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¿Dónde está la casa de mi amigo?

Drama En la escuela del pueblo de Koker, al norte de Irán, Mohamed no ha hecho los ejercicios en el cuaderno, y el profesor le amenaza con expulsarle de la escuela si vuelve a repetir la misma falta. Esa misma tarde, su compañero Ahmed toma por equivocación el cuaderno de Mohamed; cuando se da cuenta, decide ir a buscar la casa de su amigo para devolvérselo. (FILMAFFINITY)
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Críticas 43
Críticas ordenadas por utilidad
24 de octubre de 2008
76 de 78 usuarios han encontrado esta crítica útil
La disciplina y la incomprensión de la autoridad (maestro, madre... adultos en general) no siempre encaja bien con los criterios básicos de solidaridad y responsabilidad. Kiarostami se enfrasca en esa denuncia, y nos ofrece un protagonista irremediablemente solitario en su misión (aventura, odisea...) y en su lucha encarnizada contra la incomunicación y la cerrazón ajena (que ahí está, pese a que el niño no las entienda o no las identifique como tales).

Las diferencias intergeneracionales cobran vida a través de una incomprensión que se respira, a la vez que un (casi) desprecio a todo lo que implica la infancia se materializa en diálogos de besugo y miradas inexpresivas. El niño pelea contra el orden impuesto oponiendo un gesto liviano, anecdótico para nosotros, pero que esconde la carga de profundidad del trayecto iniciático y del proceso vital. Un itinerario de estructura reiterativa (casi circular) obstaculizado por fuerzas opresoras (ya sean familiares, ya sean escolares... no cuesta mucho observar cierta insinuación en cuanto al orden social y político tradicional e inmovilista). En fin, quizás sea esa la visión de la vida que quiere ofrecernos el director iraní.

Un trayecto de polvo y reiteraciones, de súplicas en forma de pregunta. Los repetitivos diálogos son absurdos porque la postura de estos adultos lo es; el objetivo del niño es estúpido porque lo que le rodea le impone injustamente esa misión.

Una parábola sencilla, de fácil digestión, un viaje casi insignificante en sus distancias, pero de enorme calado en unas intenciones idealistas que se parapetan bajo una temática aparentemente nada radical y una realización sencilla (tosca incluso, pese al magnífico uso de la música) de impagable transparencia y de un más que cuestionable tono realista.
Bloomsday
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8 de marzo de 2009
45 de 46 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una clase en planos cortos, cerrados. Una sensación de encierro, de disciplina cuadriculada, un silencio de gran densidad sólo roto por el monótono discurso de un profesor que, lejos de educar, parece más interesado en vincular a los estudiantes a la obediencia, al respeto por las normas y a una dedicación exclusiva. Frente a esto, el espacio libre, los sonidos de la naturaleza y la supeditación de los estudios a una realidad donde la pobreza es palpable, precaria. Una guerra oculta entre dos mundos, dos burbujas cerradas que colisionan entre sí y, en medio, una anécdota, casi una nota a pie de página de la vida cotidiana que marcará la toma de conciencia de ambas realidades.

Esto es lo que Kiarostami nos ofrece partiendo de una sencilla premisa argumental, una película moderna tanto en su sentido naturalista y en su estética de lo precario como en lo ideológico, una película que quiere ser manifiesto o que al menos se posiciona ideológicamente, que pretende ser denuncia, que pretende, en definitiva, cambiar el estado de las cosas.

Éste es un viaje iniciático, con muchos paralelismos con el de Antoine Doinel en Los Cuatrocientos Golpes. No tanto por las realidades culturales que retrata, sino porque trata de la búsqueda de un objetivo, metafórico en el caso francés, más palpable en el caso iraní. Se trata de la pérdida de la inocencia de un niño que, más allá de las normas adultas, quiere lograr algo tan simple como devolver el cuaderno de deberes a su amigo y evitar así un castigo tan arbitrario como injusto.

Es en este viaje donde asistimos al choque entre el objetivo y un muro de incomprensión adulta, un muro donde el protagonista conocerá su soledad frente al egoísmo, donde Kiarostami le situará siempre en primer plano bajo el ombligo de los mayores, y donde los sonidos de la naturaleza y la cháchara adulta provocan un tapón en el cual su angustia y sus preguntas quedan ahogadas, no escuchadas o directamente ignoradas.

Esto crea una corriente inmediata de simpatía hacia el protagonista, pero también una continua sensación de suspense, de angustia, de no alcanzar a comprender porqué algo tan sencillo resulta a la vez tan arduo, un in crescendo de desesperación que se alarga hasta el último plano del film, sin más epílogo que la resolución final, sin más recurso explicativo que los propios símbolos, que la propia historia en sí misma. (sigue en spoiler)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
LennyNero
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13 de julio de 2016
37 de 37 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ha muerto Abbas Kiarostami, gran narrador de historias diminutas. Supo llegar de lo particular –Irán, sus circunstancias– a una fotografía y un cine universales.

En el ensayo ‘Kiarostami. Le réel, face et pile’ [Lo real, cruz y cara], de Youssef Ishaghpour, el autor señala que “las películas de Kiarostami parecen surgir unas de otras, no sólo en el sentido de formar una ‘obra completa’, sino porque, a medida que avanza su filmografía, plantean cuestiones de fondo sobre sí mismas, el cine y el propio director.” Un ejemplo evidente es el de la trilogía que va de ‘¿Dónde está la casa de mi amigo?’ a ‘A través de los olivos’, pasando por ‘Y la vida continúa’.

‘¿Dónde está la casa de mi amigo?’ es una obra redonda, cerrada y circular, en la que se narra la anécdota-epopeya de un niño, Ahmed, que intenta devolverle a toda costa su cuaderno a un compañero de la escuela. En ‘Y la vida continúa’ Kiarostami vuelve al pueblo en que rodó el film anterior para averiguar lo sucedido con quienes participaron en la cinta después de que se desencadenara un terremoto en el lugar. Finalmente, en ‘A través de los olivos’, se recrea el rodaje de la segunda película de esta –según declara Kiarostami– involuntaria trilogía. En realidad, toda su obra –con excepción de ‘Copia certificada’ y ‘Like Someone in Love’– conforma una Comedia Humana del Irán moderno, en que las distintas piezas se engarzan admirablemente creando un fresco encantador, profundo e inquietante de la Persia actual.

Se ha ponderado hasta la saciedad –y con razón– la maestría de Abbas Kiarostami en su dialéctica entre ficción y realidad (*), así como su virtuosismo en abordar la cuestión del cine dentro del cine. En ese sentido, ‘Close-up’ es tal vez su obra más cumplida y celebrada. Pero, en la hora de su muerte, yo quisiera volver a su principio. A lo largo de una conversación con Youssef Ishaghpour, Kiarostami, al ser preguntado por su obsesión con el paisaje rural (tanto en su cine como en sus fotografías) cita en varias ocasiones un verso del poeta Yalal al-Din Rumi: “Aquel que ha permanecido alejado de su esencia, busca reunirse con su origen.”

Su origen, para mí, es la médula misma de ‘¿Dónde está la casa de mi amigo?’. Parábola sencilla en la que un niño se enfrenta a un mundo absurdo de adultos que no escuchan. La construcción de los espacios (a partir de cuatro casas y paredes, el director levanta un laberinto), los sonidos –el gallo, las conversaciones–, el árbol solitario, el camino en zigzag, los encuentros, la luz, el olivar… son marca de la casa. En cintas posteriores, el director (o un alter ego fílmico) irá penetrando en el paisaje, a lomos de su coche-Kiarostami. Pero en ‘¿Dónde está la casa de mi amigo?’, el director y el coche quedan fuera. La cinta, como he dicho, es un tapiz cerrado y acabado.

El pequeño Ahmed se topa en su aventura con dos carpinteros. El uno, apresurado y zafio (le arranca sin contemplaciones una hoja del cuaderno), fabrica puertas y ventanas de hierro indestructible:

- Dice que duran toda la vida, pero yo no sé cuánto dura una vida.

El otro, un anciano parlanchín de paso lento y fatigado, las hace o hacía de madera. Da la impresión de recordar todas las piezas fabricadas. Su obsequio para el niño es una flor.

Ahora que, al igual que el señor Badii en ‘El sabor de las cerezas’, Kiarostami ha emprendido un último viaje, quisiera rescatar, en su memoria, la flor de aquella Arcadia.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Servadac
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19 de diciembre de 2007
28 de 35 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando uno ve estas películas de directores de Irán, lo sencillas, naturalistas, narrativas y cautivadoras que son, comprende que la esencia no necesita de grandes revestimientos ni medios económicos. Cuando se tiene una historia y se sabe contar, no son imprescindibles los millones de dólares, euros, otros dineros ni vainas por el estilo.

Bella historia de niños de aldeas iraníes, mostrándonos sus valores, sus responsabilidades de seres humanos, su carencias de comodidades, sus vidas tan cercanas a lo poco pero esencial. Características de las que debían aprender en alguna medida los niñatos malcriados, superacomodados, añoñados hasta la degeneración por sus padres, que tenemos por acá en Occidente, empachados de bollerías, televisión, regalos, confort y sobre todo: de dejarles hacer lo que les da la puñetera gana (no sea que se vayan a frustrar o traumatizar).

Excelente cine de sencillez trascendente.

Fej Delvahe
Fej Delvahe
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23 de abril de 2008
17 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
Kiarostami, a través de los ojos de un niño, y conforme éste niño avanza en la búsqueda de la casa de su amigo para devolverle su cuaderno, nos va mostrando la realidad iraní, así como la profunda huella que dejó la guerra civil. Los primeros planos del protagonista, nos evocan a los primeros planos de Erice a Estrella en El Sur, cuando una imagen vale mas que mil palabras… La bondad es una cualidad natural humana, que acaba por corromperse, y esta película es un claro ejemplo de ello.
Riqueni
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