La atractiva Kathleen Quinlan, convertida por obra y gracia de Jonathan Mostow en la no demasiado feliz esposa de Kurt Russell, desaparece cerca de Coyote toda vez que ella y su marido se topan con "el Ciénaga" en una gasolinera.
Es una inoportuna avería camino de San Diego lo que precipita los acontecimientos. Eso, claro, y la triste decisión de separarse.
La tensión y el ritmo son extraordinarios durante la primera hora de BREAKDOWN. Kurt Russell, que es de esos intérpretes que gustan a pesar de sus debilidades, acomete con solvencia el papel de marido desesperado, y el director se muestra competente a la hora de rodar la América profunda de carreteras infinitas y tipos desconfiados. La cosa, luego, decae un tanto, y la boca se va cerrando, pero el bien ya está hecho y al espectador nervioso no se le ha ido el miedo del cuerpo. Es como con Tiburón, que nos ha hecho temer las aguas internas y el mar territorial: será difícil que volvamos a confiar en cualquiera tipo calmado y siniestro de cuello blanco que nos ofrezca ayuda.
Eso sí: la música de Basil Poledouris se parece más a la de Psicosis, por momentos, que a la de Conan.