Netflix volviendo a hacer de las suyas, esta vez con la obra de Mary Shelley. Dos temporadas, un nuevo Frankenstein, Sean Bean. Veamos.

A decir verdad, «The Frankestein Chronicles» no es lo que te imaginas que va a ser, así que llega a sorprenderte una vez expuestas sus intenciones. Sin embargo, la historia que finalmente se muestra es menos interesante que la que una ha pensado. Un detective de la Inglaterra de principios de siglo diecinueve empieza a investigar el cruento asesinato de varios niños y, claro, las cosas se complican. Ambas temporadas tienen trama propia y separada, aunque se conecten. La primera es ligeramente mejor, pero en conjunto no termina de asentarse.

La ambientación, la época, el mito del moderno Prometeo, el thriller; todos esos elementos me gustan, así que «The Frankestein Chronicles» cuenta con mis simpatías, siempre y cuando se acepte que no es una adaptación del libro. Porque no lo es. Se basa en la historia de Shelley, que llega a salir como personaje durante la serie, para contarte otra historia, no te puedo decir exactamente cuál.

En la primera temporada la trama de Flora nos mantendrá alerta y enganchados; es mejorable, pero tiene fuerza, clásica a su manera. El final lo vuelve todo del revés y te quedas más bien disgustado con ese giro, aunque es lógico. Lo peor de esta primera parte es el recurso tan cansino de las ensoñaciones y alucinaciones, unido al ¿qué?, pues al drama, qué va a ser. El detective John está enfermo y triste, atormentado, con sentimiento de culpa y amargado. Genial para un protagonista. ¿Cuándo volveremos a un héroe, no voy a decir ya feliz de la vida, pero tan siquiera normal, corriente?

De la segunda temporada me quedo con el personaje de Frederick Dipple, a quien invito encarecidamente a oír en versión original, porque vaya voz tiene, casi inquietante. Todo es inquietante en él, pero este personaje es potente. Claro, luego están las lagunas de guion, que quedan muchas en esta trama que realmente no aporta mucho y donde el propio protagonista queda muy de segundón. La historia de Esther es inconcebible: un minuto antes estoy enamorada y al siguiente me libero y me empodero. Pues, hija, lo hubieras pensado antes, ¿no?

Tiene su encanto, pero genera muchas dudas.