Cazadores a sueldo

Una metáfora sobre un ajo bombástico ultra mega vibra rayo.
Las peleas son atroces, horriblemente hechas y rodadas, parece una función del colegio, la trama es de risa si somos generosos, los actores malísimos (el villano mafioso es la caraba, se lleva la palma, lo mejor de cada casa), la dirección, cochambrosa, lo bueno es que no disimulan la chapuza, se ríen de sí mismos (la octava virtud teologal si me apuras, la que reúne o concentra las otras siete y aumenta la apuesta, sigue y suma), tiene, de hecho, hasta sus ciertas gracias o sus situaciones divertidas, no todo iba ser llanto y crujir de dientes, no intentan dar gato por liebre, reconocen directamente que son retales, infamia, disparate, vergüenza.
Una familia perfecta. El cazarrecompensas inventor y la cazarrecompensas pinturera protagonizan una historia de aventuras y amor que nos quita el hipo a la vez o par que nos rompe el delicado corazón de melocotón y tienen un hijo negro adoptado, se lo robaron en verdad a los vecinos, para que haya un poco de todo, alegría, coso bueno. Por el otro lado tenemos a una puta la mar de salerosa y un fulano felón al muere que se salva, eso parece, in extremis siempre. De aliño gran faena.
El Dudikoff ya había echado sus kilos, estaba de buen año, y alguna arruga, el puto tiempo haciendo lo suyo, pero seguía siendo tan pésimo intérprete como muy majete.