos a ese ser humano prehistórico con el que tenemos mucho más en común de lo que creemos.

Y lo logra sin caer en sentimentalismos, pero dándole importancia a las emociones; y se aprecia que no intente dar una sola visión sobre el pasado sino que permita que hablen las múltiples voces de los distintos tipos de arqueólogos y científicos, desde los que hacen modelos tridimensionales con todos los recovecos de la cueva, hasta los que buscan revivir lo que sentían los humanos del pasado, vistiéndose como ellos y tocando flautas hechas de huesos. [sigue sin spoiler]
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Originalmente exhibido en 3D (lo que seguramente permitía apreciar el relieve de la cueva, tan importante al momento de explicar los posibles usos de las pinturas), “Cave of Forgotten Dreams” es un mágico viaje alrededor de mucho de lo que nos hace humanos, y un recordatorio de la importancia de los sentidos para conocer el mundo en el que vivimos. Herzog logró lo imposible. Con una diminuta cámara y un par de linternas, le dio vida a las figuras que embellecen la cueva de Chauvet desde hace siglos. El final, inesperado, será el mejor regalo que el espectador podrá recibir, y una de las secuencias más hermosas del cine documental.

http://filmicas.wordpress.com
6
19 de mayo de 2013
10 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Werner Herzog no es un estilista de la imagen ni un cinéfilo: parece, ante todo, un hombre curioso, al que otras cosas le interesan más que el cine, y que utiliza éste como herramienta para acceder a ellas, no como un fin en sí mismo. No parece interesado en producir obras maestras, sino ensayos sobre asuntos que él cree importantes. Como decía Susan Sontag de John Berger: “escribe sobre lo que es importante, y no simplemente interesante”.

Se cuenta que Howard Hawks o John Huston aceptaban rodar películas en África porque ello les permitía ir de caza. En este caso, su condición de cineasta le permite a Herzog entrar en la cueva de Chauvet, vedada al resto de humanos no especialistas en la investigación paleolítica -al igual que, en ocasiones anteriores, le ha permitido visitar la Amazonía, los desiertos de Australia, la Antártida.

(Digo esto con envidia, pero sin ánimo de crítica: reconozco que Herzog me cae simpático.)

Su último viaje se inserta con coherencia en sus inquietudes personales: esto lo prueba el hecho de que haya podido convencer a las autoridades francesas para obtener el permiso de rodar en la cueva … ¡sin ser francés! Herzog se comporta como un nuevo avatar del último romántico que busca en el pasado (o en los márgenes) una verdad olvidada por nuestra civilización.

No obstante, esta película resulta menos lograda (salvo en momentos aislados como el epílogo), que otras anteriores suyas. Los personajes recolectados por el cineasta en su trayecto en torno a la cueva, en su nueva exploración de la frontera entre lo sublime y lo grotesco, no terminan de enriquecer el conjunto, sólo muestran la insalvable distancia que nos separa de los misteriosos seres que dejaron sus pinturas en la roca hace 30.000 años. Resulta quizá innecesario, y desde luego aumenta esa brecha, el recurso al coro new age de voces blancas, a los latidos del corazón en el silencio de la cueva.

Al margen de reparos o decepciones está el valor documental, en su sentido más estricto, de la película, que nos enfrenta a estas pinturas asombrosas utilizando la tecnología digital para transmitir su realidad tridimensional. La modesta ceremonia de ver a través de unas gafas funciona así como una especie de rito sustitutivo de la imposible visita de la caverna: un logro de nuestra civilización tan avanzada en lo virtual.

El problema es que el documental que envuelve a los pasajes de contemplación de las pinturas no consigue, salvo chispazos puntuales, iluminar o alterar nuestra percepción de ellas: algo que sí logra, por ejemplo, un breve texto de John Berger sobre Chauvet (en El tamaño de una bolsa, editado en España por Taurus), en el que relata su relación con las vacas de un amigo, a las que guía ocasionalmente de vuelta a su establo a través de un camino embarrado en las montañas de Saboya.

La propia estructura un tanto dispersa e improvisatoria de la película nos aleja de la unidad intuida una tarde por Berger (convertido en pastor, como yo, tras su llegada a Francia): cuando el mundo, según sus palabras, aparece tan compacto como un acróbata sobre la cuerda floja… ¿quizá el antiguo artista de circo que aparece en la película transmutado en científico, y que tuvo que hacer una pausa en sus visitas de investigación a la cueva porque todas las noches soñaba con leones?

Cuando la proyección termina, cuando la cueva se cierra al final de la temporada de estudio, “los animales en la roca vuelven a la oscuridad de la que proceden, y en la que habitaron durante tanto tiempo. No tenemos palabras para esta oscuridad. No es la noche, y no es la ignorancia. De vez en cuando, también nosotros cruzamos esta oscuridad, viéndolo todo: tanto todo que no podemos distinguir nada. Tú lo sabes, Marisa, mejor que yo. Es el interior del que todo procede.” (John Berger)
5
9 de marzo de 2012
25 de 41 usuarios han encontrado esta crítica útil
Promisoria era la propuesta del documental que nos traía Herzog: un director de calidad, un tema fascinante. La realidad, sin embargo, deja de ser tan entusiasmante.
Desde el punto de vista del guión Herzog ofrece un documental débil, pretencioso y por momentos irritante. Los recursos supuestamente "poéticos", lejos de parecerme tales, se me ofrecen como un jarro de agua en una copa de vino. No señores, a la cueva de Chauvet no le hacían falta recursos efectistas, cámara al hombro, epicidad, voces búlgaras, tipo diciendo "escuchen su corazón". Añadamos a ello digresiones de lo más inútiles sobre cómo hacían las lanzas hace 20.000 años o una coda sobre cocodrilos que no viene a cuento.
El uso de 3D es sencillamente ridículo. Y aún más desacertado el tono con que pretende insertar el humor. Tenemos por ejemplo a un especialista en perfumes que acude al lugar para recoger el olor de la cueva. Eso que en García Márquez, por su talante, nos hubiera hecho sonreír, aparece con un agarrotamiento enojoso de mal chiste.
No señores, a la cueva de Chauvet no le hacen falta artificios. Le sobra con la belleza de las imágenes. No hacía falta nada más. Es entonces, cuando Herzog se calla y cesa la música, y la cámara pasea entre luces y sombras por caballos dignos del mismísimo Franz Marc, o toros dignos de Picasso, es entonces cuando sentimos la enorme belleza que trata el film.
Lástima que Herzog tuviera que meter su altanería en lugar de dejar a la cueva hablar por sí misma.
8
7 de mayo de 2011
14 de 20 usuarios han encontrado esta crítica útil
Como viene siendo habitual en su filmografía (y, sobre todo, mayormente se deja ver en sus excelentes documentales), Werner Herzog desea querer pegar en el presente las huellas del pasado; en este caso, las que ha dejado el hombre 30 ó 40 mil años atras, para que la niebla del futuro no deje olvidar la memoria de lo que ha podido acontecer a nuestros antepasados. La intuición de los científicos que estudian la caverna del sur francés, prácticamente inaccesible para el hombre y con la excepción, para rodar esta película del permiso del gobierno francés, camina desde la caverna y gracias a la cámara cinematográfica en una sucesión de imágenes evocadoras de mucho tiempo atrás y, por otra parte, de un incierto futuro. La película se covierte así en un documento histórico-cinematográfico de gran valor donde Herzog, con una suavidad en el cuidado del rodaje y la narración, convierte en fascinante un viaje en tres dimensiones por las paredes donde ahora no hay vida, y donde las huellas de manos y pinturas de gente a las que es difícil ponerles cara parecen algo tan cercano como maravilloso. Sin duda, otro de sus grandes documentales. De la adoración de sus largometrajes de ficción que se encarguen otros, porque yo no soy especial seguidor de la épica de "Aguirre, la cólera de Dïos" ni cosas por el estilo.
7
2 de diciembre de 2011
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Werner Herzog es un cineasta tan poco convencional y de un valor tan importante casi como lo son las pinturas encontradas en la cueva de Chauvet (y a este paso, casi tan anciano), al sur de Francia, ya que desde el momento en el que Herzog filma el interior de la cueva, esta pasa a formar parte de la obra de su filmografía, de ahí que ambas sean casi tan importantes, porque no dejan de estar dentro la una de la otra.

Un tesoro incalculable que ve la luz gracias a su valiosa Cave of Forgotten Dreams (Werner Herzog, 2011), un documental (en 3D) que sigue la línea de Encuentros en el fin del mundo (Werner Herzog, 2007) descubriéndonos y archivando rincones de la tierra tan desconocidos y lejanos para nosotros, los mortales, tanto en el tiempo (hay pinturas que datan de hace 30 mil años) como en el espacio (dado que el acceso a la cueva está actualmente cerrado) pero que nos hace ver que nos asemejamos más de lo que creemos a nuestros antepasados, mostrando la belleza y realismo de las pinturas de la cueva e intentando recrear la vida de sus habitantes pasados.

Tampoco podían faltar los particulares "locos de Herzog", personajes habituales en su obra que se obsesionan por el material encontrado y dotan de cierto sentido del humor y pasión al documental, pero el propio Herzog, aparte de dejarse fascinar por los tesoros encontrados, al mismo tiempo formula un interesante discurso, culminado magistralmente en el epílogo, que nos recuerda que nuestra leve existencia en esta vida se hace eterna siempre que otro prolongue nuestra mirada hacia el mundo que lo rodea.
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