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España España · Barcelona
Críticas de zoquete
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Críticas 40
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
6
5 de octubre de 2009
13 de 20 usuarios han encontrado esta crítica útil
Echen la vista atrás veinticinco años y díganme si se dejaron algo en el tintero, quizás un trabajo, un país, ¿un delito?, una relación cuyo recuerdo ahora les está volviendo locos, les está provocando insomnio y que consideren savia vital para su mañana, para su actual existencia. ¿Pinta trascendente, no? Quizás no esté yo para trascendencias, especialmente si no se trata ya de un único asunto inconcluso, sino de muchos. Hasta donde sé, a eso siempre se le ha llamado nostalgia, sin tantos fuegos artificiales ni grandes discursos.

Lo confieso, asistí a “El secreto de sus ojos” con ciertas expectativas, sobre todo por este espacio filmaffinity. Me equivoqué. No obstante, no soy una buena referencia. Últimamente soy difícil de complacer.

El guión es correctísimo, las interpretaciones juegan en la liga de campeones (especialmente Guillermo Francella) aunque Darín ya no me aportó nada nuevo y Soledad Villamil me resultó poco convincente, quizás por el maquillaje. Además, hay material de sobras para colocar en esos “collages” tan divertidos que hacen memorable el cine. Pero…

Seré malvado. Especularé. Campanella se me antoja acomodado en sus series americanas, adquiriendo una técnica tan buena y precisa que diría que se ha dejado algo de su alma en éste su nuevo trabajo. Dispone una serie de golpes de efecto estratégicamente dispuestos sobre el eje temporal de la película, como sacados de una planificación empresarial. Una imagen del asesinato inicial bien impactante (¿tipo CSI y equivalentes?), una persecución del presunto asesino tras un majestuoso plano aéreo de un abarrotado estadio de fútbol, una emotiva despedida de los protagonistas en el andén, la presión sobre el sospechoso para que confiese, la presencia de unos sicarios en la casa del protagonista enfrentados a su leal amigo…

Lo curioso es que tan buenos elementos se me antojaron vacíos, exhibicionistas del poderío de la técnica cinematográfica del autor, alguno definitivamente exagerado (¿encontrar a un tipo en un campo de fútbol lleno hasta la bandera?), casi diría que también aislados, poco coherentes con la esencia de la película, que incluso defenestraría por considerarlos lugares comunes. La película remarca su título insistiendo en el mensaje de las miradas, básicamente en la manera en que se ponen tras la pista del asesino pero, sobre todo, para señalar la velada historia de amor entre los protagonistas. Es aquí donde, en mi opinión, el autor y sus actores naufragan y, paradójicamente, por simple comparación con las secuencias impagables que supo exprimirles a Héctor Alterio y Norma Aleandro, en “El hijo de la novia”, unos gestos, recreaciones y silencios de ancianos que desbordaban en un amor juvenil y fogoso, definitivamente imperecedero.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
zoquete
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9
22 de agosto de 2009
18 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es tan frágil, tan tenue la línea que separa el amor del odio más visceral, tan delicada la emocionalidad humana, que no existe sabio, ni empresa, ni religión capaz de ofrecer una fórmula, una garantía capaz de prever el desastre, capaz de aventurar la estabilidad de un afecto, sin caer en los horrores del desamor. Quizás por ello a menudo se prefiere la rutina, la triste decadencia de la pasión, a la ruptura.

Atención, no es ésta una película apta para mayores de dieciocho años, peor aún para quienes ya frisen los treinta, y mucho menos para la gente respetable y de sólidos principios que coqueteen con la tercera edad. Hiere los valores más firmemente arraigados, pretende transgredir con las imágenes que nos resultan mayor tabú: dolor físico, sexo explícito rozando el sadismo y una emocionalidad descontrolada, difícilmente enmarcable en parámetros tradicionales. Quizás puedan verla sin conmoción adolescentes ávidos de sensaciones fuertes o niños con la ingenuidad de quien observa el mundo sin juzgarlo. Pero verla sin conmoción también podría ser no entenderla.

Arranca el primer fotograma plasmando una poesía cinematográfica, desde una sosegadora música, fotografía en blanco y negro de postal, ritmo pausado y hermosos primeros planos hasta una sucesión de imágenes que muestra el delirio de la pareja haciendo el amor mientras su niño del alma avanza hacia el desastre. Una lavadora que les impide percibir los objetos que caen y se estrellan contra el suelo, el arrastrar de la silla hasta la mesa que conduce a la ventana, y el salto al vacío de su más preciado bien.

Dolor, intenso dolor, fácilmente contagiable. El marido que, como psicólogo, muestra su más frío raciocinio, habitual en los hombres. La mujer, que como madre, no entiende de lógicas que le permitan haber perdido a su niño. El inteligente disertador se encuentra con su propia trampa, la dialéctica no sirve cuando domina la emoción. El dolor a estos niveles sólo puede ser acallado con fuertes impactos físicos, aunque requieran del sufrimiento de la carne.

Observamos el pulso entre el hombre, que se plantea como un reto la superación del trauma por su mujer, acudiendo para ello a sus conocimientos psicológicos; y la mujer, que requiere de un bálsamo más alejado del raciocinio, más sexual, más visceral, más lacerante.

Quizás no sea la película más impactante de Von Trier, quizás uno pueda pensar que pretende superar a Haneke en su búsqueda de espectadores que abandonen la sala, tan duras son las escenas del dolor físico como el sexo desesperado (que algún ignorante se atreve a calificar de pornográfico), pero es un trabajo hermoso, que sin duda merece la pena visionar si se desea vivir una experiencia trágica, desagradable pero que encierra bastante de poesía y mucho de angustioso enfrentamiento con nuestros propios temores.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
zoquete
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8
29 de marzo de 2009
5 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un larguísimo lamento se escucha desde las profundidades de las nevadas montañas del norte; un larguísimo lamento que es difícil asociar a un sentimiento de dolor, de rabia o de ternura; un larguísimo lamento que no sabemos si nos produce espanto o compasión.

"F de Mary Shelley" es un juego de cámaras agitado, es un sudoroso y apasionado ejercicio de interpretación y dirección al servicio del propio autor, con el permiso del monstruo de Niro, monstruo por papel y talla cinematográfica. Pero el mal disimulado ego del gran Kenneth Branagh es también una excelente motivación para poner lo mejor de sí mismo en la adaptación del extraordinario relato de Mary Wollstonecraft Shelley. El propio nacimiento de la obra es de por sí inquietante, fruto de una extraña propuesta de Lord Byron y cuyos detalles encontraréis en manos de mejores entusiastas del género.

Ya sabemos que toda historia de terror, incluso aquellas más "gore", esconden un intensísimo trasfondo romántico, una agresiva sacudida a nuestros estímulos más primarios. Es recurrente el empleo de la sangre, como recordándonos que algo corre por nuestras venas y bombea nuestro pecho. Frankenstein es una historia romántica, mucho más que Drácula, mucho más que La Parada de los Monstruos, mucho más que Sissi. ¿Pero qué tipo de romance?

Se me antoja que tal vez Frankestein sea la compulsión de una mujer enamorada, el buceo incontenible en las miradas del prójimo, la inevitable exaltación en la seducción, la perpetua admiración por las líneas que dibuja el cuerpo ajeno, repito, la perpetua admiración por todas y cada una de las líneas ajenas... ¿quién me dice que la autora no pretendía ocultar tras ese repulsivo engendro exactamente su adorado ideal? ¿quién no quisiera reunir ese cúmulo de virtudes recogidas a partir de cada fragmento de piel de los amores que hemos vivido y que, desgraciadamente, poseen personas diferentes? ¿quién no quisiera superar lo personal e intransferible de esa otra colección de defectos, pero aún así inevitablemente cargados de un erotismo de alto voltaje por su irrepetible individualidad?

Pero, como en toda buena historia romántica, de terror quiero decir, la sublimación de los sentidos queda ajusticiada por un trágico final: descubrir que la maravillosa criatura, la perfección de nuestros sueños, tiene una propia identidad, un pensamiento que no nos pertenece, y que su búsqueda de la perfección no encuentra en nuestra imagen su reflejo. Cuando se rompen la magia de la creación, cuando descubrimos las costuras de nuestro encantamiento y las adoradas manos se vuelven ásperas, las sonrisas supuran bilis y los abrazos parecen rígidas tenazas, sólo nos queda la dolorosa venganza del reniego. Sólo podemos derribar el pedestal que construimos, convirtiendo aquella sublime criatura diosa de nuestros pensamientos en escoria. Sólo podemos trocar nuestras palabras de amor por lamentos de odio y repulsión. Sólo así, tal vez, podamos sobrevivir.
zoquete
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9
29 de marzo de 2009
11 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Se acaba de encerrar en el baño... llorando. ¿Cómo podías saber que también hoy estaba sensible? Recuerdas aquellos días en que lo podías detectar…

Fíjate bien, mírala. Mírala. Tiene tantas cosas que decir sin necesidad de pronunciar palabra... ¿Quieres entrenarte? Puedes observar a Glenn Close, como fría doctora cuyas corazas afectivas parecen cosidas con precisión de cirujano, pero que apenas puede disimular cómo supuran sus sentimientos. Tampoco sería improductivo aprender de las contradicciones de una directora de banco, tras el rostro de Holly Hunter, quien parece descubrir las miserias e intangibilidad del pragmatismo. ¿Quieres más ejemplos de los retazos de intimidad femenina que muestra la película? Moléstate. Descúbrelos tú, puedes escoger ver dolor tras traición, o ilusión tras ternura. Puedes sentir la tristeza que viene de la soledad, aunque también esa caprichosa dicha al reconocerse. ¿Cuándo fue la última vez que buceaste en los misterios que sugieren unos ojos?

¿La trama? No me hagas hablar de tramas. En este caso es tan irrelevante como el escenario, simple soporte al collar de inquietudes, de sucesos inconclusos donde se cruzan y alternan personas. Vemos víctimas y verdugos, o verdugos y víctimas, depende del momento o lugar, no del personaje. Hay protagonistas y secundarios, aunque a menudo los simples coristas parecen una excusa para camuflar sin afectación bonitos mensajes.

¿Realmente ansiamos grandes verdades o preferimos simples momentos de inspiración para desnudarnos? "Voy a deshacerme de él", le dice ella a su amante tras el silencio creado cuando le comunica su embarazo. Él replica volviendo sobre sus asuntos de trabajo o planes de fines de semana... qué más da, no recuerdo el cambio de tema, pero sí el silencio en el cine…

Mírala otra vez... ¿eso es todo? Bueno, realmente no. Listo que es el amigo Roberto, incluye en el reparto a una preciosa Cameron Díaz en el papel de irónica ciega y aprendiz de detective, que especula con la historia que esconde una suicida. Sin duda, mi personaje favorito, que evoluciona y se enriquece con cada matiz, con la práctica de esa difícil filosofía que toma la vida como excusa para divertirse, relativizarlo todo, darle la vuelta como a un calcetín y echar unas risas, empezando por su propia invidencia. Preciosa joven que muestra su fortaleza al convertir los fortuitos avatares del destino en instrumentos de reafirmación personal. Y como colofón, un delicado guiño al espectador mostrándonos, casi desmintiéndonos el resto de las historias, que quizás nos hemos estado confundiendo sobre el tipo de ojos que necesitamos para ver...

Ahora lo recuerdas, no eran sólo los ojos llorosos... también fue el tono de voz, la pausa previa a su indiferente "bueno" cuando le preguntaste por la música que acababas de poner, el beso de recibimiento... ¿Es culpa de esa factura o reunión laboral, estoy perdiendo la capacidad de sentir mi lucecita roja o simplemente estoy decidiendo ignorarla?
zoquete
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9
29 de marzo de 2009
64 de 79 usuarios han encontrado esta crítica útil
Veréis, tengo vocación de macarra: esa deliciosa sensación de poder básico, directo, brutal, de imponerse por la fuerza... me seduce. Tal vez por eso desde siempre he envidiado a los cuerpecitos danone esculpidos a base de mancuernas y pesas de cien kilitos. Tal vez por eso me hubiera gustado lucir un cinturón negro tras un ridículo kimono karatekid que implicara que nadie osara soplarme.

Por eso me ha fascinado Danny Balint, protagonista de la película que nos ocupa y luchador de raza que combina superioridad física y tenebrosa búsqueda de las raíces primigenias. Un judío que reniega de sí mismo para arrollar de la manera más primitiva con preguntas existenciales, que muchos intelectualillos de café simplemente considerarían puro entretenimiento. ¿Quién postula que la meditación está en contradicción con la violencia?

El director Henry Bean aborda la muy necesaria reflexión sobre el resurgimiento de la ultraderecha, las condenas al terrorismo tras el conflicto Palestino-Israelí y nuestro usual conformismo "políticamente correcto". Desde la aterradora noticia publicada por el New York Times sobre el judío de brillante discurso antisemita y prácticas fascistas, Bean nos muestra al típico neonazi, cabeza rapada, botas militares e indisimuladas esvásticas que intimida a un también típico judío, apocado y de frágil apariencia, y le golpea, le golpea, le golpea...

En paralelo presenciamos la rebeldía de un apasionado estudiante, un niño casi, que se niega a ver la virtud tras el puñal que alzó Abraham sobre su propio hijo. Asistimos a un conocimiento profundo de las escrituras y a una pasión casi enfermiza por analizar cada rasgo identificador del pueblo judío, "El pueblo elegido". Descubrimos la dolorosa contradicción de quien desconoce demasiados misterios divinos como para reconciliar sus entrañas con su razón, para esquivar la amargura de la decepción, tras unos dogmas presentados como infalibles. El joven Balint se entrega con odio y amor a lo divino, mientras reclama excusas para sedar a golpes sus tambaleantes convicciones.

¿Queréis juzgarlo? Os advierto que sabe un rato, pero ciertamente si lo condenamos a muerte, dejará de dar problemas. Nos gusta presumir, jactarnos incluso de una cultura cada vez más descafeinada basada en el descreimiento. Paradójicamente, sobre estas bases tan endebles, no puedo resistirme a aplicar el pragmatismo social, jugando a sentar principios éticos y morales entremezclados con los resquicios de mi temprana formación espiritual. Eso sí, cual anfitrión de una gigantesca fiesta de disfraces, para no enemistarme ni entrar en conflicto con nadie, sonrío hipócritamente a todas las ideologías sin plantearme seriamente si nos están dañando, si tienen base alguna o un sentido más allá del que poseen los horóscopos del diario.

En confidencia, también tengo días en que siento cierta vocación de santo. Se me pasa rápido en cuanto leo el periódico...
zoquete
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