Jacinto

Ese es el nombre que me gustaría que retumbase en los próximos premios Goya. Pero no me refiero a Pedro Almodóvar, no, sino a Pedro Brandariz Gómez. Y es que este, para mí, desconocido actor, con su colosal interpretación del titular Jacinto, se convierte en el motor de ésta, una de las grandes sorpresas del Festival de Sitges y la mejor película española del año para quien esto escribe.

Pero vayamos por partes: Jacinto es un niño encerrado en el cuerpo de todo un hombretón, mudo, fan irredento del vhs (en la montaña de videos que hay en su cuarto, podemos distinguir clásicos como "Sesion 9", "Akira", "Obsesión mortal" -la desasosegante "Buio omega" de Joe D´Amato- o un gran poster de la inclasificable cinta infantil "Oscar, Kina y el laser") y de pelís de vampiros con títulos tan imposibles como "Loch Ness Vampirok". Su mejor amigo es Martiño, un cerdo que espera su San Martín. Ese día llegará, pero no solamente para el marrano sino para toda la familia cuando una pareja de chicas "heavys" entre a vivir en la casa vecina, destruyendo a golpe de "like" la armonía de la vida rural de la aldea.

"Jacinto" es un feliz regreso a ese cine joven de los 90 que intentó acabar con tantos años de películas de catetos, comedias madrileñas y demás horrores Lovecraftianos. ¿Recordais cortos como "Evilio", "Perturbado", "Hijomoto" o cintas como "Acción mutante"? Pues esta película es digna heredera de ese espíritu gamberro, hoy tristemente ausente de nuestro cine.

Con unos diálogos descojonantes (en gallego con subtítulos, lo que le da un delicioso plus), unos personajes de lo más pintorescos (el cocainómano hermano de Jacinto merece mención especial) y una incorrección política muy de agradecer en estos tiempos asépticos, el talento de su director, Javi Camino, convierte en una comedia costumbrista negrísima, con hectolitros de mala leche y observaciones sociales de lo más malévolas y perspicaces, lo que en manos de otro hubiera sido un tremebundo capítulo de "La huella del crimen", una aburrida cinta social de rurales conflictos vecinales, o directamente, una película de cateto lento.

Y le daría un 10, de no ser porque personalmente considero que le falta condimento fantastique a sus fotogramas. Manteniendo el mismo tono, el largometraje podría haberse enriquecido con alusiones al folklore y leyendas gallegas. Veanla y luego imaginen cómo hubiera sido de haber encontrado las vecinas en la casa un libro de conjuros de meigas y haberlo incorporado a sus canciones; de haberse incorporado toda una subtrama de equívocos con éstas que hubiera llevado a Jacinto a creer que eran vampiras, que tenían un pacto de sangre con el Diablo, relaciones carnales con un lobisome, o botellones con la mismísima Santa Compaña. Todo eso cocido a fuego lento hasta el explosivo final. ¿No hubiera quedado mucho mejor?


En fin, solo me queda desearle toda la suerte del mundo cuando se estrene, y, por favor, olvídense de reduccionistas taglines que solo inducen a error. Esto no es "Forrest Gump meets La matanza de Texas". Su director debería comprar un billete de avión e irse a Baltimore para proyectársela al Maestro John Waters. ¡Así si que conseguiría una frase promocional a la altura de la película!

Jacinto es un niño atrapado en el cuerpo de un hombre de más de cuarenta que vive junto a sus padres en Mallou, un pueblo apartado y casi abandonado de Lugo donde no suele ocurrir mucho, pero todo cambiará para esta familia cuando dos chicas artistas del black metal y procedentes de Suecia irrumpan en el desolado pueblo para quedarse a vivir y crear allí su nuevo álbum.

El director y guionista Javi Camino define los puntos de partida de la historia con una naturalidad instintiva que nos sitúa de lleno no solo en el pueblo, sino en sus creencias, en su manera de vivir y en una de las mejores cosas de la película, su protagonista absoluto Jacinto Becerra interpretado por Pedro Brandariz quien podéis encontrar en las dos series de comedia en abierto Peter Brandon y Mataría ambas muy recomendables, la primera más en formato de falso documental y la segunda en clave gamberrada total.

Volviendo a lo que nos ocupa, la sutileza, como decía en el arranque donde un fragmento de un estupendo interpretado sermón en misa sirve para poner sobre la mesa el quién, el qué y el por qué, incluso el hacia dónde, sin darnos cuenta estamos de lleno en una historia que vamos a querer ver hasta el final, además en clave de menos a más con lo que una vez en el carro de la narrativa ya no se bajará nadie hasta el final.

Todo ello acompañado de la maravillosa música folclórica adaptada para la película por parte de Wenceslao Lamas Lopez quien parece haber entendido a la perfección el auténtico espíritu de esta atractiva historia de creencias y en cierta manera también de meigas. Resulta curioso, porque dos de las actrices principales, en realidad más una de principal y una de secundaria son componentes de grupos musicales, me refiero a la guitarrista y vocalista del grupo de Stoner Rock Bala, Anxela Baltar a quien le cuesta un poco no salirse del papel y es que se le nota demasiado la memorización de los textos, no obstante, estamos ante una obra tan redonda en tantos sentidos que este es un detalle que se termina perdonando dentro de la vorágine de la trama, la segunda música mencionada y más secundaria en la historia pero que me gustaría mencionar por la curiosidad es Corinna Rautenberg del grupo punk Faul.

El resto del elenco de obligada mención es Miro Magariños como el patriarca de la familia, la madre Pilar Miguélez magnífica en su desempeño quien además de ser la madre de Jacinto en la película es la madre del director en la realidad, y es que no hay que olvidar que esta es una obra de pequeñas dimensiones donde todos han arrimado el hombro, y finalmente Juanma Buiturón quien como al igual que la película va de menos a más, prácticamente robando el protagonismo a Pedro Brandariz en un final apoteósico y sangriento que no dejará indiferente a nadie.

Una de las obras por las que merece la pena ir a festivales, son esas rarezas tan difíciles de encontrar fuera del circuito. Nuevamente ante nosotros una obra sinigual por su gran personalidad, por su denominación de origen y porque aunque hay otras obras de terror rural e historias de creencias satánicas en pequeños pueblos, esta cinta gallega junto a su destacado protagonista y el inteligente, bizarro y grotesco guion merecen toda tu atención, siendo una peculiaridad cien por cien recomendable que no te puedes perder.

https://www.terrorweekend.com/2021/10/jacinto-review.html

A ver: entiendo el apoyo. Pero lo que no puede ser no puede ser, y no solo para evitar que este bodrio tenga un 6.4 en FA, sino porque es la única manera de que un director y un equipo crezca.

La película carece de ritmo y tarda aproximadamente diez o quince mil años en empezar. No es que me guste especialmente el cine de acción, pero lo de marear la perdiz sin dirección cansa, enfada y agobia.

Las actuaciones, salvo las del desaparecido protagonista, son penosas. Rozan el ridículo ayudadas por un guion que no se sabe si está hecho para ser gracioso, lamentable o todo a la vez.

De la música no hablo.

En fin: pese a que los primeros cinco minutos son razonablemente buenos y esperanzadores, el resto de este pollo sin cabeza es una obra de teatro del colegio con algo más de medios y producción.

¿Qué pasaría si una pareja de marcianos, de apariencia humana, aunque con varias trompetillas surgiendo de su cabeza, se estableciera en una pedanía de nuestras Hurdes, huyendo del frío excesivo y del insoportable ruido de las aeronaves del Planeta Rojo, buscando nuevas experiencias? La pregunta se la planteó Javi Camino y se puso a escribir un guión que acabó por convertir la comarca extremeña en un pueblecito gallego, de nombre Mallou; y Marte pasó a ser Suecia, lugar del que llegan Alex y Ana, esta última con alguna raicilla perdida por la zona.
El comité de recepción en la diminuta aldea está encabezado, y finiquitado, por los Becerra, que cuenta entre sus miembros con la singular figura de Jacinto, un niño muy grande con un parque de juegos en mitad de la montaña.

El director gallego, confeso admirador de la serie B, recopila en este truculento film muchas de las señas de identidad que hicieron grandes a las películas pequeñas. A saber: imaginación para superar carencias que tienen que ver con lo crematístico; situaciones que se desbordan de forma estrepitosa, aunque guardando siempre una sólida conexión con la realidad; sentido del humor (negro, e incluso negrísimo), pero sin perder nunca la impagable posibilidad de denunciar la ridícula condición humana y sus modernos mundos paralelos (léase nuevas tecnologías), auténticas autopistas por donde la imbecilidad transita a mayor velocidad...

Javi Camino, en su video-conferencia de presentación para el Cineclub El Gallinero, defendió esta obra como un proyecto elaborado con más medios y, por tanto, con mayor enjundia; situándolo sin dudar en el vértice de su carrera; y demostrando que lo fantástico convive con lo cotidiano, y que no hay que buscar escenarios exóticos cuando delante de nuestros ojos transitan circunstancias, no por chuscas, menos alucinantes.