Si la ves a la edad adecuada, entre los trece y quince años, te echarás unas buenas risas con sus chistes verdes y abundantes desnudos. A mí me pareció muy lanzada en su momento, pero si la vuelves a ver unos cuantos años después ya de adulto, te decepcionará porque te parecerá una gamberrada chorra y de mal gusto.

Este particular subgénero se inició a finales de los setenta gracias al éxito de Desmadre a la americana, para eclosionar en los ochenta con películas como Aquel excitante curso, Faldas revoltosas, La revolución de los novatos o ésta que nos ocupa, además de sus olvidables secuelas. Posteriormente ha sido la saga de American Pie la que ha revitalizado el género para desgracia del feminismo radical rampante. Es verdad que se trata de historias vulgares, de humor facilón y chabacano, algunas mejores que otras, pero cada cierto tiempo al público le encantan porque el tema de jóvenes cachondos sedientos de sexo siempre está de moda y cada generación tiene su película de este tipo.