John Ford y John Wayne decían que cuando se encontraron cara a cara con Akira Kurosawa éste se declaró fan incondicional de todas sus películas ante la estupefacción de ambos, ya que el western estaba, y está, considerado un género menor en los Estados Unidos de América. De hecho, Los siete samurais es mi western preferido de todos los tiempos por la apabullante poesía de sus imágenes.

Pues aquí tenemos una película japonesa que es un western pero con una dosis de sentimiento, de sensibilidad, que me recordó en algunos aspectos particulares (enamoramiento progresivo de mujer y niño al forastero) y en el tono general a Shane, aunque en ésta la pulsión sexual/sentimental prohibida no es tan patente porque la mujer es viuda.

Hay un forastero que llega a la granja de una viuda con un niño que tiene un pasado ominoso oculto como Shane aunque aquí, sin revelar nada, más justificable; unos pueblerinos que le buscan para pegarle, las mujeres del pueblo son de su propiedad, otro elemento típico del western; un chistoso patoso, quizás sea lo único que eliminaría de la película porque, por lo demás, el ritmo narrativo es perfecto; un final apoteósico que eleva la película desde el dramón sensiblero que podía haber sido hasta la belleza del arrepentimiento y del amor sincero.

Puede que en principio suene algo cursi pero no lo es en absoluto porque la película en ningún caso remarca las situaciones, ni es ternurista, va dejando reposar la narración para que el espectador vaya poco a poco metiéndose en su telaraña de sentimientos. El director demuestra oficio y conocimiento de la historia del cine.

Narración extraordinaria y buenos actores, destacando el tímido y de mirada huidiza Ken Takakura. Un pudoroso forastero que con esa actitud, por su propia personalidad, engrandece ese precioso final que no puede ser otra cosa que pudoroso también.

Lo único que no entiendo es cómo esta película no es más popular. Tiene pocos votos y es difícil de encontrar. Si tenéis la oportunidad de verla no lo dudéis, no os arrepentiréis.