Chocante drama de alcoholismo y traumas en el que los protagonistas (con los pintorescos nombres de Sutter y Aimee) no son los perfiles habituales del género: adultos con vidas estropeadas que degeneran en problemas de adicción o jóvenes que se inician en el mundo de la noche, el cancaneo y las drogas. En una película francesa, Sutter sería un profesor amargado y Aimee una prostutita de buen corazón, ambos con buenas razones para empinar el codo y olvidar sus penas por un rato. En una película Española, Sutter sería Mario Casas terminando un módulo FP para mecánico y Aimee una aburrida estudiante de sociología sin demasiadas perspectivas en la vida, más allá de que llegue el viernes y que Mario venga a llevarla a colocarse a algún garito.

Pues No. En este caso, tenemos un híbrido de los dos modelos con dos chavales recién pasada la adolescencia (o casi) de apariencia respetable y vidas estables, con trabajos sorprendentemente serios, pero a los que el alcohol va poco a poco invadiendo su normalidad, bien por traumas de infancia bien por depresiones mal llevadas, de una manera bastante convincente. Gran parte de que nos creamos una historia tan atípica está en que el reparto cuenta con dos chavales (Miles Teller y Shailene Woodley) que hasta no hace mucho eran solamente promesas, pero después de su trabajo de “Whiplash” o “Big Little Lies” ya son firmes realidades, resolviendo papeles complicados con bastante solvencia. Suyo es en gran parte el mérito de que un drama de poco recorrido con los que a la media hora suelo ponerme a hacer otras cosas, me haya tenido moderadamente intrigado hasta ver si estábamos ante un final, amargo, agrio o agridulce.

Sin entrar en sabores, diré que salí convencido. No es una película entretenida, ni divertida, ni agradable de ver, pero termina resultando interesante gracias a las ya mencionadas interpretaciones, una dirección competente y un guion que construye unos personajes coherentes y los mete en tramas consistentes.