Doroga na Berlin

Es superficial, agradable y bastante previsible (para muestra un botón, que van a acabar queriéndose mucho, como hermanos, los dos mozalbetes tan jodidamente diferentes lo saben hasta en la China popular, allí mejor que en ningún otro sitio, sin necesidad siquiera de tener que ver, para qué, la en cuestión película, de tiempo pérdida, hay que hacer tarea, plancha, la colada), a la vez que quiere ser tremenda, recia, seca, pero en verdad no es nada o tan poca cosa, no incordia, quizás más bien sobra, hace bulto, nada sospechoso.
La carta, la vida que salva en el minuto de descuento, en la prórroga, la chica como de Barry Lyndon salida, cómo le mira, El regreso de Martin Guerre, que se quede, ese es mi marido redivivo, el doble, el otro, el auténtico al fin y al cabo, me lo cojo, un poco ansí, entre penoso tópico, Masacre, ven y mira, y anecdótico sobrio reflexivo, impostado, hueco, de encargo, inofensivo, pulcro, maqueado, sí, como hecho por una inteligencia fría artificial mecánica, sin alma, trabajo honrado o bien hecho que no alza ningún vuelo, repite con pereza límpida viejos modelos.
Y el final igual, tres años dice el otro que llevaba el periódico guarda(n)do justo para dárselo en ese momento encuentro cansado amigo nimio mimo al camarada o colega y el sueño o mandato se cumple, pues vale, de acuerdo, nos lo creemos.
El absurdo de la guerra versus la terquedad moral honesta, esa inocencia perpleja, del Kazajo (estaba pensando en el inmortal, grande entre los grandes, Djamolidine Adujaparov, aunque este era o es Uzbeko, casi pero no), arquetipo, ni escribir o nadar sabe (justo lo contrario que su compañero, de muchas mayores posibilidades y riquezas tanto humanas como probablemente materiales, aunque indirectamente se exalte la igualdad de oportunidades), que representa la simpleza buena soviética campesina oriental de sus repúblicas más lejanas, es, en resumen, la película un canto, medido, comedido, ni histérico ni exagerado, nada desaforado, a la Unión Soviética, a la comunión de mundos tan opuestos y diversos, eso significa en el poco fondo, juntos somos más fuertes, anhelo de un pasado terrorífico y grandioso, deseo de imperio, paraíso perdido. Triunfa la parca, el absoluto (la idea, el ideal, la candidez) muere, también, pero no todo iba a ser malo, el buen chaval rubio sobrevive, gana, la guerra, la duda, el amor tembloroso, la pena, James McAvoy.
El cobarde es el más valiente. Lord Jim acaba siendo un trágico héroe, no deserta, cree en la justicia, se aferra a una fe arbitraria chusca, a algo mejor que nada a pesar de tanto.
En una situación tal que así mejor morir que de ti mismo huir, por eso se queda, no se larga, por una mezcla de inercia, sentido del deber, del orden, de la solidaridad y porque en verdad literalmente no tiene mejor cosa que hacer, de perdidos a cruzar el río.
Hubiera estado mejor la película si hubiera sido una cadeneta, si no de favores, por lo menos de muerte, the ring, sea, que hubiesen matado al pimpollo rubio al principio, fusilado, después al kazajo con la puta bomba y así sucesivamente a todos los rusos hasta llegar a los veinte millones que es la cifra que se maneja a este fúnebre funesto tétrico ominoso respecto, poco más o menos, media hora con cada historia, el relevo, por cada vida/muerte, caídos en combate, civiles, viejos, niños y mujeres incluidos, de puro (qué grande es el) cine conmemorativo memorioso tan histórico sin ser, maldita sea, muy democrático, y listo, una película como la copa de un pino, de exactamente diez millones de horas, gloria bendita, puta obra maestra, arrea, mira.