Con año y medio de retraso por culpa de la pandemia dichosa, se estrena por fin la última aventura bondiana protagonizada por Daniel Craig. El resultado me ha parecido agridulce. Se deja ver pero no me entusiasma. Más allá de un final emocionante aunque previsible, el resto es lo de siempre.

Escenas de acción discretas con concesiones al feminismo rancio reinante que muestra a mujeres con tacones de escándalo pegando palizas imposibles a villanos tres veces más grandes que ellas. Lashana Lynch se erige como la sustituta de Bond y aunque es una buena actriz y es atractiva, se la presenta con un aspecto demasiado hombruno y lesbianesco.

La historia continúa donde quedó la anterior pero esta vez el protagonismo del villano recae en Rami Malek, que luce un aspecto similar al de Freddie Mercury con sida. Léa Seydoux repite en su papel con la misma inexpresividad, mientras que Ana de Armas aporta el toque sensual y simpático de una chica Bond aunque está desaprovechada.

La trama tampoco me engancha y se me hace excesivamente larga. Un James Bond retirado en su refugio en Jamaica acepta volver al servicio activo para detener a un peligroso criminal que está desarrollando un arma mortífera con la que pretende exterminar a la humanidad. 007 además tiene motivos personales para volver a la acción.

El tema musical cantado por Billie Eilish tampoco pasará a la historia de la franquicia como uno de los más logrados.

Resumiendo, la etapa Craig como James Bond me ha parecido bastante desigual. Con películas brillantes como Casino Royale y sobre todo Skyfall, y otras decepcionantes, como ésta que nos ocupa, cuando no prescindibles como Quantum of solace o Spectre. En general Craig es un buen actor y se toma en serio su trabajo, pero su encarnación de Bond me resulta demasiado fría, le falta pasión y sentido del humor. Demasiado políticamente correcto para mi gusto.