Hay ciertas películas cuyas pretensiones trascienden de lo estrictamente cinematográfico, aquellas que aspiran a dejar una huella (más o menos marcada, más o menos duradera) en la memoria o incluso el alma del espectador. Unas lo consiguen, otras no. Lo que está claro es que hacer una crítica sobre ellas no es tarea fácil, y La Vida de Pi no iba a ser una excepción.

La trama de la película (sencilla a más no poder) pasa a un plano secundario en pos de hacernos llegar una idea que nos remueva algo por dentro, sirviéndose por el camino de un generoso despliegue visual.

¿Pero lo consigue? Depende del gusto y la sensibilidad de cada uno. Desde el punto de vista de un servidor, sí, rotundamente. Ahora bien, ¿podría haber sido el camino más ameno? Pues sí, también. Y no es porque el ritmo sea lento. La cuestión es que la película solo adquiere sentido cuando llega el maravilloso golpe de efecto final, la revelación. El problema es que hasta llegar a ese punto, nos da la impresión de estar tan a la deriva como el propio protagonista. Intuimos que todo lo que estamos viendo, por fantasioso-espectacular-absurdo que sea, al final tendrá su razón de ser, pero durante buena parte del metraje no tenemos ni idea de adónde nos están llevando. Este hecho provoca la inevitable sensación de que hay tiempos muertos y hará caer en el aburrimiento a los espectadores más impacientes y palomiteros. Tampoco ayuda la sensación de que algunos planos parecen haberse incluido únicamente para lucir el 3D. De todas formas, estos son los menos, y la cinta nos dejará más de una imagen que es un auténtico regalo para nuestras retinas.

En conclusión, se trata simple y llanamente de una fábula religiosa con moraleja, visualmente atractiva, emotiva y poética. Una especie de Big Fish sosegado y denso, más espiritual que lúdico. Un viaje que en momentos puntuales puede resultar tedioso, pero con recompensa al llegar al destino.

Un DiCaprio que es el dueño y señor de la función interpretando un papel que parece hecho aposta para que se luzca sobreactuando a su antojo. Su fiel escudero, un Jonah Hill pasado de rosca. Dicho así parecen puntos negativos. Con todo, sus interpretaciones no desentonan en una película que es en sí misma un exceso tras otro: sexo, drogas, dinero, más drogas... Lo cual también puede sonar como algo negativo. Pero, (un gran "pero") estamos en manos de Scorsese. Y, sí, sabe lo que hace. Todo lo que vemos, por exagerado que resulte, está calculado al milímetro. Con un guión excelente en una mano, y con una puesta en escena marca de la casa en la otra, nos demuestra que se puede hacer una comedia ácida y descarada que rinde culto al exceso, pero sin tratar al público como si este fuese idiota. No me extenderé más, ya que explicar por qué una película tan llena de depravación puede resultar tan entretenida e inteligente sería tan complicado como justificar por qué lo es, por ejemplo, Pulp Fiction. Mención especial a Matthew McConaughey, todo un robaplanos a pesar de sus escasos 10 minutos en pantalla.

Dicen los responsables de El Hombre de Acero que si han titulado así la película es porque querían resaltar que el todopoderoso Superman es, ante todo, un hombre.

En Superman Returns, Bryan Singer nos mostraba un protagonista que asumía su condición sobrehumana, una deidad que nos contemplaba desde lo más alto del firmamento, no sin condescendencia, a los pobres mortales. Este reboot que supone El Hombre de Acero, nos presenta un Clark Kent que lejos de resignarse tras el inevitable sentimiento de marginación por saberse distinto al resto, y la previsible crisis de identidad tras descubrir su verdadero origen, abraza su condición humana hasta el punto de sentirse un hijo más del planeta Tierra. Se cumple, por tanto, la declaración de intenciones que se oculta tras el título. En todo esto tiene mucho que decir el buen hacer de Henry Cavill, perfecto en su papel, construyendo un Superman absolutamente carismático.

Por desgracia, no todo son alegrías. A pesar de que el proyecto contaba con dos padres de lujo como son Nolan y Snyder, la película cae tristemente en tierra de nadie. Tampoco importa demasiado su atractivo acabado visual, ni el más que atrayente plantel de secundarios. Porque todo, absolutamente todo, queda sepultado por los excesos visuales y la desmesura de las escenas de acción. A medida que avanza la película, el interés se va perdiendo entre confusas escenas de explosiones, edificios derrumbándose, rayos de luz, naves espaciales, tentáculos metálicos y vehículos lanzados por los aires. Esta sobredosis de espectacularidad y de efectos digitales no hace sino abrumar a un espectador que sencillamente deja de prestar atención a lo que está ocurriendo… y desconecta de la película.

En definitiva, El Hombre de Acero nos da una de cal y otra de arena. A pesar de contar con todos los ingredientes para ser mucho más que el típico blockbuster veraniego, cae víctima de su propia aparatosidad, y se queda precisamente en eso. Por otro lado, no deja de ser entretenida, y en una jugada más valiente de lo que pudiera parecer, nos presenta un Superman diferente. Una puesta al día más que justificada. ¿Habrá sido también un prometedor inicio de saga? Habrá que estar pendientes del cielo.