Coexisten las dos caras de la moneda, una tranquila y consciente, la otra histérica y alterada. La dualidad mostrada en estos dos personajes es desconcertante. Uno se muestra impertérrito ante la situación, el otro se mueve entre la desesperación y el desasosiego.

Brandon, para mí, puede ser considerado el Raskolnikov de Hitchcock, argumentando que los seres inferiores pueden morir a manos, de lo que él considera superiores. Esta vez, no ha sido una vieja usurera, sino un amigo y compañero. Considera -al igual que lo hizo Raskolnikov con el agente de policía-, que existen superiores e inferiores, uno puede proclamarse Napoleón y sentir que el resto está por debajo de él.

Consigue desconcertar a su exmaestro, haciéndole reflexionar sobre todo lo que ha defendido a lo largo de su vida. Ahora, cuando lo predicado se hace realidad, el maestro, Rupert Candell, comienza a cuestionar todo lo dicho, alegando que nunca hubiese pensado que nadie llegaría a tal punto. Lo antes mencionado de, "el asesinato debería ser considerado un arte", se vuelve en contra suya, dentro de su cabeza.

Provoca un dilema ético, sabemos que no es ético ni legal quitar la vida a ningún ser, pero cualquiera puede sufrir el síndrome Raskolnikov, abandonar su razón y verse por encima del resto. Todos sabemos que, Raskolnikov, no pudo con la culpa.

YM