Uno de los últimos trabajos de Humphrey Bogart fue este tenso drama policíaco basado en la obra teatral homónima, en el que interpreta a un peligroso preso fugado con dos compinches que secuestra a una adinerada familia en su mansión a la espera de la ayuda de un cómplice para escapar.

El gran William Wyler consigue mantener la incertidumbre de manera realista hasta el final planteando una situación en la que los personajes parecen jugar una partida de ingenio. Se aprecia un cambio de actitud entre ellos. Mientras que los acompañantes de Bogart son dos personas indeseables y de poco fiar que pueden traicionarlo en cualquier momento con tal de salvar el pellejo, la familia secuestrada permanece unida en torno al padre quien en ningún momento pierde su dignidad al encarar la difícil situación que se le plantea. A unos se los dirige con la amenaza del uso de la fuerza, a otros les une el amor familiar. Hay varios momentos en los que el patriarca tiene la posibilidad de denunciar a la policía lo que pasa en su casa pero no lo hace porque piensa que la actuación policial puede acabar en una masacre de modo que les sigue el juego a los secuestradores esperando su oportunidad para acabar por su cuenta con la situación.

La historia transcurre casi todo el tiempo en el interior de la mansión pero también incluye interesantes escenas en exteriores. El deseo del personaje interpretado por Bogart de vengarse del policía que le rompió la mandíbula cuando le detuvo en el pasado hará que entre los tres se produzcan fricciones. Sobre todo cuando Bogart priorice ese deseo de venganza al plan de fuga. La trama también incluye momentos de humor de la mano de uno de los secuestradores. Un tipo grandullón de escasas luces tan torpe como peligroso.

Sobre el remake que dirigió Michael Cimino en 1990 protagonizado por Mickey Rourke mejor corramos un tupido velo.