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Caballero y ladrón

Intriga. Romance Un ladrón amateur de guante blanco (Niven) encuentra apasionante e incluso divertido actuar como un "Robin Hood" moderno. Para él robar el corazón de una dama no es tan peligroso como robar una pintura de valor incalculable, pero cuando consigue combinar ambas cosas, la emoción supera todos los límites. (FILMAFFINITY)
Críticas 3
Críticas ordenadas por utilidad
10 de mayo de 2010
9 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
No sé qué piensen ustedes pero, en lo que a mi respecta, desde chico me resultaron encantadores aquellos héroes cinematográficos marginales y arriesgados que robaban a los ricos para dárselo a los pobres. Los asaltantes de bancos -que sin hacer un disparo desocupaban las cajas fuertes- me motivaban aplausos, y todo aquel que expusiera su vida para dignificar al pueblo, se merecía un buen lugar en el rincón más agradecido de mi corazón.

Robin Hood era el prototipo, y después conocimos al Capitán Blood y al Pirata Hidalgo… hasta llegar a este Raffles en ambiente moderno quien, además de ser un famoso jugador de críquet, de cuando en cuando hurta en una galería de arte, en una ostentosa joyería o le roba a cualquier señora aristocrática algún collar que, luego, con algún necesitado hace devolver, para que, así, a éste le paguen la recompensa. Es decir, Raffles es un ladrón devolvedor. Roba con elegancia, pero de mentiritas.

Y lo que más nos gusta de Raffles es que es un galán, elegante, bien hablado, caballeroso y capaz de llevarse de maravillas hasta con el sabueso que lo persigue dispuesto a pescarlo como a un buen salmón. Entre tanto, enamora y termina haciendo su cómplice a la misma mujer que, un día, también se metiera en el corazón de Hood y hasta del mismo Blood ¿pueden creerlo?

Bueno, lo explicaré por si alguien no está al día: David Niven hace de Raffles “El ladrón aficionado” como él mismo firma sus mensajes de despedida. Y Olivia de Havilland, la enamorada de Errol Flynn en “Robin de los Bosques” y en “El Capitán Blood”, es ahora Gwen, la chica que de nuevo se gana el corazón del héroe de turno. Y para eso tiene con qué: belleza, dulzura, constancia y accesibilidad. Una dona con crema chantilly.

El filme tiene encanto, curiosas estratagemas, agudeza de ingenio y una que otra situación realmente divertida. La historia atrapa sin dificultad alguna y uno se siente bastante a gusto con un puñado de encantadores personajes. Créanme, es una película de detectives… y aquí no hay malos, todo el mundo es casi honrado. No por nada, la misma historia fue llevada al cine –en apenas 23 años- en cuatro exitosas ocasiones.
Luis Guillermo Cardona
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22 de agosto de 2018
7 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hoy en dia han perdido garbo y glamour las andanzas de este aristócrata ladrón –“Amateur Craftsman”- que roba por diversión y devuelve lo robado, basadas en la, al parecer, exitosísima novelita de Ernest William Hornung, un colega de la generación de Conan Doyle, J.M. Barrie o Kipling. Dicha obra recibió hasta 3 adaptaciones cinematográficas: una muda de 1917 con John Barrymore, otra de 1930 con Ronald Colman y la que nos ocupa.

Esta tercera versión tan solo aporta como novedad el encanto personal de David Niven y los pocos ratos en los que interviene Olivia de Havilland aquí totalmente desdibujada. Hasta el propio Hitchcock se dejaría seducir por un tema semejante en su atractiva, si bien ampliamente criticada, “Atrapa a un ladron” (1955)

Suerte de ligera comedia de situaciones, de toque británico, dirigidas con notable oficio por el gran artesano Sam Wood, lo mejor es toda la parte desarrollada en la casa de Lord Melrose, con su juego de ladrones y policías, puertas o ventanas que se abren y cierran para escapar, pero el recorrido general de la cinta es muy menor y todo tiene un aire de boceto mal acabado,

Para completar filmografías.
Gould
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23 de abril de 2019
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Interesante intriga en la que el sentido del humor y la incertidumbre de la trama combinan sus esfuerzos para obtener un resultado muy ameno y que ofrece una gran capacidad de sugestión.
El magnetismo personal y profesional de los protagonistas -D. Niven y O. de Havilland- también desempeña un importante papel cuando la solidez del armazón argumental se resiente en los momentos en que el juego de los enredos parece que quiere rizar el rizo más de lo conveniente.
Pero hay que ponerse de parte del espectáculo y admitir que las licencias de la comicidad -por su significado- merecen una valoración tan elevada como el drama.
ABSENTA
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