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España España · Zaragoza
Voto de Juan Solo:
5
Drama Antonio Castro 'Sinatra' actúa en Barcelona como imitador de Frank Sinatra. Su mujer le abandona y 'Sinatra' acaba en una pensión del Barrio Chino, donde comienza a trabajar como portero nocturno. Una noche, Antonio ve en una revista el anuncio de un club de amistad por correspondencia y decide hacerse miembro. A partir de aquí, empieza a recibir cartas y a tener relación con desconocidos que, igual que él, se sienten solos y perdidos ... [+]
19 de mayo de 2023
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Estaban a punto de comenzar los noventa cuando Alfredo Landa se metió a protagonizar esta película de Betriú. Tan protagonista él como la ciudad en la que se desarrolla la acción. Del “landismo” quedaba ya bien poco, y aún faltaban unos añitos para que llegase a la parrilla de RTVE “Cine de barrio” a reivindicarlo. El propio intérprete se había encargado de borrar el fenómeno al que dio nombre durante la década que finalizaba, enfundándose la gabardina de ese Philip Marlowe castizo que encarnó en las dos entregas de “El crack” de Garci primero, y después mano a mano con el Azarías y Delibes. Nadie mejor que él para dar vida a ese perdedor ingenuo y tierno que recorre las calles de la Barcelona preolímpica en busca de un antídoto contra la soledad.

Hay cosas muy válidas en ese “Sinatra” empezando desde luego por la sentida composición de Don Alfredo. No está mal tampoco la ambientación de esos bajos fondos y ese lumpen barceloneses, con esas pensiones de mala muerte y esos bares con olor a fritanga y a bocata de calamares dignos de aparecer en cualquier novela de Eduardo Mendoza. Una verdadera ciudad de prodigios. Impagable desde luego esa galería de frikis que parecen sacados de un programa de Jesús Quintero, interpretados todos ellos por un puñado de secundarios de lujo de nuestro cine. Entre ellos, no está naturalmente Ana Obregón con su postiza afectación de siempre.

Y sin embargo, ay Sabina qué bien me vienes, algo no termina de cuajar en el mejunje. Personalmente yo lo achaco a esa especie de complejo que existía en cierto cine español de la época, al que parecía le seguía costando quitarse la caspa de antaño. Echo de menos algo más de arrojo en esta oda al perdedor, al hombre bueno que siempre perteneció a la España que madruga. Sin el lastre además de ese subrayado machacón de las coplas sabineras, la cosa podía haber dado para mucho más.
Juan Solo
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