El accidente de Terry (Irene Dunne) le otorga la amargura necesaria para contrarrestar el romanticismo de los primeros minutos y echar algo de agua al vino.
Aunque toda la película es hermosa, creo que el hechizo se rompe al llegar el barco a Estados Unidos; será porque la famosa frase "tener los pies en la tierra" aquí es más notable y apropiada que nunca. Es como cuando soñamos algo maravilloso, magnificado por ese poder mágico que confieren los sueños, y despertamos con esa sensación de que nos han arrebatado algo importante, como si una parte de nosotros o una porción de felicidad se hubiera evaporado con los sueños, al despertar, al enfrentar los ordinarios "problemas" de la vigilia.
Por esta razón digo que me parece que la primera mitad es perfecta; porque aunque se muy bien que la embriaguez amorosa tiene (y debe tenerlo) siempre un fin, me agrada pensar que se podrían perpetuar los momentos de voluptuosa felicidad, aun artificialmente, como en "La invención de Morel" o "Atrapado en el tiempo". Hubiera deseado que no se bajaran nunca de ese barco.