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España España · Barcelona
Voto de zoquete:
8
Terror. Fantástico La prematura muerte de su madre durante un parto, arranca violentamente a Víctor Frankenstein de su idílica vida en Ginebra. Desde ese día, la idea de vencer a la muerte será su obsesión y, por ello, decide estudiar medicina en Ingolstadt. Allí conoce al siniestro profesor Waldman, de quien se rumorea que pasó su juventud estudiando la posibilidad de crear un ser humano. Víctor no sólo se interesa por sus experimentos, sino que está ... [+]
29 de marzo de 2009
5 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un larguísimo lamento se escucha desde las profundidades de las nevadas montañas del norte; un larguísimo lamento que es difícil asociar a un sentimiento de dolor, de rabia o de ternura; un larguísimo lamento que no sabemos si nos produce espanto o compasión.

"F de Mary Shelley" es un juego de cámaras agitado, es un sudoroso y apasionado ejercicio de interpretación y dirección al servicio del propio autor, con el permiso del monstruo de Niro, monstruo por papel y talla cinematográfica. Pero el mal disimulado ego del gran Kenneth Branagh es también una excelente motivación para poner lo mejor de sí mismo en la adaptación del extraordinario relato de Mary Wollstonecraft Shelley. El propio nacimiento de la obra es de por sí inquietante, fruto de una extraña propuesta de Lord Byron y cuyos detalles encontraréis en manos de mejores entusiastas del género.

Ya sabemos que toda historia de terror, incluso aquellas más "gore", esconden un intensísimo trasfondo romántico, una agresiva sacudida a nuestros estímulos más primarios. Es recurrente el empleo de la sangre, como recordándonos que algo corre por nuestras venas y bombea nuestro pecho. Frankenstein es una historia romántica, mucho más que Drácula, mucho más que La Parada de los Monstruos, mucho más que Sissi. ¿Pero qué tipo de romance?

Se me antoja que tal vez Frankestein sea la compulsión de una mujer enamorada, el buceo incontenible en las miradas del prójimo, la inevitable exaltación en la seducción, la perpetua admiración por las líneas que dibuja el cuerpo ajeno, repito, la perpetua admiración por todas y cada una de las líneas ajenas... ¿quién me dice que la autora no pretendía ocultar tras ese repulsivo engendro exactamente su adorado ideal? ¿quién no quisiera reunir ese cúmulo de virtudes recogidas a partir de cada fragmento de piel de los amores que hemos vivido y que, desgraciadamente, poseen personas diferentes? ¿quién no quisiera superar lo personal e intransferible de esa otra colección de defectos, pero aún así inevitablemente cargados de un erotismo de alto voltaje por su irrepetible individualidad?

Pero, como en toda buena historia romántica, de terror quiero decir, la sublimación de los sentidos queda ajusticiada por un trágico final: descubrir que la maravillosa criatura, la perfección de nuestros sueños, tiene una propia identidad, un pensamiento que no nos pertenece, y que su búsqueda de la perfección no encuentra en nuestra imagen su reflejo. Cuando se rompen la magia de la creación, cuando descubrimos las costuras de nuestro encantamiento y las adoradas manos se vuelven ásperas, las sonrisas supuran bilis y los abrazos parecen rígidas tenazas, sólo nos queda la dolorosa venganza del reniego. Sólo podemos derribar el pedestal que construimos, convirtiendo aquella sublime criatura diosa de nuestros pensamientos en escoria. Sólo podemos trocar nuestras palabras de amor por lamentos de odio y repulsión. Sólo así, tal vez, podamos sobrevivir.
zoquete
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