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Los testigos

Drama. Romance A mediados de los ochenta, Manu abandona su pueblo natal en los Pirineos y emigra a París para vivir con su hermana. Está ansioso por conocer los ambientes gays de la ciudad. Adrien, un médico de mediana edad, se enamora de él y se lo presenta a su amiga Sarah, que tiene relaciones con Mehdi, un policía musulmán de la brigada anti-vicio. Entre Manu y Mehdi surge una relación inesperada que provoca un conflicto en el grupo. (FILMAFFINITY) [+]
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Críticas 18
Críticas ordenadas por utilidad
13 de octubre de 2007
24 de 32 usuarios han encontrado esta crítica útil
Repito título de crítica porque también estos franceses repiten película (si ellos no se esfuerzan, yo tampoco): se ve que Téchiné sintió envidia de Collard, Chéreau y Ozon y se dijo: Voy a hacer yo también mi peliculita sobre un chico guapo que se pone malito. Y puso en ello todo su empeño y buena parte de su talento (no todo). No es por calumniar (bueno, sí), pero creo que estos directores las han rodado sólo para acostarse con los protagonistas. Me gustaría haber visto los castings. El caso es que todas son películas muy interesantes, así que no hay de qué quejarse.
La de Téchiné es como todas las suyas, con los actores de siempre, así que uno puede pensar que ya la ha visto. El asunto es el que nos cuenta siempre: un joven muy guapo de provincias, marica para más señas, va a la gran ciudad a labrarse el porvenir (hasta ahí me identifico plenamente con sus personajes). A su lado siempre hay una mujer de carácter (una hermana, una amiga) con la que convive y mantiene una relación intensa llena de confidencias y conversaciones (es una película francesa, ya se sabe). Después hay un embrollo con un tercer personaje que pasa por allí, que parece una cosa y es otra y así, entre meandros del guión (las pelis de Téchiné nunca se sabe muy bien hacia dónde van) y escenas cotidianas de pongo-una-lavadora, recojo-a-los-niños, cena-con-amigos (es cine francés, ¿lo he dicho ya?) va avanzando la historia hasta que se remata de una manera melancólica y vaga, porque tampoco le va mucho a Téchiné eso del The End como Hollywood manda, con todos casados y felices y las tramas bien anudadas y un beso bien dado que es una promesa de amor eterno y tal.

Son películas muy francesas y sensibles estas de Téchiné (lo digo sin ironía).
Y a mí me encantan (ídem).

"Los testigos" está hecha con páginas que le sobraron de los guiones de "En la boca, no" y "Alice y Martin" y le ha salido un poco deshilachada y larga, con un toque pedagógico sobre el sida a lo Almodóvar con los trasplantes (se ve que ambos han ligado con algún camillero, lo digo -otra vez- sólo por difamar).

Lo mejor de "Los testigos": los bailes a lo Godard (el de la terraza de la casa de la playa, en el bar de las putas), la hermana cantante de ópera, la belleza de los chicos, el pálpito de vida que recorre la película, el llanto del policía argelino.

Lo peor: Téchiné de repente quiere abandonar la dimensión íntima de su película (que es donde mejor se mueve) y quiere darla una dimensión social, testimonial y hasta alegórica (el sida como nueva peste o azote divino). Esto le sale realmente mal. El personaje de la escritora también chirría de lo lindo.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Macarrones
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2 de octubre de 2007
13 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los Testigos tiene todos los mimbres para convertirse en una película testimonio de un tiempo y de una generación. Testimonio del escalofrío, el dolor y la angustia de toda una generación de homosexuales que ve cómo de un día para otro una enfermedad desconocida que tiene algo de plaga bíblica arranca de cuajo no sólo sus vidas, sino sus formas de vida. Los encuentros furtivos en los parques, las fiestas alegres y desinhibidas, el sexo sin los prejuicios atávicos de la moral, la alegría de vivir, todo ahora se ve amenazado por el fantasma del contagio, y probablemente también por el fantasma de la culpa, la culpa de la homosexualidad, la homosexualidad como un castigo.
A mi el filme ha conseguido helarme la sangre, porque me ha transmitido el tormento que debió pasar la comunidad gay a mediados de los ochenta, un tormento que era doble, por una parte el enorme sufrimiento físico de una enfermedad tan misteriosa como mortal, y por otra el estigma de la exclusión social que acarreaba el padecerla.
La película, narrada a través de cuatro personajes muy bien desarrollados, en cuyo centro se encuentra Manu, un adonis que enamora básicamente por su belleza de ángel sexuado, nos cuenta la historia de unos seres sufrientes para quienes realidad y deseo casi nunca son una misma cosa. Téchiné tiene una sensibilidad especial para contar la dosis adicional de amargura que conlleva el amor homosexual, un amor que no se atreve a decir su nombre, un amor muchas veces oculto en un mundo macho, heterocéntrico y brutal. En esta ocasión el dolor adicional viene en forma de enfermedad física, una espina más en un camino lleno de espinas.
A Los Testigos sólo le podría achacar algunos problemas de ritmo, sobre todo hacia el final del metraje, que tal vez se alargue un poco. Por lo demás me parece una película excelente, un testimonio del sufrimiento de toda una generación. No me cansaré de recomendarla.
mansilla
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25 de marzo de 2010
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Fue difícil encontrarla en cines, pero no tanto comprarse el dvd en cuanto salió a la venta. Yo lo hice y descubrí una película hermosa, muy dura, como el mejor cine de Techiné, que ahonda en el drama del sida desde una perspectiva un poco diferente. Se trata de la historia de un chico francés, que se muda a la ciudad desde un pequeño pueblo, y acaba siendo uno de los primeros enfermos de una epidemia que sólo empezaba a desvelar una pequeña muestra de la magnitud que alcanzaría. Este chico, como en las grandes películas de amor y deseo, es amado por alguien a quien no corresponde, pero que será su perro fiel en todo momento, y ama a su vez a quien sólo parece ser capaz de darle lo que desea, pero no lo que necesita. El reparto se completa con una espectacular Emmanuelle Béart, escritora de cuentos infantiles y madre sin vocación que se convertirá sin planearlo en la testigo de excepción y particular narradora de esta historia sobre el deseo imposible de satisfacer, porque el deseo suele ser obsesivo, unidireccional y frágil, totalmente incapaz de aceptar la realidad de lo deseado.
Ella nos convierte a nosotros tambien en testigos. Y nos muestra a personajes reales, a los que no intenta conventir en modelos de comportamiento, sino en personas, con sus defectos, su falta de heroicidad, su humanidad al fin al cabo, su imperfecciones, algo que por desgracia no es muy habitual en el cine más comercial, y nos hace quererlos a pesar de ellos, a entenderlos. Porque todos arrastramos nuestros propios errores, y los superamos como bien podemos, como personas, no como héroes.
Una película honesta, dolorosa por su carencia de emotividad, por su exposición del sentimiento desnudo, en toda su dimensión. Que te deja ser un testigo y decidir por ti mismo, un privilegio en los tiempos que corren.
Serge
sin_serge
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14 de octubre de 2007
5 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
André Techine es un director siempre interesante, pero en muchas ocasiones tiene un problema, y es que se pone un poco cargante. Y sus películas acaban pesando más que el plomo. Y esta es un poco más de lo mismo.
La historia está ambientada en la primera mitad de la decada de los 80, justo cuando el SIDA empezó a ser una enfermedad tan devastadora como desconocida. En esa época un joven de provincias se traslada a París a buscarse la vida, y de paso disfrutar de la amplia oferta sexual que la ciudad ofrecía a los gays. A partir de ahí entabla relación con una serie de personajes, en torno a los que va a girar el argumento de la historia. Una historia que resulta interesante mientras nos habla de la relaciones entre estos personajes y de como les afectan.
Pero a partir del momento en que el protagonista contrae el SIDA, estas relaciones pasan a un segundo plano, y volvemos a ver lo mismo que ya hemos visto muchas otras veces en el cine (hace ya muchos años en la película Compañeros Inseparables por ejemplo) que es el desconcierto y desconocimiento ante la enfermedad y como se afronta en esos primeros años. Aquí la película de Techiné resulta bastante plana y previsible.
La película acierta en el retrato de los personajes masculinos, pero me descoloca bastante la actitud del personaje que interpreta Emmanuelle Beart. En cualquier caso es Michel Blanc el que se impone en el apartado interpretativo en un trabajo elegante y contenido que podía haber siso todo lo contrario.
Y aunque la película es correcta e interesante, a Techiné le vendría bien intentar no se tan intenso siempre, o denso tal vez sería más correcto.
ernesto
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20 de enero de 2021
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
El amor: sus diferentes versiones; el deseo: el afán salvaje de la libertad; la amistad: su dolorosa prevalencia...; como el hambre, la sed, el frío, el calor y cualquier necesidad fisiológica. Todo sucede también en los tiempos del cólera, de la peste, del VIH y de lo que vendrá (coronavirus).

Cuando André Téchiné adaptó esta historia de Michel Canesi y Jamil Rahmani, hacía algún tiempo que la indómita enfermedad terminal estaba mutando en crónica, gracias al látigo de la ciencia. Pero los años en que transcurre la acción de la película fueron terroríficos, sobre todo para el colectivo homosexual; para una generación de valientes que estaban arrasando con tabúes ancestrales y se convirtieron en las víctimas favoritas de un virus infernal que, poco tardaron los agoreros en etiquetar como castigo de Dios.

El realizador francés aprovecha los días y el lugar para hacer una de sus habituales vivisecciones sobre las relaciones humanas (pareja, hermandad, trabajo, camaradería, maternidad...). Con la distancia suficiente como para no involucrarse o cegarse con el sentimentalismo, tan natural en una situación semejante; pero con el suficiente humanismo para salpicarnos de las razones, compartidas o no, de cada uno de los protagonistas; y hacernos respetar sus decisiones. No en vano son víctimas, como cada uno de nosotros, de los devaneos del destino.
Sinhué
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