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España España · Madrid
Voto de Charles:
8
Drama Un grupo de monjas occidentales abre un hospital en un antiquísimo templo en las remotas montañas del Himalaya. A las dificultades económicas y a la hostilidad de los nativos, pronto se suman las tensiones entre las propias monjas. Un agente británico intentará mediar entre ellas para solucionar sus problemas, pero su presencia acabará despertando, con consecuencias fatales, la sexualidad reprimida de algunas hermanas. (FILMAFFINITY)
17 de abril de 2016
9 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
La fe es un regalo ingrato.
Una virtud amparada en la creencia de que las cosas deben prosperar, sin nada que pueda asegurar que, efectivamente, lo harán. Se enseña desde siempre que es algo deseable, y sin embargo hay momentos en que puede ser la peor de las maldiciones.
Sencillamente, hay lugares que no están hechos para la fe, igual que nada florece en una montaña nevada.

'Narciso Negro' es poderío cinematográfico.
Un inmenso cuadro cincelado en colores intensos, que busca remover las entrañas de nuestro propio ser. Ya lo hace la Madre Superiora cuando llama a la Hermana Clodagh, para explicarla que va a tomar el liderazgo de una escuela y enfermería sumergida en el Himalaya, pero eso solo es el principio. La tensión, cuidadosamente construida en silencios y opresiva atmósfera, estalla cuando la Madre Superiora juzga a la monja demasiado joven y errónea para el puesto: más sabe el Diablo por viejo que por Diablo, dicen.
Sería muy fácil decir que es un viaje a la locura, porque no lo es, muy al contrario, es una lucha contra la razón. La de unos pueblerinos que saben perfectamente como sobrevivir en la dura cordillera, y la del Señor Dean, británico que aprendió hace mucho tiempo a respetar las leyes no escritas de dicho entorno. Muy al contrario, las monjas solo cuentan con la palabra del Señor, y la creencia ciega de que esta puede ser seguida incluso en los confines del mundo.

El lugar mismo parece burlarse de sus ropajes, desafiando su blancura con una catarata de colores intensos: parece que en ese palacio, un antiguo harén, los murales de mujeres desnudas se burlan de su castidad, siempre enterrada en telas. Según habla el Señor Dean, ese lugar tiene su propio viento, su propio carácter, y quizás era perfecto para celebraciones sensuales, que no fantasías de civilización.
Hasta los lugareños, que se nos ofrecen en toda su plana inocencia, desprecian cualquier símbolo, y no temen en absoluto estar a punto de tirar una estatua de la Virgen: su única motivación para estar ahí es el apoyo económico de un maharaja indolente y ajeno a su pueblo. El único deseo sincero de estar ahí vendrá del joven General, un apuesto oficial sediento de saber pero demasiado ingenuo de sus propias debilidades.

La tarea se torna tediosa, y según pasan los días, los tañidos de la campana al borde del precipicio suenan cada vez más ahogados, incapaces de reclamar su sitio en ese paraje apartado. Ese mismo precipicio parece hacerse más insondable, amenazando la cordura de una Madre Clodagh que antes lo miraba con neutralidad, y ahora con miedo.
Kanchi, la chiquilla de belleza exótica que les dejan a su cuidado, parece conjurar en su baile (y en sus ojos) la única santidad posible: la que hechiza a los hombres de moldeable voluntad como el General, y nubla las monjas con jirones del pasado. Por eso, la hermana Briony exclama con pesar que cada día se acuerda menos del objetivo de su orden, y Clodagh recuerda sin querer el momento en que se dijo a si misma que siempre sería feliz y libre de preocupaciones: un juramento que encerró en una cáscara de hábito y represión, una demostración de que la llamada del Señor te hace fugitivo de tu vida anterior.

Son ellas, tan seguras de si mismas, las que acabaran pidiendo consejo del Señor Dean para lidiar con las gentes, como las mujeres de antaño sometidas a un hombre, dentro de ese mismo palacio, un sutil testimonio de que el espíritu de los lugares no cambia, como tampoco lo hace el curso del río.
La hermana Ruth es quien acabará por tomar parte de ese influjo y descubrirá sus formas femeninas, largo tiempo aprisionadas, y poderosamente perversas una vez liberadas. No es de extrañar que a ojos de Clodagh ese momento sea puro terror: su feminidad latente también llama a la puerta, queriendo igualmente vestir un bonito vestido, deseando manchar sus labios de un carmín ardiente, no atreviéndose porque no sabe si será un camino sin retorno.

La riqueza de 'Narciso Negro', entonces, reside en su capacidad para quitar la máscara de la religión y la creencia, revelando las pulsiones apasionadas e incontrolables que siempre laten bajo ella.
Era un error pensar que los recuerdos de la felicidad pueden quedar enterrados para siempre, que uno mismo puede convertirse en tumba de tela, y ayudar al prójimo sin mirar jamás atrás. Porque un ídolo de madera nunca podrá tapar el egoísmo, la lujuria y la locura.
Y porque siempre existirán lugares como ese palacio que se oculta en la niebla, deseando liberarlos.
Charles
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