“Mi amigo el gigante” tiene todo lo que debe tener: un director consagrado, con muchos éxitos a sus espaldas y multitud de buenas críticas; una fotografía digna de elogio, de total confianza de Spielberg; una banda sonora espectacular, con Williams al frente y una historia basada en un cuento de Dahl. Sobre el papel lo tiene todo, pero en el fondo parece como si no tuviera nada.

Porque parece que le falta lo más importante: el alma. Necesita ser en cierto modo imperfecta en algún rincón, y todo apunta a que se trata de una película con una factura impoluta. Esa perfección hace que su envoltorio quede brillante, pero cuyo contenido se queda corto sin la personalidad que hace que un producto regular se convierta en una película interesante. Es una película bella a la que no se le puede poner ni una objeción, pero parece que se han esforzado en esta parte sin darle la suficiente importancia a lo demás.

A estas alturas, con todos los medios que cualquier producción importante tiene a su alcance, los efectos digitales no son decisivos para inclinar una crítica, pero en esta película no son tan espectaculares como en otras ocasiones ni la tecnología CGI queda tan bien, con lo que en este aspecto se le puede reprochar no estar a la altura sobre todo cuando coincide con los humanos. Y en cuanto al reparto, la pequeña Barnhill pone todo su esfuerzo en que parezca que habla con el gigante, y no lo hace mal, pero a veces resulta algo cargante con tanta pregunta y siendo tan obstinada. Rylance hace de gigante, pero si no se ve la película en versión original poco se puede apreciar de su trabajo vocal.

En teoría es una película dedicada al público familiar por el desarrollo del argumento, con toda esa fantasía que rodea al gigante y a la niña por extensión, con esos sueños que el protagonista regala a los niños de la ciudad para compensar lo que sus malvados congéneres les quieren hacer. Sin embargo no es ni de lejos una de las mejores películas de Spielberg a pesar de su enorme calidad y sus mejores intenciones.