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El rey del Once

Comedia. Drama Ariel cree haber dejado atrás su pasado, distanciado de su progenitor, tras construir una nueva y exitosa vida como economista en Nueva York. Llamado por su padre, cuya misión en la vida es dirigir una fundación judía de ayuda y beneficencia en el barrio del Once, vuelve a Buenos Aires. Allí conoce a Eva, una mujer muda e intrigante que trabaja en la fundación. Así Ariel regresa al Once, el barrio judío de su niñez. Un reencuentro con ... [+]
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Críticas 9
Críticas ordenadas por utilidad
26 de febrero de 2016
19 de 22 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es muy difícil hablar del Once a alguien que no lo conoce. Es un puñado de cuadras separadas principalmente por rubros (telas, disfraces, vestidos de fiesta, ropa de trabajo, juguetes, maniquíes, películas, bazar, y un bizarro etcétera) y por etnias (sobre todo reconocido por los judíos, pero también chinos, peruanos, paraguayos, coreanos, africanos e incluso distintas etnias entre los judíos: "turcos", "rusos", ortodoxos). Es un lugar de ventas mayoristas y al menudeo, de compras en locales chorizo que pueden medir 2 metros de frente y 80 de fondo, o de venta en la calle. Es un lugar que un viernes a las 16 rebalsa de gente, y que a las 18:30 parece tierra de nadie. Un lugar en el que todo el mundo camina apurado, todos se chocan sin pedir permiso ni disculpas, todos parecen moverse como peces en el agua, excepto uno, el que lo está observando y no entiende qué es lo que pasa allí, qué hace toda esa gente, cómo es posible que negocios tan espantosos puedan ser minas de oro con esos precios tan bajos, dónde está "el curro", cuál es la trampa.

Es justamente en esa mirada en la que se ubica Ariel (Alan Sabbagh), el protagonista de "El rey del Once", justo delante de una cámara que retrata todo en movimiento, incapaz de focalizar ante tanta acumulación de cosas y de gente, ante tal proliferación de elementos que impiden el retrato, que obligan al descontrol de la imagen. Seguramente este sea el mayor acierto de Daniel Burman: logra interpretar el caos, lo exhibe tal como cualquiera que visita 'desde afuera' el Once lo puede ver: inexplicable.

Durante la película, breve, la trama se centra en el personaje que no está: Usher, el padre ausente de Ariel, que mueve una fundación también inexplicable (¿cómo es posible que esto funcione?, se pregunta alguien durante la película) de asistencia comunitaria. La subtrama es una relación extraña entre el carnicero kosher que se niega a darle la carne para preparar las viandas de los visitantes y una asistente religiosa y silenciosa, que guía a Ariel durante su visita a la fundación, en su regreso al Once luego de una suficiente cantidad de años.

El film está dividido en días que completan una semana, y a medida que Ariel va comprendiendo cómo es que Usher maneja todo a través de llamados y celulares viejos con poco crédito, el espectador también comienza a acomodarse en ese mundo, a entender un poco mejor el caos (no a ordenarlo, claro). Es una lástima que hasta ahí nomás llega "El rey del Once": apenas uno se acomoda y comienza a comprender lo que está pasando, los 80 minutos se terminan, con más de una duda en torno a las relaciones que se tejieron en ese tiempo, pero con una sola certeza: nadie -ni siquiera el propio Burman en sus intentos anteriores- había retratado hasta aquí en forma tan acertada y precisa ese submundo de 10 manzanas en el centro porteño que los mapas llaman Balvanera, pero que todos conocemos como "el Once".
nicobicho
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11 de enero de 2018
9 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Apenas dos críticas para una gran película... Por suerte, muy atinadas ambas. Y un promedio de voto lamentablemente bajo, que atribuyo primordialmente a la dificultad de empatizar de quienes no conocen el clima e importancia socio histórica de un centro comercial, religioso y cultural de un lugar que ha marcado como ningún otro la presencia de la -ya mermada- comunidad judía "en y de" Argentina (en este caso la de Buenos Aires). Sin ir más lejos, fué en el centro de este barrio donde estaba emplazado el edificio de la AMIA, víctima del atentado terrorista perpetrado por Hezbollah + logística iraní en 1994, y que cobrara cerca de 100 vidas inocentes, sin estimar los multimillonarios daños materiales.

"El Rey del Once" es un film "chiquito" -de corta duración para un largometraje- que se vuelve grande por su forma y contenido. Los méritos formales están muy bien descriptos en la crítica de "nicobicho". Y en cuanto al contenido -también acertado en ambas críticas precedentes-, le agregaría que es un "petit tour de force" de autoconciencia encarnada de un sujeto autóctono que, tras desclasarse económica y culturalmente, se encuentra de vuelta metido en un complejo y profundo drama humano de carencias y necesidades emergentes, tanto materiales como subjetivas.

Además, también es una película iconoclasta, que muestra una judería pobre -o empobrecida- a una prejuiciosa sociedad argentina con extendido sentimiento antisemita, siempre creída de que los judíos son todos ricos, cuando en verdad la mayoría ha sido históricamente clase media y media baja. Y entre ellos, el espíritu de solidaridad heredado de los poblados y villorios judíos del centro europeo (región del Pale, desde el Báltico al Mar Negro) conocidos como "Shtetl". Así como por otro lado, también corresponde decir que el Once es un centro de elevados alquileres y movimiento comercial súper millonario de mercaderías que, de años a esta parte, ha pasado a ser mayoritariamente explotado x no judíos.

Incluyo en el spoiler un poema de mi autoría -aún inédito-, como un aporte para una mejor comprensión de una cinta notable, penosa y reconfortante, con la que Burman trasciende el tenor humorístico de algunos de sus anteriores filmes.
En síntesis: película seria y profunda que recomiendo ver.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Adrián Klas
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27 de febrero de 2018
9 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Inconclusa. Solo un pantallazo de un protagonista que está alejado del judaísmo y poco a poco va estrechando lazos con sus raíces en la fundación de su padre en Once. No aporta ningún mensaje claro. Parece mas un documental de una institución benéfica y del barrio que una historia con su correspondiente desarrollo. No comprendí adonde se intentó apuntar. Buenas actuaciones para un pobre guión.
Darío Lapicki
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14 de septiembre de 2016
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Diez son comunidad, si falta uno voy yo.

Balvanera, conocida como El Once, es la mayor zona comercial de Buenos Aires, un organizado desastre que funciona, un equilibrado caos de tráfico desbordante que sale adelante sin entender cómo ni por qué, informal mercado de venta, un poco de todo, a todos los niveles, donde varias culturas conviven en angustiosa y enredada comunidad de vecinos, no sólo judíos -mayoría-, también árabes, peruanos, bolivianos, coreanos, chinos..., formando un exclusivo conglomerado de artístico entendimiento, donde hay que saber buscar para no hacerse un lío y encontrar lo querido a buena relación calidad-precio; nombre que proviene de la estación de tren “Once de septiembre” de la zona, supongo que habrá que ser de allí, haberlo pateado en persona para hacerte aproximada idea real de lo que se habla.
Daniel Burman trata de comunicártelo, de que lo entiendas, de dártelo a conocer desde sus entrañas, desde ese economista, de vuelta temporal a casa, que no logra ver a su padre, sólo hablar con él por teléfono; una semana para recordar y resolver rencores con uno mismo, disgustos que pesan a pesar del tiempo y que han formado el carácter frío y ateo de quien no cree en nada.
Como espectadora estás perdida y confundida, atropellada en la ignorancia, tanto o más que el protagonista; caminando de su mano descubres, averiguas, experimentas y te integras en su corazón loco, de humanidad desbordante; hay mucho que decir, tanto más que arreglar, pero sigue desaparecido el padre, sólo es una voz solícita al teléfono.
Intimidad colectiva, de distracción desigual, que demanda tu atención ligera y curiosidad leve para aspirar su dolor y modo de relacionarse; tras un torpe comienzo, empieza a tomar forma, todo se supera y desenreda, su alma por fin se muestra accesible y Ariel ya no es un novato en recordada tierra, sino experto en los tejemanejes de este peculiar y malabarista grupo, unido y dependiente.
Ochenta y un minutos para desmenuzar, saber y cogerles cariño, simpatía de destartalado entuerto que te parte, con emoción y gusto, en ese cálido abrazo, de vuelta grande a los orígenes del buen saber hacer de Burman, y que tanto se echaba de menos; de veracidad anímica, humilde y breve, pero con lo suficiente para que captes su transformación y enlaces con su renacer escogido.
En España, el rey del Once te haría pensar en algo muy distinto, en juegos de azar para hacerse millonario y cumplir los sueños; Ariel -Alan Sabbagh- también los cumple sin darse cuenta, pues se rompe la tirante barrera paterno filial y se reconcilia con esa angosta figura, que cumplía con todos menos con su hijo.
..., y por fin se le ve, aparece el padre, y el hijo encuentra, y se encuentra a si mismo, y todo a su sitio.
Galletitas con dulce de leche son su pasión, gusta más de los preparativos que de los eventos, y desencajado observa, y desencajada aprecias y le miras pasar de recadero forzado a organizador altruista, a ser el nuevo jefe, el rey del Once.

Lo mejor; su humanidad y fotografía callejera.
Lo peor, no valorar su sencillez de contacto y andadura.

lulupalomitasrojas.blogspot.com.es
lourdes lulu lou
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18 de febrero de 2018
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay películas que son sencillas, acogedoras, intimistas y cálidas. Tanto por su contenido como por su forma de ser narradas. El rey del once es una de ellas. Estamos ante un cine sin muchas pretensiones pero con un gran contenido. Y es que para narrar una buena historia no importan los medios sino la intención....
En El rey del once nos adentramos dentro de un barrio argentino donde conviven diferentes etnias y culturas dispersas y dispares entre si. En un caos de calles, movimiento y ajetreo nos sentimos tan perdidos transitandolo como su protagonista Ariel.
Un economista ateo que se ha desvinculado por completo de sus orígenes y de los recuerdos de su niñez. Un hombre que aun no ha podido reconciliarse con su pasado ni con un padre distante que parece tener amor y solidaridad para cualquiera que no sea su propio hijo.
De este modo Ariel acaba volviendo a un ambiente del que parece no formar parte y en el que se ve inmerso sin remedio. Pero para sorpresa suya y tambien nuestra, la historia da un giro vertiginoso. Y las costumbres, los modos de proceder y las acciones de los personajes que lo rodean acaban por integrarse con su carácter y fusionarse con el.
Por que la historia de El rey del once es la historia de un hijo que debe heredar a un padre en la cosa mas valiosa que le puede conceder; los recuerdos de su origen y el camino de su futuro.
Un camino que al final Ariel acaba por tomar como propio, encontrando la sencillez de una compleja geografía que ya no le es ni extraña ni lejana.


Una pena que tenga tan pocas criticas. Es una película muy buena.
Nadja
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